Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de febrero de 2013 Num: 935

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Saki, el cuentista
Ricardo Guzmán Wolffer

Kafka en la obra
de Ricardo Piglia

Erick Jafeet

Narradores
desde Argentina

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Ricardo Pligia

Samurái
Leandro Arellano

Las mascadas de San Bartolomé Quialana
Alessandra Galimberti

La banalización, epidemia de la modernidad
Xabier F. Coronado

Spinoza y la araña
Sigismund Krzyzanowski

Cuando…
Mijalis ktasarós

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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El oficio del olvido

Edgar Aguilar


El huerto y la ceniza,
Leonardo Iván Martínez,
Instituto Mexiquense de Cultura,
México, 2012.

El huerto y la ceniza es básicamente un libro de amor. Sobre el amor fidedigno y su culminación (prolongación) en el poema. Sobre los deleitosos frutos del amor y su inevitable pérdida o consumación final. Es también un libro gozoso y apasionado que puede revelar mucho de su autor (y por lo tanto del lector), pues son poemas que fluyen con naturalidad y claridad. No hay tensión, ni versos oscuros, borrosos o fatuos, aunque sí, como en el destacado poema “Bonzo”, cierta fatalidad: “¿Qué razón, Señor, para el incendio de mi carne?/ ¿Qué funeral, Señor, me espera/ si ya en ceniza se ha tornado tanta furia?” Y más adelante: “Y ahora que me incendio,/ dime tú, Señor,/ si me confundo con el sol:/ ¿hallarán consuelo mis carnes después de tanta llama?” ¿Un guiño a la poesía religiosa de Santa Teresa de Jesús o, más cercana a nosotros, de Concha Urquiza? De ser así, se trata de un guiño afortunado.

Leonardo Iván Martínez (Ciudad de México, 1982) asume por principio, en este su primer libro, que en poesía nombrar lo esencial en la vida de cualquier hombre o mujer es el mayor de los atributos de todo acto genuinamente poético; que el oficio de poeta entraña asimismo mucho de sus experiencias más vitales; que los “temas” de la poesía y en la médula de la palabra son y serán la mayoría de las veces dolorosos. Proclives son algunos poetas a cantar sus vicisitudes más hondas y sus sentimientos más acendrados. Y a esta casi extinta estirpe, a veces incluso burlona o taimadamente (“Non sé si quier compaña/ Non sé si ello preciso/ Non sé si yo indeciso/ Me pierda en tanta maña.”), parece pertenecer este joven poeta.

Estructurado en cinco apartados de variado registro (Los pies del crisantemo, Soplo, Dicen que la muerte, El huerto y Sonetos), seguidos de un epígrafe donde podemos hallar diversas influencias (desde Roberto González, Roque Dalton, Rubén Bonifaz Nuño, Attilio Bertolucci y José Gorostiza, hasta Rockdrigo González o el Cantar de los cantares), El huerto y la ceniza combina las figuras cerradas con el verso libre. Es, sin embargo, digno de llamar la atención cómo las primeras se manifiestan más excelsamente que el segundo. Por ejemplo, “El quinteto de vientos”, que aparece en Soplo, es de una hechura notabilísima; lo mismo sucede con los sonetos “Miguel habla a Federico” (Dicen que la muerte), “Adán y el fruto verdadero” (éste en versos alejandrinos y que aparece en El huerto), y los sonetos finales. Contrariamente, los poemas en verso libre (salvo los aquí citados de manera fragmentada) los pasamos en general desapercibidos. Entonces la pregunta: ¿Por qué no volver a las formas tradicionales?

Si, como afirmó Víctor Hugo, el amor es un ardiente olvido de todo, Leonardo Iván Martínez parece entenderlo a cabalidad: “No aprendas, corazón, el oficio del olvido:/ deja que se marche en sigilosa zaga/ la compañera amante del trigal oscuro/, la candorosa dama de abrazo lubricante/ y la doliente viuda que secó sus ojos/ en los lazos con que anudas tu coraza.”


Un extranjero mexicano

Antonio Soria


Limo y luz. Estampas luminosas de la Ciudad de México,
Luis María Marina,
Ficticia/Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal,
México, 2012.

Español de nacimiento, el autor de las crónicas-ensayos que integran este volumen debe ser consciente –muchas de sus líneas así lo sugieren o francamente lo confirman– de su pertenencia a un grupo de autores ecléctico por partida múltiple: en lo profesional y en lo cronológico, para empezar pero, grupo al fin, unificados por dos gestos del espíritu, el primero de ellos causa y el segundo consecuencia.

A ese conjunto pertenecen lo mismo Bernal Díaz del Castillo que Alexander von Humboldt, y quien se sobresalte ante la mención de nombres así de inalcanzables descubrirá, cuando se interne en este Limo y luz, que sin lugar a dudas su autor comparte con aquéllos ese primer gesto espiritual antes mencionado, consistente en el deslumbramiento, el enamoramiento, la fascinación genuinas que en ellos ha provocado, para el primero, la Gran México-Tenochtitlan, y para el segundo “la muy noble y leal Ciudad de México”, dicho sea precisamente con las fórmulas aquí más adecuadas. Que comparte, como no podría ser más obvio, el segundo gesto-consecuencia, es decir, el impulso, la necesidad, el placer de dar cuenta de tal cautivación, y hacer que conste por escrito.

Limo por el remanente lacustre, luz por la manera en que ésta sabe pasear desde siempre en el Valle del Anáhuac, mismos que Marina supo apreciar mientras el desempeño de su labor diplomática le hizo vivir aquí, en la primera capital mexicana, esa peculiarísima relación que un miembro de servicios exteriores suele tener con la noción de (des)arraigo. Pero mucho más que eso, es decir, mucho más de lo abundante o escaso que puede abrevarse durante un lapso, para el caso, de cuatro años, es lo que Marina percibe, siente, sabe y comparte en sus Estampas luminosas: dicho de modo tristemente inevitable, conoce de México y lo mexicano –y no se habla nada más de la Ciudad y aquello que la identifica– claramente más de lo que innumerables mexicanos, chilangos o no, sabemos o podríamos mencionar si alguien nos preguntara. Ejemplos de lo anterior abundan en el libro, como podría dar fe la multitud que, teniéndolas al alcance de un pesero, jamás visitó ni por equivocación las muchas librerías de nuevo y de viejo que pueblan el De Efe, ni sabe dónde está la precisa esquina que albergó a la primera imprenta en el Continente Americano; que ignora la ubicación y hasta la existencia de la Casa Luis Barragán, cuya impronta urbana, la del arquitecto, enorgullece a tantos pese a la ignorancia supina inclusive de su nombre.

El extranjero, como se autonombra desde la primera línea, tiene y aprovecha la ventaja de no mirar la realidad “a través de la lente plana y cómoda de la costumbre”, esta realidad/cotidianidad que nos rodea y de la que somos parte y que en los ojos, en las letras de Marina, recibe un agradecible baño de novedad desde la perspectiva de todos aquellos que, tan acostumbrados a ver, van perdiendo la capacidad de observar.


El espectador omnívoro

Carlos Bonfil


El cine actual: estallidos genéricos,
Jorge Ayala Blanco,
Conaculta/Cineteca Nacional,
México, 2013.

La nueva faena de Jorge Ayala Blanco, que consiste en reunir las 350 películas extranjeras vistas, valoradas, criticadas, desmontadas y remontadas por él en el período de 2007 a 2010, se suma a ese vasto proyecto suyo que desde hace cinco décadas acaricia, construye y afina constantemente: proponer a lo largo de una treintena de títulos una verdadera summa de la crítica cinematográfica que permita a sus lectores apreciar lo mismo el cine nacional que el realizado en el extranjero, lo mismo las vertientes más populares del primero y el segundo, que las realizaciones más exquisitas de los dos. El afán omnívoro y totalizador de Ayala Blanco presta la atención más meticulosa a todo tipo de cine, desde el más menospreciado por su mercantilismo y ramplonería, hasta el más justamente reconocido por sus exigencias, búsquedas y hallazgos estéticos, y no tiene equivalente alguno en el oficio de la crítica de cine. Cada reunión de textos es un malicioso intento por atizar y poner a prueba la inteligencia o la paciencia del lector, invitándolo a encontrar las claves cifradas en esas taxonomías que el crítico utiliza para organizar sus críticas, y que bien pueden ensamblarse a través de verbos nucleares, constituir un juego de estructuras, recurrir a palabras clave o seguir un orden de abecedario temático para dar cuenta, a su muy peculiar manera, de la oferta de cine extranjero, del más comercial hasta el llamado cine de arte, que se ha visto en México en los últimos cincuenta años. Para sus lectores, pero de modo especial para los investigadores e historiadores, se trata del mayor registro de la exhibición fílmica en México, sobre todo si se complementa ese esfuerzo con la monumental tarea que constituye La cartelera cinematográfica que, en colaboración con María Luisa Amador, ofrece en versión impresa y en versión digital el maestro Ayala Blanco.

Todo esto es de todos bien conocido, aunque no siempre apreciado en su justa dimensión. Jorge Ayala Blanco no sólo ha sido un crítico de cine mordaz e inclemente, inevitablemente incómodo; ha sido y sigue siendo un valiosísimo formador de conciencias críticas, particularmente en el campo de la docencia; un maestro de críticos, guionistas y cineastas; un incansable fustigador de las complacencias y acomodos burocráticos; un feliz detonador, también, de la curiosidad y el entusiasmo cinéfilo.

El cine actual: estallidos genéricos registra las novedosas mutaciones de los géneros narrativos tradicionales, el surgimiento y desaparición de subgéneros atentos a la moda o al entusiasmo pasajero, híbridos que combinan terror y comedia de modo a menudo irreverente, imprevisibles muestras de una antisolemnidad jocosa que sigue acumulando adeptos, o expresiones también de un cine de autor cada vez más personal e intransigentemente contemplativo. El autor ennumera las vertientes múltiples: cine antes documental, hoy de no-ficción; cine feminista y cine de la diversidad sexual; cine de itinerario o de travesía; cine edificante, y también cine del terruño, o las combinaciones y metamorfosis que la sofisticación tecnológica vaya imponiendo a las narrativas cinematográficas en los años venideros. Esos estallidos genéricos conducen ciertamente a una subversión fílmica, aun cuando el autor se pregunta qué finalidad puede tener dicha subversión en una sociedad tan conformista como la nuestra. En cada crítica se consignan las características de esa diversidad de sublevaciones estilísticas, siempre a través de “una vivisección apasionada y placentera de sus ejemplares más recientes”. Este trabajo de vivisección no establece distinción particular entre buenas o malas películas, siendo toda película interesante en el momento de desmontarla y someterla a un riguroso análisis crítico. El análisis se vuelve entonces un producto totalmente nuevo, en un nivel parecido al de la obra misma. Se trata así de dos trabajos de creación –uno fílmico, otro de tipo literario– que se afrontan continuamente y del que cabría esperar un beneficio mutuo. En realidad, el beneficiario mayor de este posible diálogo entre cineasta y escritor sería, una y otra vez, un lector atento que a su vez fuera espectador exigente de las cintas analizadas.

A ese lector le queda la tarea de reflexionar sobre el estado actual del cine a nivel mundial y  valorar, de paso, el papel que juega el cine mexicano en esa configuración global. También le queda la posibilidad de analizar de modo crítico la manera en que el cine, entendido fundamentalmente como entretenimiento, se disocia cada vez más de la cultura, y hasta qué punto las instituciones encargadas de preservar y difundir la cultura cinematográfica se ven orilladas a admitir como natural, o inevitable, dicho distanciamiento. De igual modo, le queda preguntarse si no existe hoy, por parte de buena parte del público de cine, un creciente abandono de todo impulso de resistencia cultural cuando considera también inevitable que la hegemonía de un cine comercial, mayoritariamente estadunidense, dicte de una vez por todas qué cine vale la pena ver y en qué condiciones deba verse. Se dirá que el cine cambia constantemente y con él los gustos de los espectadores. Que hemos pasado de modo apenas perceptible del viejo cenáculo del cine de autor a un mainstream proteiforme que todo lo incorpora y lo regula, y que los espacios mediáticos que alguna vez permitieron trabajos críticos como los de Ayala Blanco, hoy  se ven reducidos a emitir recomendaciones para espectadores pasivos o fanfarronamente incultos. Por incómoda que sea, la labor de nuestro villano favorito en la crítica de cine es en realidad el revelador máximo de nuestra escasa cultura en materia fílmica, de nuestra poca curiosidad intelectual y artística, y de nuestra actitud pasiva ante el creciente arrinconamiento de lo que en este país aún queda de verdadera cultura cinematográfica.



Escritos y conferencias 2. Hermenéutica,
Paul Ricoeur,
Siglo XXI Editores,
México, 2012.

Este es el segundo volumen de los Escritos y conferencias del filósofo francés, publicados de manera póstuma luego de su muerte, hace ocho años, tiempo durante el cual su figura sigue ocupando un sitio preponderante en la comunidad intelectual de todo el mundo. En palabras de Adolfo Castañón, traductor del volumen, el lector encontrará en estas páginas “una especie de recorrido de las principales vetas reflexivas y líneas de pensamiento crítico recorridos por Paul Ricoeur a lo largo y ancho de una obra abierta por definición al diálogo y resuelta a medirse, desde la filosofía y, en específico, desde la hermenéutica, con los desafíos y perplejidades de nuestro tiempo”. Preparados por Daniel Frey y Nicola Stricker, a cuya cuenta corren también las notas a pie de página y, en el caso del primero, la presentación, esta segunda entrega de los Escritos y conferencias de Ricoeur se estructura en cinco grandes capítulos: El problema de la hermenéutica; La metáfora y el problema central de la hermenéutica; ¿Lógica hermenéutica?; Hermenéutica de la idea de revelación y, finalmente, Mitos de salvación y razón. Relectura o primer acercamiento, según el caso de cada lector, el goce intelectual brindado por este pensador de primerísimo orden será la mejor manera de conmemorar el primer centenario de su nacimiento.



Jinetes en el cielo,
Mario Roberto Morales,
Vaso Roto Ediciones,
España, 2012.

Miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, Premio Nacional de Literatura en su país de origen, este prolífico narrador guatemalteco permanece, al menos en México, bajo un anonimato al mismo tiempo injusto y absurdo. Autor, entre otras, de las novelas Los demonios salvajes, Señores bajo los árboles y Los que se fueron por la libre, en estos Jinetes en el cielo refrenda no sólo su exquisita eficacia a la hora de contar historias sino, igual de importante, su notable capacidad para llevar a la ficción, como si de radiografías se tratara, hechos y personajes emanados de la realidad analizados a fondo y sin concesiones. La presente novela se verifica “en los días previos a la firma de los Acuerdos de Paz de 1996” y habla “sobre la red de complicidades generada por la política y los intereses económicos”. En su “Advertencia oportuna”, el propio autor sugiere que “no resulta pertinente equiparar la ficción […] con los hechos y las personas que la inspiraron”, y menos aún “tratar de establecer grado alguno de veracidad histórica en las inevitables coincidencias” aunque, al final de la lectura, eso sea precisamente lo que el lector acabe haciendo, casi invariablemente, máxime si, como es el caso, el personaje que protagoniza la historia es, como en la realidad sucede tantas veces, un periodista, pero uno probo y con convicciones, quizá por variar.



Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México,
Carlos Monsiváis,
Ediciones Era/Conaculta/Museo del Estanquillo,
México, 2012.

Tiene razón el autor de la cuarta de forros del volumen: “El elenco de cazadores de imágenes que Monsiváis hace desfilar ante nosotros es notable: Sotero Constantino Jiménez, los Casasola y los Mayo, Gabriel Figueroa y Manuel Álvarez Bravo, Héctor García y Rogelio Cuéllar; también Pedro Meyer y Rafael Doniz, Armando Herrera y Daisy Ascher, Francisco Mata y Francis Alÿs y Spencer Tunick; y Lourdes Grobet y Yolanda Andrade, y Lola Álvarez Bravo y Graciela Iturbide y Mariana Yampolsky…
y varios más.”

Desde luego, notable no es únicamente dicho elenco sino la capacidad del siempre recordado Monsi para abarcar, con su mirada de afanes panópticos, el trabajo de prácticamente todos aquellos creadores de la lente que con sus fotografías hicieron –en el caso de los ya idos– o siguen haciendo el registro visual, estético y plástico de nuestra idiosincrasia. Como lo hace, naturalmente, el propio Monsiváis en los numerosos ensayos que dedicó al tema, muchos de los cuales nutren el presente volumen. Veintiséis son los textos aquí rescatados, del cúmulo innumerable de colaboraciones en torno a la fotografía que el autor de Días de guardar, con su capacidad mítica para multiplicarse, dio a manera ya de prólogos –por ejemplo, a Nueva grandeza mexicana, de Héctor García–, ya de artículos para diarios y revistas.