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Veracruz: periodismo, incertidumbre y terror
Para Goyo Jiménez, hoy que ya sabemos
A Gregorio Jiménez, “levantado” afuera de su casa en Coatzacoalcos, no lo conocí personalmente. Basta saber que era periodista y que fue agredido. Que es uno más en una lista vergonzante para el gobierno del priísta –de derechas– Javier Duarte de Ochoa (delfín de Fidel Herrera Beltrán, a quien medio en broma y medio en serio allá en su estado le decían el z-1), de comunicadores a los que se ataca por su labor. Sé que Gregorio indagaba agresiones a migrantes centroamericanos en Veracruz y es sabido que ese es negocio de cierto cartel, de las policías locales y de corruptos funcionarios del instituto mexicano de migración. Seguramente la versión oficial y exculpatoria de los ineptos funcionarios veracruzanos rebuznará otra cosa.
Para nadie es secreto que el periodismo en Veracruz –como en Tamaulipas o Chihuahua– lleva demasiado tiempo viviendo (decir “viviendo” es un caro eufemismo) bajo la égida del terror, la violencia, la intimidación o, más cómodamente, la cooptación, el cohecho y la sumisión, quizá en ese orden lamentable. Una cosa fue, por ejemplo, el enfrentamiento que sostuvieron por posiciones políticas diarios como Sur o Diario del Istmo (que destaparon a Cuauhtémoc Cárdenas allá por el fraude de 1988 que impuso al hoy “victimado” titiritero Salinas) con el salinismo por vía de ese patético personaje que fue Patricio Chirinos como gobernador ausente, y más bien con ese mal disimulado represor del PRI que era el hoy incomprensiblemente panista Miguel Ángel Yunes Linares cuando fue secretario general de gobierno, en los hechos gobernador de facto, y muy otra que la lógica gubernamental, bajo sospecha de ser también la de poderosos grupos criminales es “te alineas o te callas”. No es secreta en Veracruz la abyección lamentable de la mayoría de los medios impresos y prácticamente todos los televisivos y radiofónicos, dedicados más a rendir pleitesía, y cobrarla, que a informar de la verdadera situación del estado, y esto es por una mezcla nefasta de miedo y conveniencia. Basta tomar cualquier publicación local para encontrar fotografías del gobernador o sus más cercanos personeros engolados, altivos, haciendo rimbombantes declaraciones de aire caliente. Salvo quizá el diario del puerto jarocho Notiver y algunos otros como La Jornada Veracruz, en papel prácticamente no hay críticas. Nadie cuestiona las evidentes, descaradas corruptelas de los funcionarios cercanos al gobernador. Nadie investiga ni mucho menos revela de dónde salen las fortunas con que un puñado de indeseables, algunos llegados al estado durante la campaña de Duarte materialmente “con una mano atrás y otra adelante”, de pronto compraron una casa. Y el terreno de al lado. Y la casa de atrás. Y el par de terrenos adyacentes y de pronto, de manejar un coche modesto, ahora manejan (bueno, el chofer) una camioneta Infinity que cuesta más del millón. Nadie remueve el aciago asunto aquél de los 25 millones con que fue sorprendido un achichincle de Duarte en Toluca (que por cierto, según creo, le fueron devueltos). Nadie mueve mucho ya la razón de la muerte del cantante Gibrán Martiz, quien presuntamente antes de ser asesinado sostuvo un altercado con el junior de un poderoso funcionario estatal. Nadie indaga sobre tantas porquerías de las que tantos saben, porque saben que en ello les puede ir la vida. Sólo en redes sociales, en internet, brotan algunos cuestionamientos a menudo y lógicamente anónimos.
Escribo esto el sexto día en que Gregorio Jiménez seguía desaparecido y a minutos del anuncio de su muerte. Un par de días después de que Duarte le ofreció a su esposa una casa, para tratar de bajar el calor mediático en lugar de atender emergencias estatales de violencia, impunidad y sobre todo corrupción, esta última la tara a la que él mismo debe puesto y permanencia hasta el momento. Escribo esto cuando el de Gregorio se suma a decenas de nombres de periodistas agredidos y asesinados en Veracruz. El suyo es ya uno más de esos expedientes que son ejemplo de ineptitud, más corrupción y una perversa complicidad, a pesar de operaciones cosméticas coordinadas desde la deleznable oficina de (in)comunicación social del estado o de abiertas, descaradas infamias como la cometida contra la corresponsal de Proceso. Y escribo esto mientras Televisa Veracruz y TV Azteca Veracruz transmiten su dosis habitual de mierda, y en lugar de sumarse a la indignación internacional por el asesinato de Gregorio, hacen como que no pasa nada.
No vaya a ser que se les enoje el góber.
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