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Juan Domingo Argüelles
Poesía e iniciación
Los primeros versos que me maravillaron los encontré en uno de los libros de texto de la primaria. Todavía los recuerdo con felicidad, y no se han marchitado ni en mi memoria ni en mi estimación. Pertenecen al poema “Playeras”, de Justo Sierra, y dicen así: “Baje a la playa la dulce niña,/ perlas hermosas le buscaré;/ deje que el agua durmiendo ciña/ con sus cristales su blanco pie./ Venga la niña risueña y pura,/ el mar su encanto reflejará,/ y mientras llega la noche oscura,/ cosas de amores le contará.”
Fue necesario el paso de algunos años para darme cuenta, ya como adulto, de que aquel poema no era un poema “para niños” y que aquella niña del poema no era precisamente una niña. Pero, incluso por lo que no entendí entonces, el poema me fascinó desde el primer momento, y me sigue fascinando hoy día que lo comprendo mucho mejor. Y si debo ser justo, con Justo Sierra, a él debo en gran medida mi inclinación por la lectura y por la escritura de poesía.
Lo anterior me lleva a decir lo que en otras muchas ocasiones he enfatizado: que no hay, exclusivamente, poesía ni poetas para niños. Lo que hay es poesía (regular, buena, excelente, extraordinaria, espléndida o genial) que, por sus características lúdicas y lúcidas puede dialogar muy fácilmente con los niños.
Lo mismo ocurre con la prosa narrativa. Muchos de los grandes libros considerados hoy “para niños” (los relatos mitológicos clásicos; los Cuentos de Mamá Oca, de Charles Perrault; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, etcétera) no fueron escritos originalmente para ellos, sino para todo el lector atento, sensible e inteligente, dando por descontado que los niños pueden ser lectores muy atentos, muy sensibles y muy inteligentes, y que incluso de pronto lo son más que los adultos, porque ellos aún no cometen el pecado de avergonzarse de su ignorancia y dudan y preguntan, sin prejuicios de ningún tipo. Saben que no saben y, por ello, desean saber.
En su libro El niño y la filosofía, Gareth B. Matthews asegura que “el niño tiene unos ojos y unos oídos frescos para percibir la perplejidad y las incongruencias. Los niños también tienen, típicamente, un grado de candor y espontaneidad que difícilmente iguala el adulto”.
El niño constantemente está preguntándose en dónde comienza la realidad y en dónde la fantasía, y suele hacer que el adulto, que ha olvidado el arte de dudar y preguntar, se desespere ante cuestionamientos que no sabe cómo responder satisfactoriamente.
Según opina Matthews, “algunos adultos no están preparados para enfrentarse a un niño sin apoyarse en la supuesta superioridad en conocimientos y experiencias de los adultos”. Y ello ocurre, más que nada, porque las personas mayores han desaprendido o abandonado una actividad (la de asombrarse frente al mundo) que antes, en su niñez, habían disfrutado y encontrado natural.
En su célebre libro El principito, Antoine de Saint-Exupéry ironiza al respecto desde las primeras páginas de su inolvidable historia. “Las personas mayores –dice el piloto caído en el desierto del Sahara– nunca entienden nada a solas, y para los niños es agotador darles y darles explicaciones. [...] En el curso de mi vida he hecho montones de contactos con montones de personas serias. He vivido mucho entre las personas mayores. Las he visto de muy cerca. Lo cual no ha mejorado mucho mi opinión.” Así las cosas, la conclusión es obvia: “Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.”
Uno no puede sino agradecer que los grandes escritores sean publicados en libros destinados a los niños. Aquí no se trata de escribir “para los niños”, sino de compartir una espléndida escritura “con los niños”, que sin lugar a dudas, por intuición natural, saben distinguir entre algo espléndido (y por ello pleno de disfrute) y algo artificioso con lo que se les quiere tomar el pelo.
Si, en relación con la literatura, todos los escritores tomaran en cuenta las capacidades y potencialidades de los niños, luego de escuchar sus puntos de vista y observar sus reacciones, habría, con seguridad, más y mejores libros para adultos y más y mejores libros dignos de ser disfrutados y atesorados por los niños.
Si deseamos que los niños se aficionen a la lectura hay que tener cuidado, durante el proceso de iniciación, de no darles gato por liebre y sí, por el contrario, brindarles siempre algo digno de sus expectativas, su sensibilidad y su inteligencia.
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