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Orlando Ortiz
Los mata viejitos
Hace algunos días o, para ser más preciso, a mediados de julio, apareció en los medios la noticia de que habían detenido a una banda de asalta viejitos. Lo preciso porque ya se recordará que antes está la mata viejitas, y éstos tenían como objetivo solamente robarles dinero, tarjetas de crédito y objetos de valor encontrados en las viviendas de sus víctimas. Pero a veces se les pasaba la mano y dejaban en la escena del crimen un difunto. La banda estaba integrada por supuestos promotores de productos naturistas. Por ejemplo, leche de alpiste, que con un poco de una substancia parienta del diazepam se la daban a los sujetos de la tercera edad o adultos mayores (para conservarme en el ámbito de la jerga actual); con esto pasaban a los brazos de Morfeo (para recordar la jerga de otros tiempos), pero supongo que en algunos casos las víctimas iban más lejos porque en la información que se dio a los medios mencionaban que había dos o tres muertos, aunque callaban si fue por muerte natural o provocada por los malhechores. El caso es que, espero, habrán de ser juzgados por homicidio culposo, o con todas las agravantes de la ley.
Hace algunos años, urgidos por ingresar al primer mundo y la civilización, comenzaron a darse cambios importantes en el aparato gubernamental. Había una gran crisis en el sistema de jubilaciones y pensiones porque, argumentaban, la administración de tales fondos había sido deficiente, equivocada –esto no lo dijeron: fraudulenta– y urgía realizar cambios. Había que dejar atrás las prácticas paternalistas y populistas de los regímenes anteriores y dar un paso hacia la modernidad y la responsabilidad. Ya cada quien sería responsable de crear su fondo de ahorro para el retiro. Eso le costaría unos pesos a pagar en el banco donde tuviera su dinero, pero a la larga sería mucho mejor, dijeron (callaron si para el banco o para los usuarios: si el banco va a tener en sus arcas ese dinero y lo manejará a discreción para préstamos cobrando intereses, entonces, ¿por qué cobrar a los dueños del dinero que les está proporcionando pingües ganancias? Esto es algo que nunca he podido explicarme, y cuando le pregunto a economistas, financieros y gente común y corriente, tampoco pueden hacerlo).
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Uno de los argumentos para esta “modernización” era que de esa manera su dinero no correría el riesgo de ser manejado fraudulentamente por funcionarios y similares. Para no hacer un recuento de los sustos que en estos años han tenido los adultos mayores, sólo mencionaré que también en julio apareció la noticia de que Citigroup-Banamex informaba que un retiro de 54 mil 568 millones de capitales golondrinos había causado un retroceso del 7.5% en el mercado de bonos, lo que afectó considerablemente el valor de mercado de los fondos para el retiro de los trabajadores. Los bancos culpan de ese tropiezo a los capitales golondrinos, es decir, los provenientes del extranjero, de capitalistas extraños que retiran su dinero a la hora que se les antoja y como se les antoja.
Pero… también supongo que esto afectará de igual manera el monto de las pensiones de los que están por jubilarse, y me temo que asimismo las de quienes ya están retirados y reciben una mensualidad miserable. La reducción de sus de por sí minúsculos ingresos seguramente repercutirá en su salud y en los niveles de alimentación, lo cual en alguna medida se puede traducir en un deceso anticipado, y no de dos o tres de ellos. ¿A quién culpar en este caso? ¿A los capitalistas especuladores sin nombre, a los bancos, a las autoridades hacendarias o del trabajo? Me temo que a estos culpables nadie los juzgará y habrán causado muchas más muertes que los mata viejitos naturistas.
Lo anterior me llevó a pensar (tal vez porque me aprieta el zapato por ahí) que son pocos los relatos protagonizados por hombres o mujeres en “edad madura”. Recuerdo alguno de Chéjov, otro de Tolstói, uno más de Flaubert, de Hemingway… pero no son muchos si los comparamos con los cuentos y novelas protagonizadas por mujeres infieles, donjuanes, jóvenes reventados, hacendados, banqueros, obreros, campesinos, caciques, activistas políticos, etcétera. Podría pensarse que se debe a que los narradores cuentan experiencias aparentemente propias o similares a experiencias propias, y son pocos los que han llegado a la tercera edad con el vigor y lucidez suficientes para seguir escribiendo. Es posible.
Sin embargo, no descarto la posibilidad de que inconscientemente nos percatemos de que estar viejo implica algo más: estar cerca de la muerte.
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