Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de enero de 2010 Num: 774

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La imagen
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Último destino
MINAS DIMAKIS

Fraternidad y política
BERNARDO BÁTIZ

¿Lo dijo o no lo dijo?
ORLANDO ORTIZ

La realidad cúbica de Juan Gris
ESTEBAN VICENTE

La incomprensión crítica sobre Juan Gris
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Juan Gris, el poeta cubista
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Estética de la erosión
RICARDO VENEGAS entrevista con RAFAEL CAUDURO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

UNA BIBLIA DE VAQUEROS

PAUL MEDRANO


La Biblia vaquera,
Carlos Velázquez,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2008.

Según Fitzgerald, para escribir hay que tener un alma antigua. A su vez, Efraim Medina Reyes advierte que “escribir es como una droga”. Paz condenó: “Escribir es una maldición” e Ibargüengoitia, en cambio, fue más preciso, pero no menos urticante cuando sentenció: “Escribir cansa.”

Sin embargo, en esta época en que internet es dueña de ti, dueña de qué, dueña de nada, la escritura –pero no sus reglas– revivió con brío increíble tras una aparente fase de criogenización: ahora todo mundo escribe. Mal o pésimo, pero se escribe.

Por ello, se piensa que es fácil hacerlo y, a decir verdad, lo es. Lo jodido es notar la diferencia que existe entre escribir y escribir. Parecen lo mismo, se escriben y se pronuncian igual, pero no tienen relación alguna. No obstante, ahora parece que ya nadie se cansa de escribir, pero sí de leer. Paradógicamente, en estos tiempos en que todo mundo junta letras y letras en el chat, en mensajes SMS, en el blog, en el Facebook, etcétera, cada vez a menos gente le gusta leer. Tristemente, ese heroico oficio está en vías de extinción sin que Green Peace o alguna otra organización haga algo por rescatarlo.

Entrada con acordeón Gabanelli

Hablar del norte en tierras surianas podría ser igual de fascinante que entablar un diálogo sobre el Gran Colisionador de Hadrones. Lo digo con conocimiento de causa. He vivido diez años en estas tierras: por más que intentes explicar, por ejemplo, la relevancia de una tejana en la vida de un hombre común y corriente, para los sureños todo se resumirán a ínfulas de narco. Por el lado musical es peor: en el sur la música norteña se reduce a tres exponentes: Los Tigres del Norte, Los Cadetes de Linares y Ramón Ayala.

De poco servirá intentar mostrarles a Los Pingüinos del Norte, a Juan Salazar, a Los Incomparables de Tijuana o Los Donneños. Toda la métrica, metáforas y acordes serán ignorados. El chicoteo del tololoche de Alejandro Sarmiento junto a Los Parranderos de Medianoche. El bajo sexto requinteado de Eliseo Robles, ya sea como solista, o como primera voz de Ramón Ayala. El legado de Jorge Martínez, alias el Barracas, revolucionador del bajo eléctrico en la música norteña. Los fabulosos solos de acordeón de el Flaco Jiménez o Mingo Saldívar. Nada, para los surianos –y mucha gente más– todo se resumirá a música de narquillos, cuando ignoran que el género norteño es más antiguo que el narco y más mexicano que el mariachi.

Estribillo a dos voces y final con chun-ta ta

Leer La Biblia vaquera es sumergirse en una norteñidad sin balaceras, sicarios ni camionetotas. Carlos Velázquez muestra una visión norteña poco explorada, pero que ha estado ahí por siglos. Este coahuilense la empapa de lenguaje regional, la adereza con personajes comunes y la fríe en aceites modernistas libres de esnobismo.

“Búrlate de ti y así te burlarás de todos”, reza un refrán. Partiendo de esa premisa, La Biblia vaquera se mofa de ella misma. Sabiendo que al final, terminará riéndose de todos.

Acá en el sur, se tiene la idea de que en Ciudad Juárez todos son sicarios y que las mujeres no salen a la calle, ni de noche. Que en Mazatlán no hay albañiles, porque todos andan sembrando yerba en la sierra de Mariguanato. Que en Matamoros nadie vende tacos en la esquina, pues todos los hombres se enlistaron con los zetas. Que en Tijuana no hay heladerías porque todos los jóvenes son polleros.

Pero no es así, existe un país debajo de todo eso que llamamos narco. Hay personas que venden burritos de yelera. Que desean cogerse a una gorda. Que venden pollo frito. Que son agentes de ventas en una tienda de botas exóticas o que se dedican a la lucha libre.

Esa es la raza que nos ofrece La Biblia vaquera. Esas son las historias que arma Velázquez y han llamado la atención de no pocos: por su novedosa visión norteña; por el culto e inmediato sacrilegio de los ídolos de la cultura del norti y por la caricaturización de esa visión, ese culto y ese sacrilegio.

La Biblia vaquera incluye seis historias y un insólito epílogo. El universo narrativo va y viene como disco de acetato. Llevando y trayendo juegos de palabras. Anécdotas, lo mismo divertidas, que enmarcables. Frases que bien podrían escribirse en la Cámara de Diputados o el parabrisas de un camión. Estructuras variables y ritmos de todo tipo. Deificación de lo profano y sorna de la divinidad. Como buena Biblia, y como buena vaquera.