Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El diario de Petrini
Orlando Monsalve
Escucha a los niños
Takis Varvitsiotis
Tres poemas
Nebojsa Vasovic
Germinar de la mirada
Ricardo Venegas entrevista
con Guillermo Monroy
Tradiciones que no se
han de cuestionar
Alessandra Galimberti
Raúl Flores Canelo y
el Ballet Independiente
Norma Ávila Jiménez
¡Indígnense!
Stéphane Hessel
Hessel y su siglo
Luis Tovar
Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
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Felipe Garrido
La bodega
Mi abuela tenía una tienda donde vendía de beber. Todos los días metía sus centavos en unos botes que guardaba en un ropero, en la trastienda, pasando el patio. Luego sucedía que algo se le acababa, y llegaba un cliente a pedírselo y ella nos mandaba que se lo trajéramos, a mi hermano o a mí –nueve y once años tendríamos. No nos gustaba. Iba uno a la mitad del patio, con una vela, porque no había luz, cuando clarito se oía que alguien abría el ropero. Entonces uno regresaba corriendo, tropezándose, y se le apagaba la vela. La abuela se enojaba, daba un manazo en el mostrador y le decía al otro “Anda, ve con tu hermano, par de coyones.” Y ahí íbamos, dándonos valor, oyendo aquellos ruidos. Pero todo estaba en orden, cerrado el ropero, y ya buscábamos lo que teníamos que llevar. Nunca supimos qué pasaba. Ahora, con mi hermano a veces nos acordamos. Nos da risa, pero también nos preguntamos, ¿y por qué la abuela nunca iba de noche a su bodega? |