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Roque Dalton vuelve a morir
Roque Dalton abraza al poeta chileno Enrique Lihn |
Miguel Huezo Mixco
Como si nada: han pasado treinta y cinco años desde el asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton. Año con año, desde aquel 10 de mayo de 1975, se viene repitiendo la pasión de Dalton. Sus asesinos vuelven a acusarlo de ser un agente enemigo, se reúnen secretamente para decidir su ejecución y, luego, uno de ellos le dispara en la cabeza.
Su asesinato revela la existencia de una matriz sectaria e intolerante dentro de la cultura salvadoreña, a la que no escapó el mismo movimiento armado salvadoreño.
Este 2010 la efemérides tuvo novedades. Coincidiendo con la fecha, la familia del poeta interpuso ante la Fiscalía General de la República una denuncia contra dos ex comandantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) –organización armada a la que Dalton pertenecía–, Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez, señalados como responsables del asesinato del escritor. Actualmente, Villalobos trabaja como asesor del gobierno mexicano y Meléndez es funcionario del primer gobierno de izquierda de El Salvador.
La denuncia de los Dalton no incluyó a Alejandro Rivas Mira, jefe máximo del grupo guerrillero en el momento del asesinato. Rivas Mira, que operaba con el alias de Sebastián, huyo del país llevándose una millonaria cantidad de dinero producto de las operaciones del ERP, y nunca se ha sabido más de él.
La familia Dalton García también hizo público un comunicado donde expresaba sentirse agraviada por la designación de Meléndez en el gobierno de Mauricio Funes, que fue llevado a la Presidencia bajo la bandera del FMLN. Los Dalton consideraron dicho nombramiento como la ofensa más grande en contra de la memoria de Roque Dalton, así como contra su familia, desde su asesinato. Por si fuera poco, prohibieron al gobierno hacer cualquier uso del nombre de Dalton mientras no se destituyera a Meléndez de su cargo.
A la fecha, Meléndez no ha sido removido. Funes argumentó a su favor el principio de presunción de inocencia, y zanjó el debate diciendo que Dalton es patrimonio del pueblo salvadoreño, no patrimonio de particulares”. Estos hechos volvieron a abrir un nuevo capítulo de animosidades y enfrentamientos. Todavía habrá que esperar un poco para que su poesía se independice de su martirio y de los conflictos que éste sigue suscitando. Entre tanto, desde 1975 a la fecha, en El Salvador ha cambiado la percepción de Dalton mismo. Por su obra y por su tragedia, Dalton ocupa un lugar prominente en el panteón de los grandes escritores salvadoreños de todos los tiempos. Bajo los gobiernos de derecha que siguieron a la firma de la paz, en 1992, la obra de Dalton salió de la clandestinidad y comenzó a tener una enorme difusión. Algunos de sus libros ya pasaron a formar parte del programa educativo oficial, y en 2008 la Dirección de Publicaciones (DPI) finalizó el proyecto de publicación en tres volúmenes de sus Poesías completas.
Dalton también goza de muy buena salud en el estado de ánimo nacional. Sus representaciones de “lo salvadoreño”, como gente muy trabajadora y pendenciera lo han convertido en una referencia imprescindible de una cierta idea de la “salvadoreñidad”. De hecho, en 1997, la Asamblea Legislativa lo declaró Poeta Meritísimo de El Salvador.
Asimismo, es uno de nuestros principales “productos nostálgicos”. Las necesidades de la población salvadoreña en el exterior (tres de cada diez salvadoreños están fuera del país) para constituirse en una comunidad diferenciada respecto de otras identidades (mexicanos, dominicanos, colombianos, etcétera) en Estados Unidos, han hecho a los salvadoreños abrazarse a la nostalgia con fuerza inusitada. Dalton, como el loroco, el achiote, la horchata y las pupusas es un demandado producto nostálgico.
Estos hechos prueban que una parte importante de la cultura salvadoreña ha cambiado, y mucho. Dalton ha comenzado a ser demasiado habitual, excesivamente nombrado y unánimemente respetado. También ha comenzado a aburrir un poco. Por ejemplo, en Una madrugada del siglo XXI (2010), una antología de jóvenes poetas nacidos a partir de 1980, hay una explícita toma de distancia respecto del icono más respetado de las letras salvadoreñas. “En esta generación, Roque está y no está”, dice Vladimir Amaya, autor de la muestra.
EL OLEAJE DE LA LEYENDA
Uno de los aspectos que estuvieron ausentes en el debate del 35 aniversario del martirio de Dalton fue la represión que sufrió por parte del aparato oficial cubano. Nadie hizo alusión a este hecho que determinó la decisión de Dalton de volver a El Salvador y unirse al ERP. (Véase, por ejemplo, el especial “Los 75 mayos de Roque”, en el periódico digital Contrapunto, dirigido por Juan José Dalton.)
Cuando, en 1973, Dalton viaja clandestinamente a El Salvador, su situación en Cuba había dejado de ser cómoda. La causa: su rompimiento con la agencia cultural cubana Casa de las Américas.
Fotos de la detención de Roque Dalton. Archivo familia Dalton |
Dalton renunció formalmente al consejo de la revista el 20 de julio de 1970. Los cubanos han dado a conocer una carta suya dirigida a Roberto Fernández Retamar, el director de la institución, quien era y sigue siendo una figura clave de la intelectualidad cubana. Esa carta se ha presentado como la despedida de dos buenos amigos en el momento en que uno de ellos (Dalton) ha decidido abandonar la entidad por su decisión de volverse guerrillero.
Dalton la escribió, en efecto, después de los eventos que tuvieron lugar durante la celebración del Premio Casa de las Américas de ese año. Lo que no se dice es que Dalton la escribió por razones muy diferentes a la decisión que se le ha venido atribuyendo. Esto forma parte de su leyenda.
Existe otra carta de Dalton, dirigida a la dirección del Partido Comunista de Cuba, fechada en La Habana el 7 de agosto de ese mismo año, que hasta ahora ha permanecido inédita. El documento hace una pormenorizada exposición de los motivos que le llevaron a renunciar como trabajador de Casa de las Américas y como miembro del Comité de Colaboración de la revista, y es probable que la escribiera cuando los rumores sobre su supuesta traición a Cuba lo obligaron a romper el silencio. Este escrito constituye, como se dice en la jerga judicial, “el turno del ofendido”
Es posible que con el tiempo las heridas abiertas en la relación entre Dalton y Fernández Retamar, e incluso con el poeta Mario Benedetti, autor de la más reconocida antología post morten de la obra de Dalton, consiguieran sanar. Pero el documento arroja una luz desconocida sobre ese conflicto donde, como dice Dalton, se conjugaron aspectos ideológicos, de estilo de trabajo y factores personales.
Es verdad que la idea de volver a su país estuvo siempre en la cabeza del poeta. Pero ni en la carta de julio, ni en la escrita en agosto de 1970, destinada a los ojos de la cúpula comunista, se refiere directamente a su decisión de volver a El Salvador. Manos interesadas o mal informadas construyeron esa leyenda. Además, la memoria suele tendernos trampas. Tras publicarse un artículo mío (El Malpensante 44, Bogotá, febrero-marzo, 2003) sobre la existencia y el contexto en que se produjo la carta de Dalton al Comité Central cubano, Fernández Retamar aseguró desconocer su existencia (Revista Cultura, 89, San Salvador). El facsímil de la carta completa puede leerse, en línea, aquí: Carta de Roque Dalton al Comité Central del Partido Comunista Cubano.
En 1970, Casa de las Américas vivía una hora complicada. Dalton explica en la carta que “de los catorce miembros del Comité original hay que decir que seis [habían] variado en sus posiciones o presentado puntos de vista conflictivos” frente a la visión sobre arte y literatura que sostenía la plana mayor de la institución cultural. Entre aquellos se encontraban Mario Vargas Llosa, Ángel Rama y Julio Cortázar.
En medio de esa crispación, Casa de las Américas convocó al premio correspondiente a ese año. La convocatoria fue acompañada de una intensa jornada política para enfrentar temas espinosos que pudieran ser motivos de discusión con los jurados internacionales. Los menos confiables entre éstos eran, según Dalton, la representación peruana (encabezada por el rector de la Universidad de San Marcos) y otro grupo “potencialmente conflictivo” en el que se encontraba el poeta Ernesto Cardenal. Una de las principales misiones que le encomendó Fernández Retamar a Dalton fue la de ganarse la confianza del nicaragüense.
Las cosas se complicaron. Como era previsible, algunos de los jurados, y de manera especial el poeta Cardenal, comenzaron a hacer públicos puntos de vista discordantes con la línea oficial cubana, y reclamaban autorización para tomar contacto directo con la realidad del país. A juzgar por la carta de agosto, Dalton estuvo en desacuerdo con algunas de las peticiones de Cardenal. Por ejemplo, consideró “anormal” su petición de conversar con seminaristas católicos, “negativas” sus preocupaciones por la persecución contra los homosexuales, y hasta consideró la posibilidad de que el cura fuera un agente de la CIA navegando con “bandera de bobo”.
La conducta de Cardenal se convertiría en el principal detonante de su renuncia a Casa. La mecha se encendió durante un almuerzo en el que estuvieron presentes tres poetas que han llegado a ser verdaderos iconos de prestigio literario y revolucionario: Mario Benedetti, Ernesto Cardenal y Roque Dalton. La reunión tenía el objetivo de enfriar al nicaragüense, pero el cura volvió a la carga pidiendo explicaciones, formulando críticas y reclamando que se le dejara hablar con campesinos. De acuerdo con su carta, Dalton habría apoyado en ese momento a Cardenal, lo que provocó un altercado terrible con Benedetti. Los tres poetas se levantaron de la mesa con el estómago revuelto.
Más tarde, en un coctel ofrecido a Cardenal, Dalton volvió a expresar su desacuerdo por la manera en que se estaban manejando las cosas con los jurados internacionales. Pero esa vez tuvo que enfrentar la ira del propio director de Casa. Fernández Retamar no sólo le advirtió que ya sabía que andaba “hablando basura”, sino que remató diciéndole: “En último caso somos nosotros quienes invitamos a los jurados extranjeros y somos nosotros los que sabemos qué hacer con ellos.” Aquella frase, proveniente de su mejor amigo cubano, refiere Dalton, “no me dejaba otra alternativa [que la de] retirarme del trabajo de Casa”.
Pasado de tragos, Dalton insultó a gritos a Fernández Retamar. Su destino en la más respetada institución cultural cubana estaba sellado. Dalton asegura que presentó dos cartas de renuncia, una de ellas, la del 20 de julio, dirigida a Retamar, y otra a Haydée Santamaría, sin dar explicaciones de sus motivaciones, pensando que le iban a ser pedidas expresamente. Pero esto no ocurrió. “Retamar hizo retirar mi nombre de la lista del Comité antes de dos horas después de leer mi nota”, se lamenta.
En medio del borrascoso clima político de ese momento, Dalton temió que su renuncia fuera tomada como una maniobra “destinada a causar daño a Casa”. Comenzaron a circular rumores en su contra, algunos graves. En la carta, Dalton refiere que Genoveva Daniel, una funcionaria de la institución, habría dicho públicamente de que ya “no se sabía si [Dalton] todavía era revolucionario o no”.
El Comité Central le solicitó un informe sobre los hechos. Este es el origen de la carta que aquí he referido. Y en ella insiste: “Yo renuncié de Casa, repito, porque se me dijo en otras palabras que no siguiera metiéndome en asuntos que no eran de mi incumbencia.”
No podemos saber si las cosas quedaron más claras o más enredadas, pero ya no volvieron a ser como antes. En fin, la vida cambia. Dalton pasó a trabajar a la agencia Prensa Latina, alternando sus viajes con la redacción de sus libros. Aunque no podía adivinarlo, aquella fue la última oportunidad que tuvo para dedicarse a la literatura, y fue un período muy fértil. Terminó su ambicioso trabajo biográfico sobre el comunista Miguel Mármol, y dejó listos los libros Las historias prohibidas..., y Pobrecito poeta que era yo, que se publicaron meses más tarde. Para entonces, Dalton estaba preso de su futuro.
Como dice un verso de Silvio Rodríguez, “buscando la vida o buscando la muerte, eso nunca se sabe”, en una serie de juegos del azar y malentendidos, Dalton se encontró en La Habana con Alejandro Rivas Mira, el primero en la jefatura del ERP. Entonces decidió lanzarse de regreso a su país. El resto de la historia ya es demasiado conocido.
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