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Des/adaptados (segunda parte inesperada)
A raíz de lo publicado aquí hace dos domingos (LJS núm. 987, 26/I/14), acerca de la suerte que la narrativa literaria mexicana ha corrido en la pantalla cinematográfica, tres que de estas cosas saben más y son, claramente, más acuciosos y memoriosos que Uno, sostuvieron por escrito una conversación que se explica por sí misma y que, como verá el lector, no tiene desperdicio.
Los interlocutores son Juan Antonio de la Riva –cineasta, expresidente de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (JAR)–, Gerardo Salcedo –actual director de Programación del Festival Internacional de Cine en Guadalajara y académico de la UNAM (GS)–, y Víctor Ugalde –cineasta, presidente de la Sociedad de Directores de Cine y Audiovisual (VU). La transcripción es literal:
JAR: Leí “Cinexcusas” y sólo quiero mencionarte que El viento distante se filmó en 1965 para el Primer Concurso de Cine Experimental. Los directores fueron SergioVéjar, Manuel Michel y Salomón Laiter. [Añade imagen del cartel promocional.]
GS: Ah, y yo recuerdo un guión sobre Violación en Polanco, si mal no recuerdo adaptada por Arturo Ripstein. En esos momentos, en los que la violencia comenzaba a arreciar, entiendo que el proyecto no interesó mucho en las productoras estatales; supongo que se puede escribir una historia de adaptaciones que nunca dejaron de ser guiones.
VU: ¿Violación en Polanco es de Armando Ramírez? No recuerdo si se llegó a filmar. Armando tiene varias que se han quedado en el lance de la preproducción. Creo que muchas (más de diez) de las obras citadas por Luis ya se filmaron. Creo que siempre gana nuestro cine y nuestro arte y cultura cuando se suma el talento literario al cinematográfico, salvo en el caso de “Diles que no adapten”.
GS: No se filmó Violación en Polanco, me acuerdo que era al comienzo de la administración de Miguel de la Madrid y el tema de la violencia y los asaltos en el DF se percibía como muy grave (el desastre policíaco que dejó Durazo), y pues como que no tenían ganas de atizar esa hoguera. En el guión había una secuencia que ocurría en el cine Florida y también recuerdo que el final era muy fuerte.
JAR: “Violencia en Polanco” estaba basado en la novela Pu de Armando Ramírez.
GS: Pues el título de la adaptación le gustó a Armando, porque en una reimpresión salió con el nombre de Violación en Polanco.
VU: Luis, nos debes una columna sobre la adaptación en el cine. Estaría interesante.
JAR: Hay unas muy buenas.
GS: Como Canaima, nomás para empezar.
Deudas e ideas
Es cosa buena que la deuda a la que alude Víctor Ugalde –pagadera en un futuro no lejano– no pueda ser saldada en una, sino en varias columnas, puesto que afortunadamente sí existen adaptaciones, y algunas “muy buenas”, como bien riposta Juan Antonio de la Riva. Mejor aún es que sea posible desmentir lo dicho por este juntapalabras hace quince días, en el sentido de que “más de diez” de las obras aquí citadas se filmaron en algún momento; queda pendiente saber con exactitud cuáles, cuántas y cuándo.
La idea que aporta Gerardo Salcedo se antoja, y mucho: “una historia de adaptaciones que nunca dejaron de ser guiones”, como sucedió con la referida Violación en Polanco, puede ser ampliamente ilustrativa no sólo respecto de los avatares fílmicos corridos en particular por esta o aquella novela/cuento/historia, en algún momento considerada por un cineasta como punto de partida y abandonada en cierto punto del camino, sino también, como se lee arriba, puede arrojar luces históricas interesantes para entender la forma en que se relacionan, en un momento dado, la producción cinematográfica y la realidad nacional: ¿cuántas historias –adaptaciones o no, que en este aspecto eso no es lo importante– no han llegado a la pantalla porque a Equis o a Ye no le parecía conveniente? Salta aquí, por supuesto, la palabra “censura”, quién sabe si en uno o más casos precedida por el prefijo auto; salta, igualmente, el concepto de “política cultural”, entendido tanto al derecho como al revés, es decir, como la estructuración según la cual un gobierno en particular “administra” la cinematografía, pero al mismo tiempo como la regulación bajo cuerda, off the record o como quiera llamársele, a la cual puede someter, según su conveniencia, procesos creativos que deberían gozar de absoluta libertad, por más que estén parcial o totalmente financiados por el Estado.
Todo lo cual sea dicho, por supuesto, desde la perspectiva del retroceso político al que accedimos el 1 de julio del año pasado.
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