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Hugo Gutiérrez Vega
El libro artesanal
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Edgar Aguilar entrevista
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México en las cartas
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Ricardo Bada
El día en que menos
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Ana García Bergua
Recuerdos alrededor de una fotografía
“Imagínate: el cuerpo está cambiando constantemente: los tejidos no cesan de transformarse. Si en este instante parpadeas, el ojo sufre cambios bioquímicos, y lo abres y ya es otro organismo diferente…Sí. Y lo que veías, ha cambiado también. La energía no es más que cambio: lo que vemos es una nube, una ilusión de átomos, una explosión eterna. Y nuestros ojos que parpadearon, no volverán a ser los mismos. Entonces…
Lo que vemos, todo, es una especie de fantasía. No es cierto de que esté quieto, ni que así sea. Cualquier cosa que vemos, es como el mar.”
Esta cita es de Fotografía en la playa, la obra de don Emilio Carballido en la que participé hace muchos años, cuando estudiaba escenografía. A la escenógrafa y art director –ella sí– Gloria Carrasco y a su servidora, jóvenes estudiantes del CUT, nuestro maestro Alejandro Luna nos ofreció asistirlo en esta obra que iba a montar la directora de origen chileno Alejandra Gutiérrez, así como diseñar y conseguir el vestuario. Se montó en la Casa de la Paz en agosto de 1983 y Braulio Peralta, en un artículo en la Revista de la Universidad, evoca este montaje como memorable y a Fotografía… como una de las mejores de Carballido. Para mí el recuerdo de esta puesta en escena es muy entrañable por muchísimas razones: la pasión de todos los actores, muchos de ellos grandes, como Ernesto López Rojas, Águeda Incháustegui, Carmelita González, Diego Jáuregui, Álvaro Guerrero, Emilio Echeverría, Norma Angélica, Ángeles Castro Gurría, entre otros, cómo nos involucramos con las historias de esta familia que se reúne en la casona de la abuela en Veracruz, y en medio de la fugacidad del tiempo pone a jugar el drama, la hipocresía y la esperanza de sus vidas. A don Emilio le gustó mucho el montaje: el trazo limpio y la dirección de actores de Alejandra Gutiérrez, la escenografía casi minimalista de Alejandro Luna, con un ciclorama en el que se proyectaban nubes, en correspondencia con el texto. Rebuscamos nuestro vestuario en toda clase de locales de ropas que entonces ya eran anticuadas –la obra está situada en los años sesenta– y revivían con los personajes. Recuerdo también que el estreno coincidió con el cumpleaños del autor, por lo cual fuimos a montar la obra al precioso teatro de su natal Córdoba –sé que Córdoba y Xalapa se lo pelean– y el reestreno ahí, al que acudió el maestro, fue también emocionante. La experiencia tuvo su lado jocoso y muy de la época, pues para organizar el montaje, Gloria y yo debimos esperar un ratito a que terminara un concurso de imitadores de Miguel Bosé: todo Córdoba estaba ahí y todo Córdoba regresó en la noche a ovacionar a Carballido.
Emilio Carballido |
Releo Fotografía en la playa y sí, concuerdo con que es magnífica: en dos escenarios prácticamente vacíos –el patio de la casa, la playa–, casi como en una nube o una explosión eterna, los distintos miembros de la familia entrelazan y deshacen sus conflictos, en una especie de desfile natural en el que la vida parece encontrarse al aire, transformarse constantemente. Cualquier cosa que vemos es como el mar, que es una y otra cosa y nunca es ninguna. Carballido logra que todos sus personajes expresen frente al mar lo que son y lo que sienten frente a la vida: la abuela que ya todo lo ha visto y sabe sin necesidad de que se lo digan; Celia, la madre melodramática, que ansía tener a sus hijos alrededor de ella; su hija Constanza, la que se quedó a cuidar a la madre y a la abuela; Adrián, el hijo que se casó con una mujer rica y fue a parar a la cárcel por fraude; Agustín, el marido de la mujer sacrificada que le ha dado todo. Y una nueva época simbolizada por Héctor, el hijo escritor y gay de aquellas épocas, llenas de disimulo y represión, Nelly su alumna, una chica que se va a estudiar fuera, que quiere vivir plenamente y lucha contra el convencionalismo de su novio Jorge, sobrino de Héctor y nieto de Celia. Hay en estos personajes –y creo que la puesta en escena lo reflejó fielmente– una profunda verdad humana y a la vez una frescura muy conmovedora. Ahí están, en Fotografía en la playa, el quiebre generacional de los sesenta, la liberación femenina y la crítica al statu quo, la lucha contra las convenciones sociales, la posibilidad de asumir una ruptura y el miedo a liberar los verdaderos deseos, todo ello en medio del tiempo mudable que trastoca las cosas y cambia su forma constantemente, como la arena o el mar, que nunca es el mismo. Ojalá y se reedite pronto.
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