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El regreso fecundante de Inanna
Inanna es una polifonía de significados, representaciones y un juguete escénico resultado de un trabajo en equipo donde la lucidez de cada uno brilla gracias a la mano equilibrada y armónica de Lorena Maza, quien a lo largo de una carrera prolongada y, en muchos momentos, lejos del protagonismo que ofrece la dirección escénica, logra actualizar un texto fundacional y mostrarnos su actualidad, la dolorosa cercanía que guarda con formas enmascaradas de poder y control.
Es una fortuna que de manera paralela a la presentación de este montaje se editara un extraordinario trabajo de investigación, traducción e interpretación del mito. La lectura y comprensión histórica de lo que Lorena Maza ha traducido e interpretado para la escena está en otro campo, el académico y literario, cuyo actor más visible es la poeta y ensayista Elsa Cross como traductora de Inanna, reina del cielo y de la tierra, de Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, editado en la colección Cien del Mundo por la DGP de Conaculta.
Inanna, el montaje, tiene la fortuna de contar con una sólida base intelectual a la que el espectador puede recurrir si quedó preñado con el poder de la inmortalidad que 4 mil años atrás crearon esos poetas ávidos de futuro. El libro, por su parte, muestra la trascendencia de este acto escénico montado con un gran rigor y poder de síntesis, con la poética propia, la originalidad de quien sabe adaptar un texto fundamental sin que su discurrir se convierta en un plomo “pedagógico”, que va ilustrando los valores históricos y literarios de este acontecer verbal y visual.
Alejandro Luna ha tenido la oportunidad de darse cuenta de que es un gran artista de la escena con esta serie de homenajes y reconocimientos a su trayectoria, y parece que demuestra su juventud y su sabiduría escénica con este dispositivo escénico de una complejidad de gran sencillez: desnudez de la madera, el mundo de los ocres en esas ruinas calibradas por una luz que armoniza con el trabajo arquitectónico y que recorta con precisión y nitidez a casi veinte actores que pueblan un escenario donde unos vibran, otros cantan y otros se entregan a la concertación de movimiento.Tanto Lorena Glinz en la asesoría como el coreógrafo Shakrokh Moshkin-Ghalam, permiten que fluya este relato y este conjunto de cantos que relativizan lo contemporáneo y lo antiguo, mostrando que hay aspectos que si bien eran impensables hace doscientos años, sí lo eran hace más de 3 mil y que, paradójicamente, algunas formas de encarnar de lo femenino siguen oprimidas, devaluadas y perseguidas en el mundo “democrático” que hoy no termina por aclarar y hacer justicia a los feminicidios que nos hace notorios en el escenario (político, no teatral) del mundo por la impunidad.
Lleno de joyería fina, en lo vocal, en lo plástico y lo actoral, Inanna no deja de recordar las búsquedas literarias que en el siglo XIX Freud hizo tan visibles, colocando en el centro de su interés manifiesto la vocación, la voluntad de desentrañar el pasado al modo de un arqueólogo, para mostrarnos que las enormes construcciones no eran más que la punta fina de un grueso iceberg que no dejaba ver su peligrosa y enorme corpulencia.
Parte de ese mundo lo expresan grandes producciones literarias del siglo XIX, como la de Sweig, que transcribe las preocupaciones de personajes anclados en su presente y esclavos de su pasado, o de Gautier, fascinado con los alcances del horizonte egipcio en La momia; lo mismo que Jensen, con Gradiva, que motivó un fascinante ensayo de Freud sobre los sueños enamorados de ese antropólogo.
Lorena Maza ha realizado una puesta en escena legible, coherente y con una gran capacidad de trabajar el mito y la expresión literaria de una cosmogonía donde algunos valores fundamentales se han trastocado, invertido, alterado. Si bien Pascal decía que la verdad es cuestión de latitud, también es un aspecto relacionado con el espacio mental donde el mundo de la cultura sumeria nos permite observar el desarrollo de un personaje femenino que no parece perseguido por la (auto)devaluación, la explotación y el odio mismo, que es una carga que padece el mundo femenino en lo real y lo imaginario de los últimos dos siglos.
No es suficiente una entrega para detallar la enorme belleza y conmoción que produce la ejecución musical que funde un todo integrado por esos cantos de gran vehemencia de Kaveh Parmas con la música de Mehdi Malaei, que movilizan y son movilizados por un reparto donde nadie sobra y cada uno sorprende y aporta.
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