Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de octubre de 2014 Num: 1022

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El alimento: la liga del
migrante con su origen

Felipe González

Tamales cotidianos
y de fiesta

Daniel Becerra, Ruth Juárez
y Aleyda Aguirre

Las alumbradas, una
tradición subvertida
por la violencia

José A. Campos

Lo único que me pueden quitar es la vida
María Bravo

Las panochas calentanas
Raquel Rodríguez Estrada

Un guisandero apreciado

Tierra Caliente:
identidad y arte culinario

Aleyda Aguirre Rodríguez

Sangre de iguana
para vivir más años

Las cifras de la guerra

La danza de los viejitos:
resistencia y dignidad

Margarita Godínez

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Iguana al mojo de ajo

Sangre de iguana para vivir más años

Romanita Luviano Valencia nació en Los Bancos, pueblo de San Lucas, Michoacán. Sin embargo, terminó avecinada en Tlalchapa, en la zona noreste de Chilpancingo, Guerrero. Migró a los dieciocho años, cuando se casó. Su esposo era campesino –“ya tiene once años de difunto”– y se dedicaba a sembrar ajonjolí. “Ahora ya casi nadie siembra ajonjolí, puro maíz.” Sus hijos no quisieron dedicarse a cultivar la tierra: uno le salió escritor y el otro profesor, por eso renta sus parcelas donde ahora crece el maíz.


Romanita. Foto: Antolín Orozco

Romanita tiene ochenta y cuatro años, “entrados a ochenta y cinco”, como se dice en su Tierra Caliente. Se ha hecho famosa por cocinar “unas toqueres que no tienen igual”. Escoge bien el maíz –“ni tan tierno, ni tan maduro”–, la manteca, y le agrega su toque especial: un poco de requesón. Luego hace esa pieza que no es gordita, que no es tortilla, sino toquere.

Fortalecerse con sangre de iguana

Como buena sibarita, ha degustado los sabores exóticos de su estado: desde joven tomaba sangre cruda de iguana “porque me sentía fortalecida y decían que así uno viviría más años”, comparte Romanita. ¿Y sí?, se le pregunta, pero ella contesta que no sabe. Sus ochenta y cuatro años bien podrían responder. Mezclada con vino tinto, la sangre “sabe buena”. El ritual de bebérsela lo llevó a cabo desde que era muy joven, hace tanto que ya ni se acuerda, y dejó de hacerlo a sus setenta años. 

Actualmente venden las iguanas peladas en Ciudad Altamirano, Guerrero, zona comercial a la que acuden pobladores de varias rancherías ubicadas cerca del Río Balsas, pero antes, cuando ella se enseñoreaba en la cocina, las compraba vivas, le costaban entre 20 y 50 pesos, eran de tamaño mediano, las “rescoldaba”, las metía entre las brasas y la ceniza para quitarles la piel, después las guisaba con chiles secos, en chiliajo, también las preparaba en chile verde o en caldo. Hay quienes las meten a los hornos de adobe para realzar su sabor. La iguana es un animal común en la región, la cazan o la reproducen en criaderos. Un pueblo del municipio de Arteaga, Michoacán, lleva el nombre de dicho animal y existe un baile guerrerense en honor al cuadrúpedo.

“Mi hermana, en paz descanse, de chamaca se estaba quedando ciega y le devolvió la vista la sangre de iguana, tiene mucha vitamina”, asegura Prisiliano Santana Antúnez, de Las Parotas, Guerrero.

A Natividad, de Cutzamala de Pinzón, le daban iguana en su niñez “porque no había qué comer” y sus familiares la cazaban; Pascuala Soto García, de Tamácuaro, la recomienda para quitar el dolor de nuca y cerebro. Es tradición allá, en Tierra Caliente, tomar la sangre con Coca-Cola o Jerez.

“Cuando vivía con mis papás se las cocinaba a mis hermanos –agrega María Sánchez Tamayo, de Los Bancos, Michoacán–, ellos las iban a cazar. Hay unas verdes y otras garrobo. Las mataban con resorteras o escopetas en los terrenos baldíos y en el monte.”

(A.A.R.)