Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de septiembre de 2011 Num: 863

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El diario de Petrini
Orlando Monsalve

Escucha a los niños
Takis Varvitsiotis

Tres poemas
Nebojsa Vasovic

Germinar de la mirada
Ricardo Venegas entrevista
con Guillermo Monroy

Tradiciones que no se
han de cuestionar

Alessandra Galimberti

Raúl Flores Canelo y
el Ballet Independiente

Norma Ávila Jiménez

¡Indígnense!
Stéphane Hessel

Hessel y su siglo
Luis Tovar

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Trespatines se llamaba

Para mis padres, que hubieran podido ser cubanos

Aunque de pila su alter ego que compraba cascos de guayaba en el mercado y echaba tragos de ron en el Floridita llevaba primero Leopoldo y Fernández después. Pero el dulce villano que fue Trespatines fue José y Candelario, y anduvo a salto de mata para concitar la carcajada de quienes le escuchábamos tan cínico y tan cándido a una, sacándole bulto al largo brazo de la justicia que solía cebarse con él, víctima propicia de sí mismo, de sus propias burdas trácalas y las de una anciana cabrona y astuta, su mamita, su Nina, a la que no sé por qué, pero siempre vestí en el imaginario con cabellera blanca recogida en chongo y largas polleras negras, de peto, llevando antiparras con cadeneta. Vivían los dos en un mundo sin imágenes que desmintieran la imaginación de sus oyentes; un mundo de sonidos, de tardes o mediodías al lado de la radio, a veces todavía de madera y a veces ya de transistor…

Vivían Trespatines y su elusiva mamita de escardar los ahorros al prójimo, de chingarse al incauto gallego tacaño y socarrón, de esquilmar a la gorda rijosa que hablaba a gritos y acusaba siempre “al sinvergüenza de Trespatines” del robo del pollo, del melón, de la bicicleta. Yo escuchaba alelado aquellos pleitos de juzgado en 1969, dando bandazos dentro del auto. Mi abuelo combinaba con maestría los volantazos en el viaducto, las mentadas de madre de codos para afuera y su risa cómplice del sinvergüenza que le hacía guiños desde la radio: en su imaginación iba corriendo con él por las callejuelas de la Habana vieja y no por los carriles de alta del viaducto; trotaba bajo ceibas y laureles por El Vedado y no, como en realidad hacía, peleando por un sitio entre taxis y camiones en las vías ya escleróticas de la gran Tenochtitlán. La tremenda corte era un tradicional remanso de buen humor en el tráfago diario. La reproducía en México la XEW que luego fue la hidra Televisa.

En la ingrata dimensión del mundo real, Trespatines tenía curiosas relaciones con sus compañeros de tribunal. Su cotidiana, injuriosa acusadora en este lado del espejo se llamó Mimí Cal y estuvo casada con Fernández. Se divorciaron pero siguieron dando vida a sus personajes, y las alusiones metatextuales a su vida marital siempre enriquecieron el libreto. La némesis de Trespatines, el recto y severo juez, fue su amigo de toda la vida, Aníbal de Mar, con quien también hizo pareja en El show de Pototo y Filomeno, de gran éxito en Cuba en la década de 1950.

La tremenda corte, escrita como tal y producida enteramente por un gallego migrado en habanero, Castor Vispo, fue el programa más longevo de la radio en Iberoamérica, y se produjo desde 1941 hasta 1962. Vispo se quedaría en Cuba, pero la mayor parte del elenco se mudó a Miami.

Con el tiempo, Fernández intentaría proseguir con La tremenda…, pero las retransmisiones del original en República Dominicana, Florida, México o Costa Rica entorpecerían aquellos primeros intentos. La televisión en cambio fue un espejismo fatal. Nunca pudo La tremenda corte dar el salto de la radio a la pantalla con éxito. Hubo varios conatos encabezados por el mismo Fernández; Trespatines apareció a cuadro, enjuto, ensombrerado y enfundado en trajes que literalmente le quedaban grandes. Aparecieron breves temporadas producidas en Miami y México de La tremenda corte, primero desde Monterrey y después desde Ciudad de México –sin Mimí y después también sin Aníbal, y nunca hubo reemplazos dignos; en México Luis Manuel Pelayo intentó suplir al gallego bruto y retobón, Rudesindo Caldeiro y Escobiña, originalmente interpretado por Adolfo Otero, con su Félix Amargo, pero nunca alcanzó los niveles de comicidad y frescura del primero. Vendrían luego otros proyectos donde se intentó rescatar a José Candelario, como los de la peruana Panamericana Televisión y los lanzamientos de El guardia Trespatines y luego también desde Lima, ya rayando los años setenta, con la decadente y desconocida Trespatines en su salsa.

Hoy la radio es otra cosa harto menos grata y la mayor parte de su programación naufraga entre el chisme vulgar, el reguetón, la banda norteña y el pop huero. Con todo y sus millones de watts de potencia y sus sintonías electrónicas y sus filtros computarizados, no es ni la sombra de lo que fue aquella, la de libretos sagaces, locutores de prosapia y actores de cepa. Allá nos quedan, desde años perdidos, sus entrañables personajes, su blanca picardía y una nostalgia que a veces vuelve, como ahora, diría Trespatines, “al encomincipio, señol jué”.