Sonetos para Tongolele
Rubén Bonifaz Nuño
Serían finales de los cuarenta. No recuerdo exactamente el año. Sé que yo estudiaba todavía la carrera de abogado en la Escuela de Jurisprudencia, que estaba en la calle de San Ildefonso, en la esquina con Argentina, o como se llamara entonces. Caminando por ella, hacia el norte, llegaba uno donde, en la misma acera, se encontraba el Teatro Follies Bergère, en el cual cada noche estaba en funciones para que el milagro ocurriera.
Noche tras noche, en él, se presentaba el asombro. Ahí el escenario se poblaba de magia cuando aparecía Tongolele.
Esa gran artista inventaba, cada noche, la gloria del arte de la danza. Yo recuerdo que la vi sólo algunas veces, y que, desde la primera noche, gocé de ese deslumbramiento. Para celebrarla, escribí algunos sonetos que jamás le entregué, por timidez, y que ahora, por timidez, sesenta y tantos años más tarde, me atrevo a publicarlos.
Bastidores
1
Sombra ligeramente luminosa,
copa del sueño, cáliz del momento:
eres el canto que se vierte en lento
color desnudo y desnudez hermosa.
Perfecta flor, no solamente rosa
sino río de rosas por el viento,
o cristalina flor de movimiento
en jardines de música gozosa.
Alzas los brazos, y en el aire sueltas
los nudos de la luz, y las divinas
aves, y el corazón la voz alcanza;
y por tus miembros claros, en esbeltas
brisas de ritmos y de golondrinas,
sube la primavera de la danza.
2
De niebla matinal tiendes la mano,
y en tus dedos afínase un lucero;
bruma se torna tu ademán ligero
y blancas luces en el aire cano.
Para mis ojos naces tú, verano
de nieve, árbol del alba pajarero,
ángel en los sentidos prisionero
que se goza feliz, pero lejano.
Qué soledad hiciste, mas qué plena
es por eso la voz cuando te nombra
frutal victoria de los ojos mudos.
De ti misma te labras, azucena
mística sobre el tallo de la sombra,
y eres el alba con los pies desnudos.
3
Viñeta de Juan Gabriel Puga |
Congelando un temblor en aparente
halo de leve luz amortecida,
conduces tu belleza protegida
por límpida coraza transparente.
Hasta que logras ser palideciente
doncella en caja de cristal dormida
y que sueña que danza: ya la vida
es flor entre tus labios, diferente.
Lame la luz la curva de tu espalda,
y al resbalar por tu cintura, huella
un esplendor de espejos opalinos.
Y te sujeta en cárcel de esmeralda,
como al trémolo inmóvil de la estrella
que navega en acuáticos caminos.
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