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Divertimento cibernético en defensa del periódico
Está vigente la discusión de cómo las tecnologías de la información van a provocar la desaparición de las publicaciones en papel. Que nos vayamos despidiendo del olor a libro cuando encontremos una librería, dicen; que nos olvidemos de la tinta en las yemas de los dedos por hojear periódicos, vaticinan agoreros los arúspices del futuro impecable. Que los periódicos se van a desintegrar ante el trófico guarismo de la industria que trueca fibra de celulosa por fibra óptica y usa pantallas táctiles de cristal líquido y polímeros más inteligentes que las suegras. Pero ese viejo libro, ese viejo periódico, se tienen que defender porque no sólo de internet se informa el hombre.
Circula por ahí un correo electrónico aquí canibalizado impúdicamente y escrito por muchas manos, como bien apunta el periodista al que dedica sus párrafos este aporreateclas, ingenio de muchos que ven en la resma de papel periódico un signo de los tiempos y el digno linaje de trabajadores que han acarreado la Historia por todos lados, la han llevado y traído, enmarañado y desentrañado y vuelto a enmadejar, las más de las veces fieles a su chamba de reportear y algunas, también, cediendo a las tentaciones del dinero y el arribismo, o cayendo dignamente en la trinchera porque no se dejaron callar ni comprar. El periódico es más que solamente un medio, la prensa, el voceador, la suscripción que supone lealtades que van más allá de la necesidad de estar informado hasta tornarse elección de bando, toma de partido. Grandes emporios del capital se disfrazan de periodismo para hacer propaganda, porque los dueños son parte de la oligarquía gobernante, pero el oficio, la chinga, las convicciones allí siguen, muchas veces a pesar de los patrones y de sus arreglos de rincón en un restaurante de largos manteles.
Pero decía de un correo que va circulando por allí y rescata con humor los mil y un usos del periódico, ese instrumento que se desbalaga por secciones cuyas viejas funciones ninguna computadora, ningún artilugio electrónico holográfico ni multidimensional va a poder suplir jamás. El periódico se enrolla apretadito y es de pronto ideal herramienta didáctica para enseñarle al perro de casa que no se mascan las patas de los muebles ni las pantuflas y no se puede ir uno meando por allí. O en una especie de recurso Montessori para canes, se lo reparte en el patio o en la sala, porque amantes de los perros hay de toda laya y se acostumbra al cachorro a que allí, en ese recuadro de papel más o menos absorbente con letras y fotos, se puede hacer tranquilamente caca. Qué mejor si aquello aterriza en una foto de Salinas o de Martita durante la unción de la simpática Cuquis Ugartechea con el guapo Severino de la Jauja. En la jaula del perico igual; a ver quién le pone al Jacinto el teclado de la compu debajo mientras da cuenta, entre una leperada y otra, de un chile jalapeño del color de sus plumas.
Un periódico, se lo lea o no, sirve lo mismo para envolver camarones que claveles y para hacer apurados apuntes de números de teléfono o urgentes recados. En últimas, desesperadas decisiones sirve hasta para que los suicidas hagan tapones para el escape del coche y no faltan criminales que recortan letras para pegarlas en una nota atroz para sus víctimas. A ver quién es el valiente que tome su Blackberry para encender el calentador en una fría mañana de invierno; ¿cómo se maduran un aguacate o una papaya con un iPad?
Otros de esos usos domésticos exclusivos del periódico enumerados en el correo electrónico de marras: recoger basura, pulir los vidrios de las ventanas (también sirve para los automóviles), envolver las figuritas del nacimiento en enero o las vajillas en cada mudanza, proteger pisos y muebles cuando se pintan las paredes, recoger el aceite que gotea del coche para que no manche el piso de la cochera y también, por ejemplo, ahorrar en insecticidas, que mucho contaminan, además, al tomar el rollo didáctico para perros y usarlo entonces para matar moscas, zancudos y cucarachas.
Como inocuo tolete que zanje discusiones incómodas: en un arranque de inopinada furia de café, por ejemplo, puede uno soltarle un soplamocos al contertulio insolente sin causarle más lesión que una manchita de tinta en la trompa y alguna mácula en el orgullo. Uso éste que no se recomienda activar en una cantina, y mucho menos si es ese punto de reunión de avezados, malhumorados periodistas al final de la jornada… A menos, claro, que sea uno suicida pero no tenga coche al que opilar el mofle.
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