Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de febrero de 2014 Num: 989

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Mihai Eminescu
Vasilica Cotofleac

Adrián
Marin Malaicu-Hondrari

Cuatro poetas

Carta sobre una
literatura periférica

Simona Sora

Poema
Radu Vancu

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Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
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Mentiras Transparentes
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Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
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La Jornada Semanal

 

El mundo como obra literaria

Ricardo Venegas


La estructura de la realidad derivada de la literatura,
Mario Calderón,
Ediciones Eternos Malabares,
México, 2013.

¿En dónde quedaría la Comedia humana, de Balzac, si descubriéramos que la vida que vivimos es parte de una novela? Bajo el presupuesto de que el mundo es una obra literaria, las investigaciones del poeta y profesor de la Benemérita Universidad de Puebla, Mario Calderón, van más allá de las suposiciones, ya que el autor mismo se propone entender y explicar la senda del pasado y del presente de sus consultantes, personas a las cuales Calderón les ha leído el entorno con una cantidad de aciertos que impresiona. El destino y cómo éste se cumple en las personas es el tema del volumen La estructura de la realidad derivada de la literatura, en el cual se presentan amplios referentes históricos sobre los que el autor abunda: “Mediante el desciframiento de determinados indicios, el hombre ha aprendido a interpretar el medio ambiente en su lucha por la sobrevivencia: el campesino sabe lo que significa que en la luna luzca un círculo o que el cielo presente determinados tipos de nubes. Los campesinos del sur de Guanajuato saben, por ejemplo, que cuando va a llover y alguna nube trae punta, caerá un aguacero que azotará con mucho viento, como azotan o golpean las víboras chirrioneras que son las más comunes en esa zona. Se asocia, pues, la forma de la nube con el cuerpo de la serpiente. Saben también que el año que, en el mes de abril, los granjeros producen muchos frutos, la cosecha de frijol será abundante. Este conocimiento ha sido desarrollado por los campesinos a partir de una estrecha vinculación con su entorno y les permite prever las condiciones futuras. La búsqueda de este conocimiento la encontramos en todas las culturas, desde la antigüedad hasta nuestros días.”

El objeto del volumen es demostrar que la realidad tiene una estructura y que con base en ella es posible la estructuración y desarrollo de un método de lectura e interpretación de signos del entorno individual, considerando el mundo como obra literaria, esto es, una suerte de modelo de “adivinación” que cuestiona y somete a examen nociones elementales dentro de la cultura como “signo”, en el campo de la lingüística y la semiótica, y “realidad”, no sólo dentro de las ciencias sociales, sino abarcando también el campo de la psicología y la física. Atisbos como los que escuchamos cuando dos personas conversan en la calle, suelen contener una interpretación polisémica, algo de aquellos murmullos podría darnos una clave sobre el futuro. La adivinación es un oficio antiguo. Las lecturas del mundo prehispánico con habas y conchas de mar fueron prohibidas durante la Colonia por considerarse asunto de brujería. El libro de Calderón desmitifica, a través de diversas disciplinas, el uso de la predicción y la convierte en una herramienta de argumentos científicos con un nuevo propósito: dotar al hombre moderno de un horizonte promisorio.


El mundo árabe en su complejidad

Hugo José Suárez


Los cuatro puntos orientales. El regreso de los árabes a la historia,
Carlos Martínez Assad,
Océano/UNAM,
México, 2013.

Hace diez años, Carlos Martínez Assad invitaba a un viaje –personal, casi introspectivo– por las tierras de sus orígenes en el libro Memoria del Líbano (Océano, 2003). Se trataba de un relato íntimo, familiar, analítico e histórico a la vez; un largo cuaderno de viaje donde dialogaba con su madre, con su abuelo, con aquellos deliciosos recuerdos de las historias familiares donde sus antecesores dibujaban un mundo mágico y fantástico que el autor, hijo y nieto, sólo pudo descubrir físicamente años más tarde, en dos viajes que fueron la base del texto.

Hoy el escritor mexicano de origen libanés pone otro libro sobre la mesa. Ahora no se trata de rastrear su propio pasado, sino de mirar la historia de la región árabe y las tensiones que están en juego en el mundo contemporáneo.

Entre las múltiples posibles lecturas de un texto rico, extenso y documentado, conviene poner la atención en tres ejes interconectados. Primero: la política. Martínez Assad tiene claro que su libro toca un tema y una región que está en el centro de la geopolítica mundial. No esquiva el complejo problema de la violencia expandida, lo pone en el centro y denuncia con datos, argumentos e interpretaciones, los intereses imperiales y las formas brutales de intervención de Estados Unidos y sus aliados en las distintas guerras que han costado miles de vidas: “Quienes escriben (hacen) la historia no siempre son visibles en los medios que dan noticia de los hechos cotidianos. Son las potencias [...] las que sostienen la pluma.”

Por eso el autor sitúa en extensas páginas la historia de las guerras en Medio Oriente, las brutales intervenciones en episodios traumáticos para la región como la guerra en Iraq y los intereses petroleros y políticos de Estados Unidos. Pero no deja de recordarnos la potencia cultural árabe; por ejemplo, repasa la historia y el esplendor de Bagdad, la Ciudad de la Paz, que en el siglo VIII tenía cuatro veces más habitantes que París y la biblioteca más sofisticada de su época durante siglos.

Segundo: la cultura. El atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 fue el argumento final que coronaba la tesis del “choque de las civilizaciones” que con entusiasmo había anunciado Samuel Huntington hacía años en su libro que llevaba precisamente ese título. La reflexión académica se convertía finalmente en una agenda geopolítica piloteada por Bush; la narrativa era perfecta, la cultura violenta venía del mundo árabe y la redentora de Estados Unidos. Martínez Assad denuncia: “Es lamentable que sean más conocidas las acciones de los islamistas fundamentalistas partidarios de la guerra [...], que las argumentaciones de quienes desde los países musulmanes auspician el diálogo entre Oriente y Occidente.”

El autor propone un desplazamiento analítico, se trata de “desligarse [...] de la explicación que busca entender todo a través del enfrentamiento entre Occidente y Oriente” y acercarse más bien a la discusión sobre la cultura en un contexto de intercambios globales. Para ello, se detiene en puentes culturales especialmente relevantes, como los escritores Amín Maalouf y Orhan Pamuk, transitando por sus obras, reinterpretándolas en un código de intercambio y mediación entre estos mundos. Y lo propio hace con la música y el cine, como lenguajes que crean intercambios y que abren caminos. Para entender la complejidad del mundo árabe, parece sugerir el autor, la mejor entrada es detenerse en sus “escritores que tienen la habilidad para rastrear en los territorios del alma”.

Tercero: la identidad. En su primer texto Memoria del Líbano, Martínez Assad decía que “hay que tener cuando menos dos mundos porque, de lo contrario, se corre el riesgo de quedar encarcelado en uno de ellos”. Su constante repaso por la obra de Maalouf lo conduce a tomarse en serio las “identidades asesinas” y el problema del otro. Por ello subraya con insistencia “el gran abanico cultural formado por los pueblos que lo conforman”, o ese “océano de identidades que es Medio Oriente”. Explica el complejo vaivén de las identidades sobrepuestas, de la necesidad de “verse en el otro para entenderse a sí mismo”.

Cuando la invasión mediática homogeneiza el argumento y parece imposible observar con relativa claridad lo que pasa en algún lugar del planeta, acercarse a un libro como el de Martínez Assad permite refrescar la mirada. Salir de los simplismos y empezar a comprender la complejidad de los procesos socio-culturales. Descubrir el mundo árabe guiados por este texto parece una excelente decisión.


Elogio de la memoria

Antonio Valle


Manuela Garín, Saber/Contar,
Manuel Diego,
Oro de la Noche,
México, 2013.

Este libro fue hecho a partir de uno de los múltiples recursos vitales –en este caso el de la memoria–, verdadero prodigio de una mujer que el primer día de enero cumplió cien años. Cifra y constelación que comparte con la novela Cien años de soledad, no –por supuesto– el aislamiento orográfico de Aracataca-Macondo, sino el sentido del tiempo real y maravilloso. Así pasa con las historias de Saber/Contar que Manuel Diego escribió. Este libro también pudo llamarse cien años de amistad, de dignidad y sentido del humor, características que han hecho de Manuela Garín una mujer entrañable, no sólo para el grupo de mujeres militantes que la acompaña, sino para la constelación de seres humanos que gira en torno a los apellidos Álvarez–Garín y en torno a las cifras 2, 10 y 68. Mundo paradójico y difícil de etiquetar en una época en la que algunos sabios, basados en su visión lineal del tiempo, intentan hacernos creer que la historia no sirve de nada.

La historia no sólo no ha muerto sino que es una materia que puede ser tratada con calidez y decoro. A propósito de esto, la frase de Milan Kundera –que no por famosa deja de ser elocuente–: “La lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, es una idea que algunos sobrevivientes, entre el aluvión de lágrimas y proyectiles, debieron pensar o pre-sentir desde la noche más oscura de Tlatelolco. Como Némesis –heroína de la memoria– también es guardiana de la igualdad y del orden universal, en la guarda de Saber/Contar aparece una cita de Elena Poniatowska que describe el carácter de Manuela Garín:

La Madre-Coraje de Brecht se queda corta. “Cuídate mucho.” Se da cuenta de que yo soy de las incautas que creen que todo el mundo es bueno, todos lo quieren a uno, todo es fácil y todo va a salir bien. Mientras que en la cárcel los presos políticos cargan el día, yo lo atravieso. ¿Ya se hizo de noche? Ni cuenta me di; Manuela, sí. Tampoco sabía yo del egoísmo y la indiferencia de las “autoridades”, el “Señor Misterio” como llaman los presos más pobres al Ministerio Público, ni imaginaba el peligro o el miedo. Manuela sí, porque Manuela viene de regreso de todos los peligros…”

Este fragmento de La noche de Tlatelolco coincide con el proceso de creación de Saber / Contar, libro “hecho de memoria” a partir de las entrevistas que Manuel Diego le hizo a Manuela Garín. Formidable retrato hablado al que acompaña una serie de fotografías para atestiguar que la belleza actual de esta mujer es la misma que ha venido prodigando durante décadas. Esas instantáneas –tomadas desde que ella tenía tres años hasta las más recientes– integran una cronología visual que da cuenta de las múltiples facetas que ha vivido la legendaria maestra emérita de la UNAM. En El viaje a la ficción, Mario Vargas Llosa cuenta la leyenda de un personaje –perdido en la noche de los tiempos– que era capaz de narrar con tanto sabor y elocuencia que los indígenas del alto Perú hacían suyas las historias incorporándolas a su memoria. Semejante al narrador mítico, Manuela Garín es parte de una legión de estupendos “contadores” de historias.

Ella ha traído a la mesa –por ejemplo– a los “lectores de tabaquería”, personajes de fábricas cubanas que relataban historias y cuentos sin fin mientras los trabajadores forjaban los famosos puros cubanos. Así Manuela prueba –como dice Roland Barthes– que saber y sabor tienen la misma raíz etimológica, cuando sin habanos, pero entre sabrosos platillos y tazas de café, la escuchamos conversar con su cubanísimo acento. El libro abre con una escena iniciática y como de película. Se trata de una gran ballena flotando en el mar de sus recuerdos más antiguos. Como la Moby Dick de Melville, o el arquetipo del inconsciente de Jonás, la gran ballena representa la vida por venir de la maestra de matemáticas. Entonces desde España –y siendo una chavalita– Mane atravesaba el mar Atlántico para llegar a Cuba, país en el que viviría hasta la década de los treinta, cuando ante los amagos de represión de la dictadura de Machado se vio obligada a salir rumbo a México con su familia. 

Uno puede concluir con El tiempo, gran constructor, libro de Marguerite Yourcenar, que para fluir de verdad en el tiempo se precisa concertar la vida personal con la vida toda. Experiencia que fusiona al tiempo real –social e histórico– con el tiempo mítico de la esperanza y los sueños; además, por supuesto, de tener una salud a prueba de las furias y pandemias que producen las catástrofes ambientales. En este sentido Federico Cruz, chamán y profesor universitario de ética, desempeña un papel importante, ya que es el responsable de la salud de Mane y de los amigos que se reúnen a celebrar con ella las fiestas de la memoria.

Este libro –que comparte historias con personajes entrañables como Bola de Nieve, María Fernanda Campa, Olga Benario o Elena Poniatowska–, toca momentos álgidos de la lucha que los jóvenes impulsaron en 1968 para provocar el cambio cultural más importante en la historia reciente de nuestro país. Manuela Garín: Saber/Contar es, además de un elogio  de la memoria, un homenaje a Raúl Álvarez Garín, líder social emblemático del México contemporáneo.


Los cines del recuerdo

Luis Enrique Flores


Viendo la luz… Salas de cine en la literatura mexicana,
Gustavo García (compilador),
Uva Tinta,
México, 2013.

La nostalgia por el acto de asistir a los cines de antaño, aquellos previos a la llegada de las multisalas y uniformidad cinepolera o cinemexera, es la manera en que se podría sintetizar este compilado de textos, publicado de manera póstuma y en merecido homenaje al crítico de cine Gustavo García, fallecido el 7 de noviembre del año pasado.

Cualquier lector de las principales urbes del país, nacido antes de la década de los noventa del siglo anterior, tiene una historia que contar de sus andanzas a las salas cinematográficas que tenían de todo –hasta pulgas–, salvo la homogeneidad que las caracteriza hoy día.

Es el caso de quien esto escribe que, nacido en el año que se estrenó La guerra de las galaxias, afortunadamente, todavía me tocó vivir el ocaso de cines que pueden catalogarse como joyas arquitectónicas, tales como el Ópera, el Hipódromo o el Palacio Chino.

Y la memoria no me liga a más recuerdos de este tipo, pues mi residencia en la periferia oriente del Distrito Federal impedía a la familia desplazarse con frecuencia a las salas antes mencionadas. Así que los cines de mi recuerdo son los dúplex Cinemas Lago, el Papanoa y el conocido “piojito”, cine Maravillas, mote bien ganado porque, al menos un par de ocasiones, mis padres y hermana fuimos vehículos de un grupo de chinches difíciles de exterminar.

Viendo la luz…, de Gustavo García, recoge en microhistorias la experiencia en las salas de cine de diferentes autores mexicanos, de distintos estilos, épocas y opiniones, como Martín Luis Guzmán, Ramón López Velarde, Salvador Novo, Jorge Ibargüengoita y Sergio Pitol, entre otros.

Podemos encontrarnos, entonces, con textos maravillosos, como un artículo de Luis G. Urbina, publicado en 1896, en el que habla de la muerte como espectáculo, del Kinetoscopio y el nacimiento del cinematógrafo. Pero esa fascinación inicial la condena cuando los “ricos” del año 1906 ya asisten al cine (El Salón Rojo, el Pathé o el Montecarlo) pues, para Urbina, esto significaba rebajarse, ya que el cinematógrafo estaba hecho para “un público de ínfima calidad mental, desconocedor de las más elementales nociones educativas”.

En contraste, también hallamos confesiones sinceras como la del poeta Amado Nervo, quien, al inicio de un texto de 1907, apunta: “Voy a confesaros una modesta e ingenua predilección que no es sin duda propia de un hombre refinado: yo amo el cinematógrafo…”

Quizás el texto más sobresaliente de Viendo la luz… es el cuento de Eraclio Zepeda “De la marimba al son”, que vale cada peso que cuesta el libro; con razón, es uno de los favoritos de Gustavo García, sobre todo por el origen chiapaneco de ambos.



Yegua nocturna corriendo en un prado de luz absoluta,
María Baranda,
Ediciones Sin Nombre/UNAM,
México, 2013.

Este es “un ejercicio enorme de transparencia [...] que aspira a ser absoluta”, donde “la iluminación es también desolación”. Lucidez alucinada, como la que alguna vez describiera Sor Juana en uno de sus más célebres poemas, la de María Baranda es una invitación a no cerrar los ojos ante la certidumbre del azoro que suele provocar por la realidad cuando se le ve en plena desnudez.