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José Clemente Orozco: la exposición (I DE II)
Entre los numerosos eventos culturales que se han desarrollado con motivo de los festejos del centenario y bicentenario de las epopeyas patrias, sin duda el más relevante (y acaso el único realmente imprescindible y extraordinario) es la magna exposición José Clemente Orozco. Pintura y verdad, la más amplia y completa que se haya realizado sobre este artista fundamental, inaugurada el pasado mes de marzo en el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara, y que actualmente se presenta hasta el 16 de enero en el Antiguo Colegio de San Ildefonso.
La imponente e impecable curaduría de Miguel Cervantes está integrada por 358 obras entre pintura, gouache, tintas, gráfica y dibujos preparatorios de sus murales, y entre éstos, veinte bocetos inéditos realizados entre 1948 y 1949 para la obra La gran legislación revolucionaria mexicana, de Guadalajara. Desde mi punto de vista, el gran acierto de esta muestra es precisamente el hecho de haber elegido como núcleo fundamental el trabajo dibujístico de Orozco, que sutilmente hilvana toda la trayectoria del artista a través de sus diversas facetas creadoras. El guión curatorial está conformado por treinta y cuatro grupos temáticos dispuestos en catorce salas de exhibición a lo largo de las cuales el espectador podrá disfrutar las obras más selectas de cincuenta años de creación. El recorrido da comienzo con su trabajo temprano dedicado a la caricatura política (1906-25) que en su momento se publicó en El Mundo Ilustrado, El Imparcial y El Ahuizote, y en el que se sientan las bases del espíritu crítico y la vena anarquista del novel artista que arremete, con humor pero sin piedad, contra el poder político –arrasa por igual con porfiristas, maderistas y zapatistas– y denuncia las complicidades e hipocresía de la burguesía y el clero, temas que estarán de una u otra manera presentes a lo largo de todo su quehacer plástico.
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Entre la obra temprana destacan también sus hermosas, sensuales y arrebatadas imágenes de colegialas y prostitutas, personajes que cautivan al artista e inspiran algunas de sus creaciones más asombrosas y conmovedoras, como la serie de acuarelas conocida como La casa del llanto, que en su concepción poética resulta un verdadero deleite visual y sensorial. El guión curatorial –tanto en su momento en el Instituto Cabañas como ahora en San Ildefonso– resulta doblemente gratificante, pues se complementa con la presencia de los murales de ambos recintos que son –desde mi óptica personal– sus dos obras culminantes. Su soberbio trabajo mural integra en la vastedad de su compleja composición los aspectos fundamentales del arte orozquiano: la belleza de la tragedia, la ironía, el coraje, la solidaridad con los oprimidos, representados mediante trazos violentos, desgarrados, que son el reflejo de una de sus más profundas cuitas: la destrucción del hombre por el hombre. Otra serie que despierta particular fascinación es México en la Revolución, una veintena de tintas realizada entre 1926 y 1928 que son un grito silencioso que denuncia el sufrimiento, la angustia y el terror de aquellos que fueron protagonistas y víctimas de las atrocidades de nuestra guerra civil: “sainete, drama y barbarie”, a decir del propio autor.
A lo largo de la muestra se palpa la gran maestría de este creador, que dominó a la perfección todas las técnicas académicas, como se comprueba en sus prodigiosos dibujos preparatorios, y se percibe la libertad que consiguió al romper con los cánones clásicos para desplegar en sus pinturas de caballete y murales un discurso visual contundente y sin ataduras: un arte que es la viva expresión de lo espontáneo, lo brutal y lo bárbaro. Aparecen en atmósferas, en su mayoría lúgubres y sombrías, personajes anónimos que revelan la miseria y desolación de un pueblo abatido que permanece en constante lucha contra la injusticia y la tiranía. Sus personajes apesadumbrados y sus mujeres enrebozadas no muestran sus rostros doloridos, pero son metáfora del alma de los oprimidos plasmada con trazos gestuales que evocan una desolación que cala hondo. José Clemente Orozco es el creador que mejor ha retratado el alma de México en escenas poderosas que emocionan, divierten, irritan, sacuden y, desde luego, no dejan a nadie indiferente. Se publicó un magnífico catálogo de seiscientas páginas profusamente ilustrado que incluye ensayos de una decena de especialistas.
(Continuará)
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