Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de agosto de 2013 Num: 963

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los premios
José María Espinasa

Murmullos de Julio Estrada: simbiosis
de música e imágenes

Jaimeduardo García entrevista
con Aurélie Semichon

El Apocalipsis
según Del Paso

Élmer Mendoza

Religión, intolerancia
y barbarie

Fernando del Paso

La verdad y sus delirios
Hugo Gutiérrez Vega

La ventana
Dimitris Papaditsas

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Más allá de la insensibilidad

Siete años de políticas erróneas porfiadamente sostenidas –policiales y jurídicas, pero también sociales y económicas–; alrededor de cien mil muertos ocasionados por la “guerra contra el crimen organizado”, veintitantos mil desaparecidos, una cifra indeterminada de desplazados, de extorsionados y de núcleos familiares hechos trizas, así como la casi totalidad de ciudadanos justificadamente temerosos de perder vida y propiedades –en cualquier momento y por cualquier causa o sin ella–, son el medio propicio para que la lectura más recurrente que se ha hecho de Heli (Amat Escalante, México-Francia-Alemania-Países Bajos, 2013) tenga que ver con la insensibilidad: se ha dicho, desgraciadamente no sin razón, que al público mexicano poco pueden sacudirlo las imágenes de violencia brutal que, desde la primera secuencia, establecen el tono del filme, porque mucho y peor que eso ha visto y sigue viendo en su realidad de todos los días, y la única diferencia consiste en la cantidad o el sitio donde apareció el ejecutado, el colgado, el descabezado, el fundido en ácido, la fosa clandestina... No por nada, el (des)gobierno actual tiene como eje de acción la doble insidia de dejar hacer, dejar pasar –con Caro Quintero liberado como cereza del pastel–, mientras los medios masivos de comunicación son “invitados” a no difundir el horror, o al menos a disminuirlo tanto como sea posible. En esa misma línea, se ha repetido demasiadas veces la supina estupidez de que el cine no debiera hacerse eco de la barbarie mexicana, porque “denigra” al país, o porque “ya basta de lo mismo”, o porque “también hay que hablar de lo bueno”.

La traída y llevada crudeza de Heli –por lo demás idéntica a la que el director y guionista manejó en sus dos primeros largometrajes, Sangre y Los bastardos– más bien debería ser nombrada precisión, exactitud, verosimilitud extrema y profundo realismo: nada en la cinta queda fuera de aquello que, más que saber, padecemos los mexicanos, comenzando por la referida desensibilización que causa la exposición reiterada, siguiendo con una noción extremadamente paradójica –dada la abulia general, así como el inmediato, automático desinterés y búsqueda de distracción y entretenimiento– de que todo está mal pero podría estar peor y además no tiene remedio, y culminando con una mezcla que se supondría imposible, de miedo y resignación.

Todo esto supo narrar, con claridad y contundencia tremendas, Escalante en Heli, cuya secuencia de tortura crudelísima, atestiguada por tres menores de edad y un ama de casa, mientras se juega algo en un Playstation, se consume droga y se calienta la cena, es algo así como la suma del presente y el futuro nacionales: mientras no seas tú al que sacan violentamente de su casa, amarran, amordazan, cuelgan de una viga, apalean por la espalda, le rocían los genitales con gasolina y les prendan fuego, puedes estar tranquilo…Y para que todo eso pueda sucederte no hace ninguna falta que seas miembro de los zetas o caballero templario ni nada, como bien lo sabe Heli, el protagonista: basta con estar en el lugar y el momento equivocados, en un país donde todos los lugares y todos los momentos pueden serlo.

Sinonimia antónima

Insensibilidad creciente de quien atestigua, sí. Horror sin cortapisas y sin escamoteo, sí. Crudeza que se apoya en una mirada desasida de tan objetiva, también; pero el guión difícilmente podría decir con mayor elocuencia lo que plantea Heli: tras una quemazón oficial, rimbombante en su retórica hueca, un militar sin rango sustrae –es obvio que de bodegas del ejército– dos paquetes de cocaína con el propósito de venderlos por su cuenta, y ese robo lo desencadena todo: persecución, tortura, asesinato, violación sexual, quebrantamiento absoluto del orden social y, especialmente, inversión total de los papeles: la institución gubernamental encargada de combatir al narco es primerísima colaboradora de éste y, por lo que resulta fácil deducir, puede que hasta su líder.

Ambiguo para ser más claro, el filme no establece el punto exacto en el cual el crimen organizado lleva placa o ya no la lleva, pero por si quedara alguna duda, el amedrentamiento último al que Heli es sometido corre a cargo de un vehículo militar, perfectamente identificado con su número de serie al costado.

Que de historias como la que cuenta Heli se quejen los que disfrazan de apatía su miedo, sólo confirma la tesis del filme: aquí nadie estamos a salvo, máxime cuando protector y agresor han dejado de ser términos antónimos.