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Raúl Flores Canelo
y el Ballet Independiente
Norma Ávila Jiménez
Casi todos se enamoraban de él. Hombres y mujeres. Me refiero a Raúl Flores Canelo, constructor de arte en movimiento favorecido por los dioses en su físico, crítico implacable de la sociedad que rara vez abandonaba su sentido del humor, con la tenacidad como cualidad, aunque en ocasiones se mostraba totalmente indefenso. Un 15 de septiembre, en compañía de otros bailarines, fundó el Ballet Independiente (BI), la única compañía que sobrevive a las tres consideradas como “las grandes de la danza contemporánea mexicana” (las otras dos fueron el Ballet Nacional y el Ballet Teatro del Espacio). Como un homenaje a Flores Canelo y al Ballet Independiente –cuya directiva este año está realizando diversas actividades para celebrar su 45 aniversario–, a continuación rememoro alguna declaraciones que me hizo en entrevistas para diversos medios y, de forma coloquial, cuando fue mi jefe (algún tiempo estuve a cargo del área de prensa del grupo), seguidas de comentarios míos.
“Desde sus inicios siempre ha habido ángeles alrededor de Ballet Independiente, por ello están en varias de mis coreografías: La espera, Pastorela, Poeta, etcetera. Tan es así, que el mismo año de su fundación nos invitaron a participar en la temporada anual de compañías profesionales que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes. En este programa se interpretaron las obras Librium, Evita y Adán, y You Bastard o An Olympic Love Affaire at the International Airport Bar, de Juan José Gurrola. Esta última enojó mucho a los críticos ‘serios’ , porque incluía música de Los Panchos y Avelina Landín; en Bellas Artes, ¡qué horror!”
No sólo los críticos ”serios” o puristas se molestaron: también parte del público se sintió incómodo al escuchar música popular en Bellas Artes. Era el anunció de lo que iba a ser el arte de Flores Canelo: reflejo del refrán “Arrieros somos y en el camino andamos”, que retumbó varias veces en ese recinto en la voz de Cuco Sánchez; traspolación a coreografía de la masacre de mexicas y estudiantes en Tlatelolco, abatidos al compás del sonido 13 de Julián Carrillo, y notas de Carlos Chávez; la representación de un san Miguel Arcángel atlético que mitiga el dolor de los creyentes, de un albañil con fantasías sexuales o de un campesino que llora porque la ciudad se lo traga.
“Las visitas a las carpas y a las ferias, los danzantes afuera de las iglesias, los campesinos norteños, los juegos infantiles y las rondas; las meriendas con los abuelos y los tíos, son vivencias que han permanecido en mi ser, son mi paraíso perdido. De eso se nutre parte de mi obra, al igual que de los muros verdes y las casas pintadas de rojo; el México popular, rural y urbano es el que más me interesa. Pero no descuido echar vistazos en Las Lomas o Polanco, donde se observa el fenómeno de la naquitud”
Lo anterior deja ver por qué el director del BI disfrutaba tanto que el estudio de la compañía a fines de los setenta estuviera en la calle de Vizcaínas Poniente, en el centro de la ciudad. Le gustaba el olor a café de grano que surgía desde el expendio de la calle de López; ver a los polleros ofrecer los retazos de ave entre pedazos de hielo y entrar al mercado de San Juan. Su gusto por lo popular nacional motivaba a los integrantes a poner en el estudio una rosa-azul-ver-de-amarilla-roja megaofrenda de muertos cada año. Canelo –que por cierto no era su verdadero apellido materno; se puso ese nombre artístico por el color de su cabello– también gustaba de hacer catrinas adornadas con sombreros y vestidos elegantes. Tan llamativas y coloridas quedaban, que algunas de ellas, decía, parecían de la vida galante.
“Al inicio vivíamos de dar clases, unos de otros, de los conyugues, de hacer artesanías, de mil cosas, menos de la danza. Y, sin embargo, seguíamos fieles a Xochipilli y Terpsícore. Las autoridades nos decían: ‘Háganlo por el arte, la patria se los agradecerá.’ Como decía Ramón López Velarde en Suave Patria, vivíamos de milagro, como quien se saca la lotería. Y yo como director, coreógrafo, bailarín, diseñador de vestuario, iluminador, barrendero y cargador, siempre veía premiados mis esfuerzos.”
El trabajo y la dedicación llevaron a este grupo a ser reconocido a nivel nacional –lo que era importantísimo para Raúl Flores Canelo– e internacional. Su repertorio y vestuario podrían identificarse con la música de Silvestre Revueltas y la de Manuel M. Ponce.
“En los cincuenta, a toda persona que quería montar coreografía, el INBA le proporcionaba los medios: música en vivo con orquesta sinfónica, vestuario (rebozos solferinos, vestidos largos, tocados) y grandes escenografías (pirámides, montañas, iglesias). Era la época de oro y se producían piezas danzarias dignas de Diaghilev en Broadway. En Los cuatro soles, de José Limón, colocaron tantas pirámides en el escenario, que no cabíamos… yo quedé fuera. Además, como era la época del nacionalismo, me maquillaron la piel color ladrillo porque era pecado ser güero.”
A Flores Canelo le brotaba a flor de piel el cariño que tenía por Guillermina Bravo y el Ballet Nacional, compañía en la que participó durante quince años, y recordaba con placer puestas en escena de los cincuenta, entre estas, Zapata, Los gallos y El sueño y la presencia. En esta última disfrutaba ver a la especie de mogigangas con “cabecitas de garbanzo” que semejaban ser acólitos.
“A mediados de los setenta sucedió la invasión francesa.”
De manera humorística Flores Canelo así señalaba la llegada a México de Michel Descombey, quien vino desde París para montar con el BI la pieza Año cero. Durante ese proceso comenzaron las diferencias entre ambos coreógrafos, lo que concluyó con la ruptura de la compañía. Eso dio lugar a una nueva etapa del BI y el surgimiento de Ballet Teatro del Espacio.
Raúl Flores Canelo falleció el 3 de febrero de 1992, pero su arte detonador de la danza-teatro en México ha marcado a varias generaciones. Queda el viento.
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