Dos poemas
Tasos Livaditis*
Asesinato
“¿Quién es?”, “calma, nadie”, dijo, las moscas se ahogan en las sobras del vino, cubriendo con negras manchas el brillo del otoño, “¿dónde vamos?”, pregunté, “te aposté –dijo– y perdí”,
las estatuas me hacían señas, pero era algo inexplicable, en verdad cómo lo saben, me preguntaba, y en las noches me inclinaba, “¿estáis bien?”, preguntaba, porque yo no había sepultado a mis muertos,
mi pecado era que traté de escapar al destino, llené de nuevo los vasos, “bebe miserable”, dije, luchamos con rabia sobre la alfombra, y cuando me arrojó por la ventana, una mujer lejana abrió el tragaluz y me cubrió con sus párpados,
entonces apareció la luna, debía apresurarme, debía ocultar todos esos cadáveres que inundaban el sótano –dios mío, cuántas veces me habían matado,
y cuando abrió la puerta, vi sobre la mesa, como vino derramado, nuestro largo viaje, “si regreso, ¿nos encontraremos de nuevo tal vez?”, dijo, “sí –le digo–, porque yo estaré siempre en la orilla”.
Lo mínimo
No es que hayas perdido tus sueños más hermosos.
No es que se hayan ido tus más preciados años.
No es, no, que hayas visto a tus últimos amigos
traicionarte o desertar. Este agujero es terrible
en el muro que con trabajo levantaste, noches en vela,
destruyendo tus manos y tus años
en las piedras –muro para ocultarte de la implacable
indiferencia del vacío.
Y ahora, un pequeño agujero, casi invisible, por donde
entra sin ruido e irrevocable
todo el frío de la gran vanidad. |
Véase La Jornada Semanal, 27/VII/ 2008
Versiones de Francisco Torres Córdova |