Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de octubre de 2010 Num: 816

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los ajustes
(farsa damasquina)

JUAN TOVAR

Roque Dalton vuelve a morir
MIGUEL HUEZO MIXCO

Roque Dalton la fuerza
literaria del compromiso

XABIER F. CORONADO

Poema (fragmento)
ROQUE DALTON

Sonetos para Tongolele
RUBÉN BONIFAZ NUÑO

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Alonso Arreola
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Leipzig, estampa dominical

Ni modo que me rajara ya estando allí. No había de otra. Había que sacar al vándalo de las entrañas y completar la experiencia. Así lo hice. En cuanto se descuidaron los guardias de la Iglesia de Tomas, ante la atónita mirada de una docena de visitantes, me brinqué la cadena que nos separaba de la tumba y, tan rápido como pude, puse sobre la lápida una copia de mi último disco. Había que hacerlo. Dejar ofrenda.

Estamos en Leipzig, Alemania, ahí donde Juan Sebastián Bach llegara al clímax de su creatividad (lo mismo que Felix Mendelssohn y Friedrich Nietzsche). Más específicamente, estamos en una pequeña y simple iglesia en cuyo altar se haya enterrado el compositor, a unos pasos del Museo Bach de la Casa Bose, verdadero portento para la enseñanza musical, reabierto este 2010 tras una profunda remodelación que celebra 325 años del natalicio de quien creara para sus estudiantes, entre muchas piezas más, seis suites monumentales para chelo.

Ciudad pequeña (poco más de medio millón de habitantes), Leipzig muere los domingos abandonando plazas y tiendas al quehacer de un sol aburrido, recordándonos que ser cuna de alguien tan importante no alcanza para presumir gran turismo. Descanso para el viajero, la vista de sus edificios y adoquines basta para ponerse en sintonía y reconocer un ambiente casi místico que, además de la Thomaskirche, ostenta otra iglesia con una historia organística relevante: San Nicolás. Mezcla de dos distintas religiones que comparten oficios semanales, este espacio se hizo famoso por albergar conciertos del mismo Bach y de Richard Wagner (quien fuera bautizado en su interior), tanto como por ser la matriz de las llamadas “manifestaciones de los lunes”, Montagsdemonstrationen, movimiento social pacífico que culminó en la reunificación de Alemania con la caída del Muro de Berlín.

Joven, osco, silencioso, Markus Grun es el responsable de teclas y pedales en el hermoso órgano de San Nicolás que resuena disparando colores vivos contra la parquedad de las columnas jónicas, blancas como casi todo el interior de un recinto apenas contrastado con verdes alga y asientos de madera para unas mil 500 personas. Lejos del estrellato o la fama, ¿qué puede sentir un músico de nuestros días al ser organista en Leipzig, uno de los puestos más codiciados hace tres siglos, cuando la ciudad era el centro comercial y casa de imprentas fundamentales para Europa? Nos quedaremos sin saberlo, probablemente, pues don Markus no respondió a nuestros correos. Pero no importa. Lo cierto es que, entre misas y conciertos, la energía acústica del espacio sobrepasa su naturaleza religiosa situando al arte en el centro de su estructura.

Regresando al Museo Bach, diremos que la sola creatividad de su museografía, sumada a los objetos que posee, vale el viaje. Entre partituras y explicaciones hechas a través de divertidos medios tecnológicos (pantallas táctiles, mapas gigantes, salas de escucha), el visitante puede interactuar aprendiendo todo sobre la vida y creaciones de Bach, acercándose a partituras originales, a su órgano personal y a toda su música grabada, lo que se redondea con datos exhaustivos sobre su impresionante genealogía. Sobresale, empero, el cuarto de instrumentos, uno de esos lugares en donde dan ganas de fincar residencia. Con numerosas piezas originales acomodadas en una vitrina central (entre ellas un contrabajo construido en 1672 por Leonhardt Pradter), las paredes en derredor ofrecen los nombres de cada una más un botón con bocina. Ahí la magia del sitio. Al momento de apretar el correspondiente a la viola de amor, por ejemplo, la sala se inunda con alguna composición en la que tal instrumento destaca, dejándolo en primerísimo plano, lo que cumple una elegante microscopía auditiva. También sobresalen tres elementos más: un tremendo cofre de hierro forjado descubierto apenas el año pasado que sirviera como caja fuerte para el compositor, una composición de cumpleaños desconocida, hallada en 2005 durante la revisión de los objetos que sobrevivieron al incendio de la Biblioteca Anna Amalia de Weimar en 2004, y el corazón del museo: el Cuarto del Tesoro, en donde se hallan numerosas partituras, cartas y libros originales.

Así, pues, residencia de la Orquesta de la Gewandhaus y del Coro de Santo Tomás, lugar de nacimiento del filósofo Leibniz y de otros destacados científicos, Leipzig es, finalmente, un sitio misterioso. Lejos de su belleza poco magnética, deja pruebas de cómo numerosos hombres notables pueden adoptar una tierra y, por ignotas razones, hacerla madre de sus mejores pensamientos.