Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Saki, el cuentista
Ricardo Guzmán Wolffer
Kafka en la obra
de Ricardo Piglia
Erick Jafeet
Narradores
desde Argentina
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Ricardo Pligia
Samurái
Leandro Arellano
Las mascadas de San Bartolomé Quialana
Alessandra Galimberti
La banalización, epidemia de la modernidad
Xabier F. Coronado
Spinoza y la araña
Sigismund Krzyzanowski
Cuando…
Mijalis ktasarós
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Plagios
Yo siempre he tenido un respeto enorme por mis manos. ¿Qué haría sin ellas? No podría juzgar a una mejor que a otra. Imposible decir: prefiero a la izquierda o me llevo mejor con la derecha. Negar a una u otra es negarme a mí mismo. Son parte de mi cuerpo, este saco de piel y huesos que me transporta de un lado a otro, sin cobrarme peaje. Pobre de aquel que establece fronteras entre sus manos, o entre sus dos ojos, siquiera. O si queremos ser más metafísicos: pobre de aquel que pone linderos entre cuerpo y alma, ética y estética. Lo que hagan mis manos es culpa mía, y lo que hago yo mismo las perjudica a ellas. Si mi boca insulta a un policía, mis manos van a dar a la cárcel también. Se juzga al conjunto, y no nada más a una parte. ¡Qué injusto!, bufarán. Y a la inversa: si mi mano izquierda plagia artículos periodísticos, se lleva entre las patas a mi mano derecha, escritora de novelas o cuentos, que nada tenía que ver. Y no sólo eso: de paso se lleva a mis piernas y hasta mi sombra, que se verá entre las rejas gracias a la luz de la luna. No podemos dividirnos, pues, por más esfuerzos y argucias que hagamos. Y más nos valga. |