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El Rayo de La Villaloa
J. I. Barraza Verduzco
El Mano Enciso, amigo del Rayo de La Villaloa, que muchas veces la habían pendejeado en Ti Yei, habían luchado juntos en Nam, en Grenada, en El Salvador y se habían madreado como sombreros viejos en póquer y veintiuna por casi lo mejor de dos décadas, había escrito al Rayo desde México, implorándole involucrarse en “una buena lucha por un cambio. En la cual he metido mi terca y dura cabeza más de una vez según creo.”
El Mano Enciso escribió: “Desperté un día y lo que vi no era pobreza, era pura miseria. Casi solamente buenas madrizas, encarcelamientos, torturas y asesinatos a los cuales un hombre no puede ver sin hacer algo con su cómodo culito reposando en sillón confortable, aunado a salarios de mierda, cagadas condiciones de trabajo, desalojos y robos a los pequeños propietarios de la tierra, explotación del pueblo en general por los cárteles del petróleo y de la droga, etc. Tan sólo un dato estadístico: 17 mil paisanos murieron el año pasado de hambre. Entiende carnalito, es aceptable que la gente muera de cáncer, del sida, de infarto e influenza. ¿Pero de hambre? Los caciques están vendiendo la tierra de los campesinos, que las cooperativas campesinas de los ejidos les otorgaron después de la revolución de 1910. Esto no es comunismo contra capitalismo, compita, es vida o muerte. Dos tercios de la gente aquí en La Villaloa, donde establecimos jefatura, no tienen ni siquiera electricidad, estas pobres gentes viven en chozas sobre el pinche piso de tierra. En el Ejido de la Santa Primavera los plebes comen si acaso una vez al día, los adultos sólo cuando se puede llevar al cabo una expropiación. La ironía es que la región es una de las más ricas de México, con centenares de millones de dólares disponibles para el desarrollo de la agricultura, la investigación petrolera y perforación de pozos. El pedo es que solamente del 15 al 20% de ese dinero ha sido gastado verdaderamente ‒el resto está en los bolsillos y las cuentas bancarias de un pequeño grupo de personas, que mantienen control sobre la política conservando el Estado al revés. ¿Te suena familiar?, échale güevos y vente pa’cá, hombre. Los indios me dicen Tatic, honrado. También tú puedes ser un Tatic. Esta gente nos necesita, Rayo. Esto que les hacen es el clavo final en su ataúd. México está en el borde de convertirse en una maquiladora gigante. Vente pa’cá’rriba y échanos una mano.”
El Rayo de La Villaloa mostró la carta del Mano Enciso a la Cobra Rojas y explicó que se tenía que ir. Ella la leyó y le dijo que entendía todo eso, pero que tendría que llevarla con él. “No te puedes ir solo”, le dijo Cobra Rojas, “porque puede suceder que despiertes con tu cabeza dura metida en un buen rompecabezas al que le falten algunas de sus mejores piezas.” El Rayo hizo algunas muecas abrazando a su esposa y luego luego dijo: “Cobra, no sabes en verdad cómo deseo que mi gente hubiera podido encontrarte mucho antes. Eres de su clase y tipo.” “¿Cómo explicas lo que pasa en La Villaloa?” “Repugnante, vil, asqueroso.” Cobra Rojas soltó una carcajada. “¿Qué te parece tan divertido?” “Mi Rayito chulo,” le dijo Cobra, “creo que estuve allí antes”.
Foto: archivo La Jornada
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