Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de septiembre de 2011 Num: 863

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El diario de Petrini
Orlando Monsalve

Escucha a los niños
Takis Varvitsiotis

Tres poemas
Nebojsa Vasovic

Germinar de la mirada
Ricardo Venegas entrevista
con Guillermo Monroy

Tradiciones que no se
han de cuestionar

Alessandra Galimberti

Raúl Flores Canelo y
el Ballet Independiente

Norma Ávila Jiménez

¡Indígnense!
Stéphane Hessel

Hessel y su siglo
Luis Tovar

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Javier Sicilia

El mal y la mirada mística

Desde Auschwitz el problema del mal se volvió tremendo. La afirmación de Dostoievsky en boca de Iván Karamazov: “No puedo creer en un Dios que permite la muerte de los inocentes”, se volvió no sólo un peso terrible en la conciencia religiosa –¿cómo es posible creer en un Dios que delante de la Shoa y de los genocidios modernos, permanece trágicamente silencioso y ausente?–, sino también en esas lúcidas conciencias ateas como la del filósofo Adorno: “Después de Auschwitz ya no es posible escribir poesía”, la palabra sagrada.

No puedo dejar de compartir esa realidad que, desde la muerte de mi hijo y de los miles de asesinados de las maneras más crueles que día con día caen en nuestro país, no sólo persigue a mi conciencia, sino que se ha enquistado en mi piel como un aguamala. ¿Vale la pena creer en un Dios así? ¿Existirá?

En el orden de las evidencias fundamentales, de una concepción de Dios como omnipotencia, como poder, la respuesta es no –el poder, como lo muestran los seres humanos, sólo sirve para oprimir, para violentar y matar. Sin embargo, esa presencia inusitada del mal nos coloca de cara a una realidad de Dios que, aunque presente en el Evangelio mismo y revelada en las palabras de San Juan:  “Dios es amor”, sólo puede verse en la oscuridad más absoluta. En realidad Dios es, como el amor, pura debilidad, pura impotencia, pura humildad, pura renuncia. Dios no puede más que amar y, en consecuencia, no puede cambiar nada, sólo puede mostrarse en el accionar de los justos que son tan impotentes, como él, para cambiar algo. Lo saben los místicos, pero sobre todo aquellos que, ajenos a las interpretaciones de las ideologías religiosas, lo encontraron como una gracia en las profundidades de su corazón. Dos de ellas, Simone Weil y Etty Hillesun –a quien dediqué mi columna pasada– lo comprendieron en el centro mismo de la Shoa. “La Creación no es de parte de Dios” –escribió Weil en “El amor de Dios y la desdicha”–un acto de expansión, sino de retiro, de renuncia […] Dios permitió [así] la existencia de cosas distintas a Él, de un valor infinitamente menor que Él […] Dios se negó en sí mismo a favor nuestro para darnos la posibilidad de negarnos por Él. Esta respuesta. Este eco que está en nuestro poder rechazar, es la única justificación posible para la [impotente] locura del amor.”


Etty Hillesun

Etty, sin embargo, es más incisiva en su pasión que Weil, a quien la vida amorosa de los cuerpos la exasperaba a grados terribles. Ella, que en esa pasión se parece tanto a mí, expresa, en muchas de sus reflexiones, lo que yo no he dejado de sentir desde el asesinato de mi hijo y a lo largo de este caminar, en medio del mal, con mi dolor y el de las víctimas en busca de la paz. Así, cuando llega la noche y, en medio de la impotencia, la fatiga, el dolor acumulado en el corazón, las denostaciones de unos, las incomprensiones de otros y la imposibilidad de cambiar nada del horror que vivimos, está a punto de desmoronarme, busco un lugar apartado, cierro los ojos y dejo que la oración que Etty escribió el 12 de julio de 1942 llene mi pobreza:  “Dios mío, estos son tiempos de terror. Esta noche, por primera vez, me he quedado despierta en la oscuridad, con los ojos ardientes, mientras desfilaban ante mí, sin parar, imágenes de sufrimiento. Voy a prometerte una cosa, Dios mío, una cosa muy pequeña: me abstendré de colgar en este día, como otros tantos pesos, las angustias que me inspira el futuro. Pero esto requiere cierto entrenamiento. De momento, a cada día le basta su pena. Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos. Esto es todo lo que podemos salvar en esta época, y, también, lo único que cuenta: un poco de ti en nosotros. Dios mío. Quizá también nosotros podamos contribuir a sacarte a la luz en los corazones devastados de los otros.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.