Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de enero de 2010 Num: 774

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La imagen
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Último destino
MINAS DIMAKIS

Fraternidad y política
BERNARDO BÁTIZ

¿Lo dijo o no lo dijo?
ORLANDO ORTIZ

La realidad cúbica de Juan Gris
ESTEBAN VICENTE

La incomprensión crítica sobre Juan Gris
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Juan Gris, el poeta cubista
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Estética de la erosión
RICARDO VENEGAS entrevista con RAFAEL CAUDURO

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Jornada de Poesía
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El vuelo

Hay maneras muy elevadas de volar (si se tolera el aparente juego de palabras) donde no intervienen aviones ni máquinas, ni otras alas que las metafóricas, o las metafísicas. Todo mundo sabe volar con la elevación que comento, aunque han sido ciertas imágenes relacionadas con el arte las que han otorgado formas palpables para saber lo que es el vuelo personal, cuyos nombres son diversos: “inspiración”, “imaginación”, “fantasía”…

Aunque inspiración es palabra más relacionada con la creatividad artística, pues se asocia con un brote irracional e inconsciente, ese “recibir el aliento” proveniente de las Musas tuvo sus orígenes en el helenismo: los antiguos griegos creían que en la inspiración eran importantes los ritos preparatorios y el aliento de un dios. Si las sibilas recibían vapor y humo divinos en una caverna dedicada a Apolo antes de realizar una profecía en Delfos, un poeta –Femio– ya había mencionado en Odisea 22, 347-348, que sus cantos le fueron puestos en el corazón por los dioses.

Para los griegos, la inspiración significaba que el artista alcanzara un estado de furor poeticus, un éxtasis de locura creadora por el que era transportado más allá de sí mismo para recibir las dádivas de los dioses. Platón (Simposio, 197a; Fedro, 244) sostuvo que el poeta era transportado temporalmente al mundo de la Verdad –de la comprensión divina– y que, durante esa visión, se sentía impulsado a crear, afirmación que fue seguida por Aristóteles, Teócrito y Píndaro. El hecho de invocar diversamente a las Musas, Apolo y Dionisos, era una auténtica plegaria en busca de inspiración para recibir el aliento del dios, lo que fue igualmente sostenido desde Virgilio hasta Cicerón, pasando por Ovidio, pues los romanos también creyeron que la inspiración artística era un regalo de los dioses.

La inspiración comparte con la idea del vuelo –propuesta arriba– el hecho de ser previa a la conciencia y de que no está relacionada con la habilidad (ingenium): así como la técnica y la destreza en una ejecución no tienen que ver con el aliento recibido, un ser “no poético” puede “estar inspirado”, de la misma manera que un artista o un intérprete pueden hallarse en serios problemas para estarlo.

Para sor Juana, siglos más tarde, el vuelo ya no fue un asunto de inspiración sino de un sueño de conocimiento, de anábasis, tal como lo ofreció en su Sueño, donde el Alma: “La cual, en tanto, toda convertida/ a su inmaterial Ser y esencia bella,/ aquella contemplaba,/ participada de alto Ser, centella/ que con similitud en sí gozaba;/ y juzgándose casi dividida/ de aquella que impedida/ siempre la tiene, corporal cadena”; es decir, donde el Alma –separada del cuerpo, su lastre– alcanza contemplaciones del Universo en las que se siente engolosinada por todo lo que percibe y se encuentra aturdida por cuanto pretende comprender –pero luego se ve interrumpida por la salida del Sol y el despertar del cuerpo–, y luego descubre que requiere de un ojo más metódico para conocer. Si los griegos describieron el vuelo artístico, acaso le correspondió a la poetisa sor Juana describir las peripecias del vuelo intelectual y científico.

Consecuente consigo mismo y con su momento, Beethoven explicó a un amigo suyo, en la Correspondencia, que cuando componía se encontraba “en estado de rapto”, donde no es inocente su idea romántica de que Mein Reich ist in der Luft: ese vagabundear por el reino de los aires y los cielos hermanaba las ideas de la inspiración antigua y el sueño sorjuanesco, bajo la impronta de lo conocido, bajo un lugar común español: la imaginación es la loca de la casa. ¿Por qué arribar a la vana etimología? Ya se sabe que imaginatio, -onis, es esa facultad sensible o sentido interno capaz de reproducir sensaciones o percepciones en la ausencia de sus estímulos, a la que se atribuyen funciones conservadora, reproductora y combinadora, donde la imaginación, o fantasía, es la combinadora y creadora.

Regreso al vuelo originario que propició estas palabras, al que es posesión de todos y el que no usan muchos artistas ni científicos, ni quienes meditan acerca de sus intrincados caminos. Ahora estoy convencido de que griegos, latinos, sor Juana y Beethoven, por mencionar algunos ilustres nombres y referencias geoculturales, sólo han ofrecido ejemplos intelectualizados de algo “simple”: la perfecta imaginación infantil que Julio Cortázar persiguió –y envidió– durante su obra: esa mirada asombrada y asombrosa donde se revela cada día que la vida está en otra parte, pues la infancia es la dueña de ese vuelo.