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Foto: flickr/ artstudiomagazine
Es un verdadero privilegio para el lector en castellano que un narrador y estudioso de la talla de Ricardo Piglia (Androgué, 1941) se halle al frente de una serie de narrativa (Serie del Recienvenido, colección Tierra Firme) auspiciada por el Fondo de Cultura Económica, que ve la luz en Argentina pero se distribuye en otros lugares del mundo de expresión hispana. Existe el precedente de Papeles del recienvenido (1929) de Macedonio Fernández. Con un epígrafe de éste, por cierto, da comienzo Nanina, de Germán García.
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Narradores desde
Argentina
entrevista con Ricardo Pligia
Raúl Olvera Mijares
–¿Del título de aquella obra procede acaso el nombre de la serie o existen otros elementos que usted desearía destacar?
–El nombre efectivamente es un homenaje a Macedonio Fernández y busca subrayar la novedad que implica cada nueva lectura. Los libros son siempre recién venidos y la sensación de reencuentro y de descubrimiento de los textos es un elemento fundamental de la literatura en toda la historia. Se trata de una colección de reediciones que intenta –modestamente– contraponerse a la destructiva lógica contemporánea, según la cual los libros quedan fuera de uso después de un par de meses en el mercado.
–Entiendo que se trata de reeditar una gama de autores que abrieron las brechas de la nueva literatura argentina, la serie arranca con Nanina (1968), de Germán García, una novela de iniciación, donde un joven cuenta sus andanzas en la gran urbe en su doble exploración del medio cultural y las mujeres, obra cercana tanto en la forma como en la atmósfera a De perfil, de José Agustín y Gazapo, de Gustavo Sáenz, y En breve cárcel (1986), de Sylvia Molloy, una novela corta de ambiente intimista que aborda la relación lésbica de tres mujeres, una escritora, una mujer mayor de cierta solvencia económica y una mujer más joven y apetecible. ¿Cuáles son las próximas entregas de la serie, por una parte y por otra, por qué elegir estos autores tan diversos, con casi veinte años de diferencia en las fechas de primera publicación?
–Nos interesa hacer ver que esos libros, publicados en distintas épocas, más que anticipar, actualizan poéticas literarias de nuestros días: Nanina está en diálogo con el auge actual de la autobiografía y la literatura del yo; En breve cárcel, como usted ha señalado, instaura –y renueva al mismo tiempo– las historias de amor y la pasión entre amantes de un mismo sexo que hoy son una línea muy visible en nuestra narrativa. En cuanto a Oldsmobile 59 (1962), de Ana Basualdo, creo que retoma la gran herencia de los libros de cuentos que se construyen como un conjunto unitario. El mal menor (1996), de Carlos Eduardo Feiling, en su luminosa elaboración del relato de terror, dialoga con los géneros menores que son uno de los caminos centrales de renovación de la novela moderna. Valen por sí mismos y por su novedad y también por su diálogo con obras escritas mucho tiempo después. En ese sentido, también son recienvenidos a una lectura que ellos mismos han contribuido a definir.
–En el conciso, brillante e ilustrativo prólogo a Nanina (En breve cárcel tiene otro que no le va a la zaga), usted escribe que Germán García, al apostar por la narrativa de gran aliento, representa un agudo contraste respecto del cuento de 5 mil palabras que preconizaba Borges. ¿Dónde estarían las diferencias entre Nanina, De perfil (1966) y Gazapo (1965), por un lado y, por otro, expresiones de narrativa contemporánea en español como las de Juan Goytisolo, digamos con Señas de identidad (1966) o bien Reivindicación del conde don Julián (1970), y de Severo Sarduy con De dónde son los cantantes (1967), dos propuestas abiertamente distintas de los argentnos que se caracterizan por el empeño en el lenguaje?
–Estos libros nos dejan ver algo que ya sabemos pero que es nítido en las grandes novelas; no se trata sólo de narrar sino –sobre todo– de escribir. En Argentina, la cuestión Borges ha sido siempre cómo desafiar los concentradísimos registros de su ficción. Borges nunca escribió nada que tuviera más de quince páginas y la calidad de su escritura depende de esa distancia y de su manejo maravilloso de la forma breve.
–En el caso de En breve cárcel, la novela que Sylvia Molloy, cuya familia, como en el caso de la de Borges, es en parte inglesa, llama la atención la figura de un académico con una vocación por la narrativa que, por cierto, no es privativo de la profesora Molloy: usted mismo y el propio Borges son creadores y críticos. ¿Cuál es el valor literario más destacable de la obra, más allá de ser una valiente defensa de las preferencias alternativas?
–En Sylvia Molloy me ha deslumbrado su capacidad para instalar una voz narrativa muy íntima de gran belleza e intensidad. Muchas veces he pensado que las mejores novelas nos cautivan porque queremos seguir escuchando la voz que relata. En breve cárcel es una de esas grandes novelas: en el libro una historia perturbadora y personal está narrada por una inolvidable e invisible narradora en tercera persona a quien nosotros –los lectores– no quisiéramos nunca tener que abandonar.
–Finalmente, como estas obras de literatura argentina van a circular también en México, ¿qué lectura se esperaría usted que se efectuase de ellas en nuestro país? ¿Cuáles diría usted que son las características actuales de la literatura argentina que la distinguen de la mexicana y la española?
–Bueno, debemos insistir en la necesidad de romper la balcanización que sufre actualmente la literatura en América Latina. Nos cuesta encontrar los libros de los contemporáneos que escriben en nuestra lengua. En Argentina, nos hemos sentido siempre muy cerca de la tradición experimental y abierta de la narrativa mexicana (Rulfo, Fuentes, Pitol, Del Paso, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco) y de la narrativa española (Rosa Chacel, Juan Benet, Juan Goytisolo, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Enrique Vila-Matas); hay muchos cruces y muchas intersecciones entre nuestros escritores y es de esperar que en el futuro nuestros libros puedan leerse al mismo tiempo en México y en Argentina.
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