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El nuevo costumbrismo
Hay películas que, más allá de generar el natural impulso por la pronta identificación de sus influencias, los parecidos o las cercanías con otros filmes –ejercicio que hace las delicias de compulsivos comparadores profesionales como Unoscuantos, quien comparando sin cesar pareciera estar diciendo: “miren cuánto sé de cine”–; películas que, más allá de la igualmente natural tendencia a ponderar mejoras, sostenimientos o retrocesos de su realizador respecto de propuestas previas, suscitan que la inesquivable referencialidad se ocupe, antes que de cualquier otro asunto, de las relaciones verificables entre la trama de la película y la realidad de la cual, bajo los códigos de la ficción, quiere ser un reflejo. Dicho fenómeno se acentúa, hasta ocupar casi en su totalidad el espectro de atención, cuando dicha realidad es la inmediata, lo mismo espacial que cronológicamente, y alcanza cuotas aún más altas si la citada realidad es cruenta o entraña peligros de indudable certidumbre para cualquier espectador.
Es el caso de Miss Bala, tercer largometraje de ficción del mexicano Gerardo Naranjo. Puesto que el tema de fondo del filme es la omnipresencia del narcotráfico en cualquier rubro de nuestra hoy bastante putrefacta estructura social, y expuestos como estamos a ser testigos de la renovación cotidiana de la barbarie, la historia que se cuenta en Miss Bala resulta pertenecer por completo al costumbrismo. Puede cotejar lo anterior cualquiera que haya permanecido incluso medianamente atento a los hechos de sangre que rebañan todos los espacios mediáticos pero, más importante que eso, que han transformado nuestras vidas en un puro cúmulo de miedo mezclado con hartazgo.
Ya era tiempo
Semejante al producido en otras latitudes, el cine mexicano ya abundaba en tramas y subtramas que tenían al consumo de estupefacientes como asunto central. A decir verdad, podía hablarse de una tardanza para que nuestro cine de ficción abordase –como por su lado lo ha hecho la literatura, incluso incurriendo en un abuso que abarata– esta materia de suyo atractiva, abundante, diversa y, desde luego, relevante en calidad de campo semántico cinematográfico, siempre que no se le haga decantar mayoritariamente en trivializaciones que tienen de chistosas lo mismo que de intrascendentes o bien de escurrebultos, verbigracia ésa del hermano del narco al que van a rescatar a otro país.
Quienes no se sintieron a gusto con el tratamiento dado por Luis Estrada al mismo tema en El infierno –por aquello de la exposición preferente del horror hemático y el plomo– hallarán que la diferencia nodal entre aquella cinta y Miss Bala es de tono; amén, claro está, de perspectiva también, pues a contrapelo de El infierno, aquí el punto de vista pertenece a la víctima y no al victimario. Empero, las atrocidades, esa nueva materia mexicana del costumbrismo, son idénticas: emboscadas, tiroteos, encajuelados, ejecuciones, colgados en puentes vehiculares...
Quizá los mejores reflejos de la realidad actual conseguidos por Naranjo en este filme sean la indefensión absoluta de todo aquel que no cuente con un arma de fuego, así como la facilidad con que el crimen organizado ilegal –aclaración indispensable para quien ingenuamente siga creyendo que el único crimen organizado es ése que persiguen los Garcíalunas– es capaz de penetrar en la vida de cualquiera, en cualquier momento y por cualquier motivo o falta del mismo, como le sucede a la protagonista, joven mujer tijuanense cuyo deseo, simple y criticable desde otros enfoques, consiste en ganar uno de esos concursos de belleza concebidos de modo tal que las féminas participantes no sólo asumen que serán tratadas igual que ganado en exposición bovina, sino también lo consideran una forma del éxito. La complicidad, disfrazada de imposición, que se da entre el narco y los organizadores del certamen –cuya legalidad es por ello y por otras causas punto menos que cero–, es metáfora magnífica de lo que sucede, a nivel nacional, en una serie interminable de ámbitos y actividades, como venimos a enterarnos cualquier mañana por los diarios: hoy un casino, mañana una presidencia municipal, y así y así.
A estas alturas, y al respecto de estos temas que rebasaron desde hace ya buen rato los márgenes de la nota roja, es tal la capacidad de nuestro día a día para exceder la imaginación más enfebrecida, que poco importa qué tan cerca o lejos está la trama de Miss Bala del caso concreto que dio origen al argumento. Más importante que eso, más urgente, es tornar a tiempos en los que una película de esta naturaleza se hallaba meridianamente alejada de la realidad.
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