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Lázaro Cárdenas, ese privatizador
A pesar de todo lo visto durante décadas en materia de mentís y descaro, de toda la abyección exhibida, el gobierno y sus palurdos compinches de los medios masivos siguen sorprendiendo. La caradura del régimen del que se dice presidente y de sus personeros no es rayana casual en oligofrenia: es una estrategia bien estructurada. La mentira es el mensaje y demagogia es lenguaje. Así de simple.
Antes, al menos salvando las apariencias con un minúsculo prurito de corrección política, se disimulaba un poco la intención escondida, el albazo, la represión. Pero el estilo del nuevo PRI es claro y a su muy retorcida manera contundente: se dice lo contrario a lo que se propina, se le hace manita de puerco a la referencia histórica y cualquier canallada vale con tal de adornar la prepotencia. Porque sí. Porque tienen y son el poder. Porque los dejamos.
Los embates dirigidos desde el corporativismo extranjero a la resistencia histórica de los mexicanos a ceder PEMEX y su cuantioso potencial de fortuna tienen quintacolumnistas en el poder desde mucho antes de que Enrique Peña Nieto fuera impuesto con un fraude electoral evidente y burdo, pero apuntalado con un férreo entramado de complicidades que arruinaron la credibilidad de buena parte de la poca verdadera oposición política, que radicaba hacia la izquierda, prostituyéndola. Ni siquiera es necesaria ya la lectura entre renglones para saber de qué lado masca la corrupta iguana (o debemos decir el dinosaurio): de pronto se le regresan al hermano impune de Carlos Salinas sus caudales; de pronto se esfuma un narcotraficante de cepa; de pronto PEMEX, todavía soportando a un parásito como Carlos Romero Deschamps, se ve al alcance de picos ávidos pero sin esclarecer la tesorería paralela que le inventó el cerdo tartufo Calderón por medio del holding pmi. De pronto, puestos a ver, buena parte del gabinete de Peña viene directamente del salinato que tanto niega, desde la gubernatura del Banco de México hasta la presidencia misma de la paraestatal en venta.
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Pero lo que desquicia es, decía, la mentira cínica. La inmensa, intensa, machacona, repetitiva, seguramente onerosa campaña mediática desplegada a toda vela por el gobierno de su Nueva Alteza Serenísima, y que con toda trampa esa campaña se resume en afirmar que las intenciones de Lázaro Cárdenas, precisamente cuando hizo exactamente lo contrario a lo que hace ahora Peña Nieto, eran las de privatizar algunas áreas secundarias de la industria del petróleo. Vaya estupidez. El PRI, su gobierno de pacotilla, los empresarios involucrados que salivan con el trozo del pastel por venir, aventuran revisionismos absurdos, contradictorios, erróneos, para llamarlo de alguna manera que no sea una cadena de obscenidades apenas equivalentes a la vileza y la cobardía de quienes están detrás del jodido tinglado. El solo hecho de que los sátrapas catequistas de la privatización lleven en el hocico el presunto discurso de Lázaro Cárdenas es una bofetada a una de las pocas gestas mexicanas de pundonor y dignidad. Cárdenas fue astuto: estatizó industrias geoestratégicas cuando Estados Unidos e Inglaterra se abismaban en la segunda guerra mundial. No fue un arrebato nacionalista y ya. Fue un cálculo frío, un golpe de mano bien dado a favor no del extranjero sino, siquiera por una vez en la larga colección nacional de derrotas maquilladas, a favor del mexicano. Y una caterva de revisionistas de derechas, de imbéciles avariciosos, se quiere llevar ese logro entre las pezuñas con los argumentos más imbéciles que, bien lo saben, no convencen a nadie. Por eso socorren, perversos, la mentira cínica y sonríen a cuadro, y prometen bondades que no nos van a llegar nunca. Cabrones. Apuestan a la enajenación, al desgaste, al fastidio. A la muy mexicana indolencia. A la cobardía colectiva.
Mientras tanto, el país se nos desmorona en una espiral sin fin de violencia que no pudieron borrar por decreto ni con la sempiterna censura de los medios para los medios. Siguen allí los asesinatos cotidianos, las diarias masacres, los levantones, los atentados, los enfrentamientos, las desapariciones. Y los robos, los fraudes, los secuestros, los yúniors, las familias impunes, la riqueza inexplicable de unos pocos y la miseria avasalladora, creciente de decenas de millones de crédulos, analfabetas, idiotas funcionales, tristemente útiles al régimen. Porque un idiota no cuestiona. Ni mucho menos reclama. Y ni pensar que milite, defienda, haga valla o busque con denuedo justicia.
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