Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de abril de 2011 Num: 839

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Estado nos debe
No nos ahorra los muertos; sí las explicaciones. No nos ahorra el dolor; sí la justicia
Francisco Segovia

Dos poemas
Tasos Livaditis

Arte, matemática y verdad
Antonio Martorell

Me llaman desde acá
Hjalmar Flax

Los caminos de Graham Greene
Rubén Moheno

Una cita con el general
Graham Greene

Viajero del éter
Iván Farías

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Del tonto de las telenovelas

Al secretario de educación, Alonso Lujambio –quien parece más candidato en campaña que titular de la entidad gubernamental encargada de promover, mantener y estimular la educación de los mexicanos y divulgar nuestro quehacer artístico y cultural, por eso el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes pertenece a su ámbito administrativo–, le gustan las telenovelas. El máximo encargado de la educación no habla de Alfonso Reyes, ni de Moncayo, ni de Cauduro, sino de Una familia con suerte. Después de ponderar las telenovelas como instrumento educativo se desdijo, cosa nada extraña en este gobierno signado por personajes de reconocida cobardía mediática: un día enjundiosos declarantes y, al día siguiente, zarandeados por la magnitud de sus dislates, empeñados en arrojar tierra a su pasado inmediato señalando que no dijeron lo que dijeron. Después de encomiar alguna de las cutres excrecencias que transmiten empresas privadas, concretamente Televisa, el señor Lujambio se apresuró a desmarcarse de sí mismo y aclarar en el programa radial de Carmen Aristegui algo más o menos así: que refrenda su simpatía por las telenovelas como posibilidad educativa pero que no, que él no las ve porque no tiene tiempo. Visto el estado de la educación en México, tiempo es lo que le ha de sobrar al señor Lujambio, que emplea tiempo oficial y dinero público en premiaciones estúpidas a productores de telenovelas de ejemplar vulgaridad. O que alguien traduzca, porque parece que no se entiende ni él mismo. A lo mejor también es aficionado a los narcocorridos y al reguetón, pero no tiene tiempo de escucharlos.

Según se ha dado él mismo a la tarea de hacérnoslo ver a los ciudadanos de a pie, Lujambio no es un señor que brille por sus luces, por la impecabilidad de su trabajo ni por tener una trayectoria impoluta en los maculosos entresijos de la administración pública de un régimen de derechas, en el que la existencia de personajes como el mismo Lujambio podría ser el menor de nuestros males de no representar el fosco futuro inmediato del intelecto colectivo de los mexicanos. Lujambio viene de lo más granado de la cultura del dedazo, de la imposición arbitraria, de la satisfacción de cuotas en nombramientos públicos para mantener más o menos quietas a las hordas de una vieja tradición de política venal: te consigo votos pero me das puestos donde mi gente pueda hacer, deshacer y sobre todos suscribir contratos a granel. Sería interesante conocer cómo andan las verdaderas cuentas de las compras que hace la Secretaría de Educación y a quiénes las hace, con qué clase de licitaciones donde las haya pero, sobre todo, allá en los rinconcitos administrativos donde se hacen compras por adjudicación directa, ese hontanar de corruptelas ya tradicionales en las instituciones gubernamentales de este país. Sobre todo en estos días, que hemos sabido del lamentable estado del mobiliario de muchas escuelas públicas.

Lujambio, como algunos otros personeros del gobierno, fue divisa de Elba Ester Gordillo, lideresa sindical “charra” del magisterio, apegada a los intereses cupulares y no a los de sus agremiados, que van por ahí medrando plazas y sueldos de miseria. La hegemonía de la Gordillo, apuntalada por pupilos enquistados (como Lujambio), más allá de la coyuntura mezquina y electorera, de la manipulación de la opinión pública o del empleo indecente del magisterio como elemento de choque político, resulta francamente inexplicable o, de existir algo tan cínico como una explicación, inadmisible. Pero allí sigue, intocada por el pétalo de la coherencia mientras el secretario Lujambio no tiene empacho en hacer públicas sus vulgares dilecciones en materia de entretenimiento. En el acto en que dijo lo que dijo no habló, en cambio, de la que debería ser la mayor preocupación televisiva de su ministerio, Canal 22, al que cuatro años de pragmatismo volpiano lo vulneraron lo suficiente para que fuera dulcemente depositado en manos de Irma Pía González, funcionaria de cepa panista, quizá eficiente en ámbitos organizacionales o de comunicación social pero, en el mejor de los casos, neófita en el vasto imperio de la cultura, ese mundillo mezquino y salpicado de capillas desde las que, sin embargo, se construye lo más sólido de nuestro propio, sempervirente proceso identitario: la cultura, esa cosa extraña al señor Lujambio que, por más que busque y mire y remire, jamás va a poder encontrar en una telenovela de Juan Osorio ni en el bodrio cinematográfico de su vida, aquel de Mi verdad