Hugo Gutiérrez Vega
Discurso en Lagos de Moreno
Lagos de Moreno fue para mí el viento nuevo de la infancia; el descubrimiento de los alimentos terrenales; el inicio de la educación sentimental en la adolescencia; una realidad embellecida por la distancia y por el paradójico deseo de que todo siguiera igual y, al mismo tiempo, el anhelo de crecer en todos sentidos. Por estas razones, la gran distinción que el honorable Cabildo me hace hoy tiene para mí un especialísimo contenido espiritual, y me da una clara sensación de pertenencia a una hermosa ciudad, a sus campos labrantíos y a las obras, no por cotidianas menos milagrosas, como el perfecto durazno del verano, la anatomía irrepetible del membrillo, o la extensión de los campos de maíz y el verde poderoso de los chilares.
Mucho es lo que esta ciudad ha dado al mundo y a su caudal artístico: el espíritu de justicia y el avanzado pensamiento del licenciado Primo de Verdad y Ramos; la entrañable fabulística de José Rosas Moreno y su esfuerzo por recuperar la vida y la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, manifiesto en su obra teatral Décima Musa; la prosa titánica del primer novelista de la Revolución mexicana, Mariano Azuela, y su obra emblemática Los de abajo que, unida a su novela experimental La luciérnaga, escrita en los inicios de su vejez, constituyen un ciclo novelístico de valor incalculable. Francisco González León, el poeta de la vibración del color y de las iluminaciones cotidianas, complejo y novedoso, se unió a López Velarde en la tarea de iniciar la poesía moderna de México. Ayer oí dos veces sus campanas de la tarde y vinieron a mi memoria las paradojas místicas de San Juan de la Cruz: “la música callada”, “la soledad sonora”. La caudalosa sabiduría y el honesto pensamiento político del canónigo Agustín Rivera y San Román, historiador fundamental de la etapa del virreinato, gran prosista y ejemplo de coherencia entre las ideas y la praxis. El ordenador de la historia de nuestra literatura, Carlos González Peña, también novelista y catedrático distinguido. El entusiasta promotor de la cultura local Antonio Moreno y Oviedo y sus contertulios: Bernardo Reina, el malogrado poeta José Becerra; Federico Carlos Regel y su novela pionera, La hacienda; Vicente Veloz González, memorialista que fue el último encargado de la legación de México en la Rusia zarista, y Agustín Padilla, ejemplo de bonhomía y de prosa irónica y directa. Todos ellos viviendo y trabajando con la mente puesta en el padre Miguel Leandro Guerra, como fundador de uno de los más ilustres liceos de Jalisco que, años más tarde, a pesar de las crisis políticas y económicas, mantuvo encendida la llama de la cultura artística y académica.
Siguen los nombres de José Pérez Moreno, Moisés Vega Kegel, Alfonso de Alba, Adalberto Navarro Sánchez, y los nuevos poetas antologados por Dante Velázquez. Irma Guerra y Sergio López Mena con su labor crítica, y tantas muchachas y muchachos que en este momento escriben e inician su carrera literaria.
Quiero felicitar a los ganadores y a los participantes en estos juegos florales y hacer memoria de dos personajes geniales de los otros campos artísticos: el pintor Manuel González Serrano, el tormentoso Hechicero y Antonio Gómez Anda, músico formado en Europa que debe ser estudiado a fondo e interpretado con mayor frecuencia.
Mucho les agradezco este nombramiento. Me están haciendo un gran favor: permitirme recuperar un reino perdido: el de la infancia de todos y de todo.
[email protected] |