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Según spam, esto soy yo
Debo tener muchos enemigos. Debe haber por ahí afuera, en el mundo cruel, una turba que me aborrece y no teniendo hachones, trinches ni antorchas para convertirse en horda de linchamiento que sitie mi castillo, echa mano de la informática, que ya hemos visto últimamente qué tanto tiene de ventaja comunicativa y qué tanto de poderosa arma del imperio.
A mí, la turba me lanza constantemente, aparte de ocasionales y muy sanas mentadas de madre (sanas porque cada mentada de madre, se dice, es un tumor menos), los venablos informáticos de su spam. Hay de todo. Un constante bombardeo de ofrecimientos deslumbrantes que esconden, como Yago, la daga envenenada de un virus informático, un gusano barrenador de mi privacidad: falsamente amorosos ofrecimientos de todo, de dinero en préstamos, de dinero a raudales en negocios fáciles, de caricias amorosas, de créditos hipotecarios ridículamente baratos… De pastillas para –tiemblo de imaginar que el espionaje moderno llegue a la foto satelital que con nitidez, allende la estratósfera, me atrape en cueros por el ventanuco de mi baño– aumentar el tamaño de mis genitales, para hacerlos más vigorosos, para que mis presuntas amantes (ninguna) o mi mujer (una sola) me recuerden por el resto de sus vidas como el tigre de alcoba más brutal, salvaje, incansable y complaciente que tuvieron la suerte de encamar. Siempre hay un gringo (así los imagino: gringos) queriendo compartir conmigo el secreto para perder peso de Drew Barrymore o Sandra Bullock. Deberían en todo caso pasarme el secreto de Brad Pitt, o de perdis el de Jack Nicholson.
Durante el proceso electoral del año pasado sostuve acaloradas discusiones con la parentela y algunas amistades por correo electrónico y en redes sociales sobre las marranadas del pri y la manera tramposa en que se impuso a Peña Nieto como presidente. Critiqué duramente –y fui duramente criticado por ello– la tibieza opositora y la que entonces me pareció tramposamente pactada manera en que la derecha, representada por el partido Acción Nacional, le hacía el juego al PRI. Como tengo muchos parientes de derechas, la cosa se puso color de hormiga. Y viene a cuento el pleito pasado porque curiosamente alguno de ellos vivió muchos años en Brasil y buena parte de ese correo basura que me satura hoy me llega en portugués. La venganza, supongo, a veces suena a samba.
Pero mi caso es del más prestigioso alcance internacional. Recibo, además del brasileño, spam en español de México, Argentina, Chile y Colombia; inglés gringo, británico y canadiense, francés a saber de qué rincones del mundo y hasta algo que, por los caracteres, supongo chino mandarín pero igual es coreano.
Recibo ofertas de pisos y departamentos en Buenos Aires y en Miami, y a diario avisos de que me gané, otra vez, un depósito millonario porque soy el hombre más afortunado del mundo, y según parece cada diez minutos un emporio mundial decide regalarme desde diez mil dólares hasta diez millones de libras esterlinas por mi linda cara. Soy también un atractivo socio comercial para banqueros africanos, o sus viudas, o sus huérfanas, que se mueren de ganas de que les cobre lo que me dé la gana de comisión siempre que les diga en cuál de mis múltiples cuentas bancarias me pueden depositar esos seis millones de dólares –lo mismo que costaba un hombre biónico en los años setenta– que les urge mover.
Recibo invitaciones dispares que me permiten suponer que se me considera algo así como un Hombre del Renacimiento a la Da Vinci, y que sé prácticamente de todo: siempre hay una licenciada Marlene algo que me ofrece participar en un coloquio sobre outsourcing, o sobre perforación de pozos en aguas profundas. El licenciado Antonio Lu me avisa que puede llenar mi página web, que no existe, con millones de visitantes, mientras Estephany Domínguez me invita a aprender a operar una planta termoeléctrica de ciclo combinado y, de manera aseadamente comedida, Daniela Morales me dice que limpiarse el culo con papel de baño no es lo recomendable, que debo comprar un bidet.
Así que, haciendo caso de todas esas recomendaciones y ofrecimientos tan amables y generosos, en breve seré un garañón de espectacular virilidad, experto en tecnologías varias y, además, riquísimo, cosa que me hace muy feliz y sentirme muy querido por todos.
Pero no, no me manden más spam, que demasiado éxito en la vida no puede ser sano. Aprovéchenlo ustedes, los que me lo mandan, y si no saben qué hacer con el suyo, siempre queda la posibilidad de hacer un rollito…
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