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Algo sobre la obra pictórica de Begoña Zorrilla
(II Y ÚLTIMA)
Las búsquedas formales de Begoña han gravitado alrededor de sus preocupaciones como mujer: el cuerpo apacible, violento, violado, re(s)catado, la santidad erotizada, el martirio, la pródiga desnudez; para lograrlo, ha optado por una obstinación que la circunda: el trabajo minucioso de la línea, la restricción del color (su paleta cromática ha sido deliberadamente limitada –cuando es necesario– en favor de una mayor experimentación alrededor del dibujo, de la cita a ciertos autores o figuras queribles o entrañables; pero Begoña ha ido estallando de la exactitud figurativa hacia la disolución que, sin llegar a los límites del abstraccionismo, tiende a fragmentar las causalidades lógicas para lograr otra clase de tensiones y recomposiciones en el ojo del espectador: Begoña crea en el lienzo un espacio sagrado cuya aspiración es volverse cuerpo con sangre y sexo y uñas).
Sin embargo, uno de los aspectos centrales de la pintura de Zorrilla es su reticencia a abandonar la figura por completo, esa modulación del mundo en la que, a pesar de las búsquedas abstractas, siempre hay una personalidad rondante: en el figurativismo abstracto de la autora hay presencias, encubiertas o no: ojos y miradas, cuerpos disuel-tos, manos florecidas: no hay animales ni objetos que no terminen siendo alguna clase de persona. La propuesta es evidente, ya que la pintora se niega a interpretar al mundo si no es a través de la presencia humana.
En el pausado fluir de los temas de Begoña está ella misma: su rostro y su cuerpo, su familia y sus mujeres ancestrales; desde esa Begoña-personaje, ha ido merodeando a la mujer a través de largas investigaciones con las que ha pretendido desentrañar cómo se ha visto el cuerpo femenino en la historia de la pintura, cómo ha ido cambiando. Eso la ha llevado a pasear entre ciertos nombres prestigiosos del inventario renacentista o entre los legajos iconográficos del Archivo General de la Nación, o entre los tumultos de carne en revistas como Ay! e In Órbita.
Tinta de Begoña Zorrilla |
Así es como Begoña ha rondado la identidad femenina entre sus rostros, por el cuerpo (torturado y erotizado, o impasible y visto: así van surgiendo de sus manos las reinterpretaciones de las santas en estado místico, de las mártires en trances cuasi orgásmicos, o de Susana desnuda ante la mirada de los viejos –cada espectador se vuelve uno de ellos ante la multitud de Susanas que desfila por su obra).
Después de estas complejas circunnavegaciones alrededor de la mujer, después de una compleja exposición donde ciertos arquetipos y protagonismos fueron rescatados del comic (fundador contemporáneo de mitos evanescentes como Rarotonga o de funciones tan señaladas como las de “la novia resignada”, “la rival implacable”, “la buena”, “la mujer que yo quiero”, “la que es nomás pa’ divertirse”, entre otras), Begoña también ha rozado las entretelas del cuerpo: los misterios del corazón.
Cada serie es, para ella, un nuevo salto cualitativo y temático, la búsqueda de nuevas formas, lo cual propone otro aspecto de sus tesis personales frente al arte: el pintor no puede quedarse estancado en las facilidades de lo ya explorado. Por lo mismo, cada uno de sus proyectos significa más de tres años de investigación y búsqueda: los corazones de Begoña, sus cartas pictóricas y sus alusiones han parecido colocarla en el límite que siempre le significa un nuevo proyecto: sus exigencias personales de calidad expresiva la vuelven una lenta paridora de pintura, sobre todo ahora que su minucia figurativa ha ido desembocando en trabajos que tienden al abstraccionismo, al mayor desenvolvimiento del color, al manejo de formatos diferentes y a la inclusión de objetos dentro del texto pictórico.
Pintora de tiempo completo, Begoña Zorrilla no desdeña la experimentación como parte del permanente proceso evolutivo de un artista ni se conforma con los alcances de una obra aplaudida por el espectador. Tiende a creer que el verdadero compromiso del creador es ese vértigo constante donde las cosas nunca se dan por hechas, donde la única frase prohibida es “ya la hice”, lo cual se comprueba con el itinerario de sus exposiciones individuales, que corroboran la lenta dedicación de Begoña Zorrilla. Algunas de ellas son: Trabajos (1982), Damas de delicia y de congoja (Revista de revistas) (1985), Del culto y sus adoraciones (1987), Historias del corazón (1990), La voz del caracol (2000): un memorial del corazón para los ojos.
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