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Alonso Arreola
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Kurt Elling, Kurt Elling, Kurt Elling
Repetimos su nombre porque no queremos que se le olvide a la lectora, al lector; porque aun sabiendo de su existencia y talento, nunca sospechamos que nos provocaría semejante conmoción en directo. Vayamos desde el principio. Hace unos días fuimos invitados a Tónica: Encuentro Internacional de Jazz en Jalisco (del 2 al 11 de agosto), un gran proyecto pedagógico con diversas actividades de difusión y análisis, así como conciertos en distintos foros de Guadalajara.
Allá estuvieron grandes exponentes del género en nuestro país (Iraida Noriega, Alex Mercado, Mark Aanderud, Aarón Cruz, Pancho Lelo, Gabriel Puentes, Agustín Bernal, Germán Bringas, Gil Cervantes, por nombrar algunos), así como invitados notables del extranjero (Nycholas Payton, Kenny Garret, Arturo O’Farrill, Jay Rodríguez, Ben Allison, Dean Bowman, Steve Cárdenas, Stomu Takeishi, entre muchos más). Y bueno, de lo poco que pudimos atestiguar en los tres días que duraron nuestras actividades, quisiéramos concentrar este esfuerzo dominical en el concierto de Kurt Elling sucedido en el Teatro Degollado. Sí, en línea con lo escrito durante dos décadas por las plumas de Jazziz y Downbeat, hablamos de uno de los grandes cantantes de jazz de todos los tiempos.
Nacido en Chicago hace cuarenta y seis años, su éxito, creemos, radica en un raro virtuosismo ajeno a florituras excesivas o flamboyantes gestos escénicos, que no apuesta por el inmediato ataque a los registros altos de la voz y mucho menos por un repertorio puramente complaciente. No. Elling es un auténtico maestro de la administración, la contención y el desarrollo de un espectáculo. La curva que genera es una cátedra sobre cómo presentar a un conjunto que poco a poco muestra capacidades inmensurables.
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La primera pieza es nítida, precisa. En ella introduce a su más importante colaborador, el pianista Laurence Hobgood, quien desde el principio evidencia un fraseo lleno de aire con breves y contundentes momentos impresionistas, clásicos. Para la segunda composición es el guitarrista John McLean quien sorprende con su sonido, velocidad y precisión durante el solo. Lo suyo señala influencias variopintas sin jamás sobrepasar el lienzo establecido. La tercera inicia con un diálogo entre Elling y el baterista Kendrick Scott, sabio en el uso de platillos y percusión con manos.
Aprovechando hasta el sonido del micrófono contra su ropa, el cantante juega con patrones cercanos a la tala hindú, evidencia el conocimiento de las diversas culturas que han explorado las posibilidades de la voz humana.
Para la cuarta canción es el contrabajista Clark Sommers quien regala algo que faltaba: blues. Es así como cada miembro aporta una personalidad, una geografía, una perspectiva distinta a la suma final, al balanceado collage donde jamás se ensucia la canción, la integridad de la letra y el eje que la presencia de Elling establece, incluso haciéndose a un lado para compartir su territorio. Es un tipo muy generoso. Es fácil deducirlo. Sabe que ni todo el talento del mundo se sustenta solo, sin un clan como el que lo rodea.
De Burt Bacharach (“House is Not a Home”) a Tom Jobim (“Luiza”), pasando por un bolero de Félix Reina Antuna (“Si te contara”), el cantante inserta gradualmente la obra de su más reciente placa, 1619 Broadway, ésa en la que la buena literatura de otros autores mantiene un peso fundamental. Allí otro aspecto relevante. Kurt Elling cuenta numerosos proyectos musicales relacionados con la literatura de Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Walt Whitman y varios autores más que, en su voz, han adquirido un importante impulso para nuevas generaciones. Colaborador permanente del Steppenwolf Ensamble de Chicago, sus intereses también se han cruzado con la danza contemporánea (su esposa es la bailarina Jennifer Carney) y el teatro. O sea que, mientras más nos acercamos a la huella de este ganador del Grammy, más nos sorprende la complejidad de su ser artístico.
Finalmente podemos decir que, a diferencia de otros grandes intérpretes (Sinatra, Bennett, Mel Tormé, Al Jarreau), Elling ha tomado mayores riesgos interdisciplinarios, por lo cual pisa escenarios y festivales disímbolos en los cinco continentes. Ténganos confianza quien nos lee. Invertir tiempo en escucharlo no provocará bostezos ni la sensación de participar en el jazz más pop (Michael Bublé, Jamie Cullum), ni en el negocio de un crooner medianamente improvisado (Rod Stewart). Kurt Elling es tradición en movimiento. Kurt Elling es un continente vasto. Kurt Elling es un chingón. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.
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