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Esther AndradiI No hay nada que hacerle: ellos ya conocían el papel una ponchada de siglos antes que en Occidente, un alemán llamado Gutenberg, inventara la imprenta. Por eso no es casualidad el despliegue de China, país invitado de honor este año a la Feria Internacional del Libro de Frankfurt. Bajo el lema “Tradición e innovación”, una delegación de dos mil personas, entre periodistas, funcionarios, escritores y artistas expandió en una estética en blanco y negro, con agua, madera y papel, variadas facetas de la cultura, la historia, la literatura, y por supuesto, la economía de ese país. Incluidos simposios de economistas en los hoteles adyacentes al recinto de la feria. Cartera mata galán, escribe el humorista Fontanarrosa, y la feria mais grande do mundo se rinde a los pies del gigante asiático. II Babel se desplaza por el Centro de Traducciones. Cincuenta y dos idiomas para traducir a Herta Müller, la reciente Premio Nobel de Literatura. Pero su novela más reciente –Atemschaukel– aún no tiene editorial en español. El jueves, la delegación argentina presenta al país de Borges, que en 2010 será invitado de honor de la Feria. El escritor Mempo Giardinelli introduce las literaturas de ese país después de la dictadura. “La literatura actual no tiene una figura excluyente,” reconoce, como en su momento lo fueron Borges, Cortázar, Silvina Ocampo. Y no vacila en definir esta literatura como “más plural y abarcativa” que en el pasado. Por su parte, la embajadora Magdalena Fallaice define a Argentina como una nación atravesada por la inmigración, pero también mestiza y latinoamericana. Y el escritor Osvaldo Bayer lee un capítulo de su libro La Patagonia rebelde al recibir la posta de manos de los chinos. III Para ingresar a los siete pabellones donde se lanzan al mercado unos 90 mil títulos nuevos, hay que atravesar una frontera, intensamente controlada este año. Jóvenes y amables guardias de seguridad de ambos sexos, vestidos de riguroso negro, inspeccionan al visitante como en el aeropuerto, mientras le preguntan si lleva armas de fuego y cuchillos. Grande es este predio, señoras y señores lectores. Salas y corredores a lo largo y a lo ancho de varias manzanas, vinculados entre sí por escaleras, cintas mecánicas, microbuses. Una superficie de casi doscientos mil metros cuadrados para exhibir libros, discos, películas, calendarios, postales, cederoms. Son los interiores de un edificio generoso en vidrio, que suspende buena parte de su esqueleto de acero por encima de una autopista y, al ascender por la escalera mecánica, se ven pasar los automóviles debajo de los pies. Por aquí corren agentes, editores y lectores aturdidos de fervor. Todo por un libro. Un impreso. Una hoja por la que hace quinientos y pico de años Gutenberg se endeudó hasta la muerte. Entretanto el otoño sopla aquí afuera y las hojas vuelan. IV Sentado a los pies de la escalera, un hombre ofrece un canasto lleno de poesía. “Por una sonrisa.” Rollos de papel anudados con cintas de color verde, roja, azul, salen gratis del canasto para la mano que los elige al azar. Son manuscritos. El poeta se llama Georg Oswald Cott, es nativo de Brünswig, Alemania, ganó ya más de un premio y distinción y reseñas en los periódicos, y regala su poesía en la Feria del Libro sentado en el pasillo entre el pabellón cinco y seis, dedicados a expositores internacionales. V Entre ambos pabellones, el Club Bertelsmann y la televisión. Por aquí desfilan notables, modistos, cantantes y políticos como Henry Kissinger, el ex ministro de eu que anuncia su libro sobre China, para contar cómo los chinos ven a Occidente. Bronceado y dotado de audífonos contra la sordera, Kissinger escribe bestsellers. La imagen vale por mil palabras, pero se la lleva el viento. Los libros en cambio permanecen. A pesar de tanta amenaza electrónica, nada como el papel para la eternidad. VI “Es para mí un misterio que libros interesantes como los de Schopenhauer (¡y los míos!) no encuentren lectores” escribió Witold Gombrowicz, el genial escritor polaco que vivió más de dos décadas en Argentina. Pese al mercado, el rigor de sus leyes y fusiones editoriales, el misterio permanece: con toda la batería de mass media a su favor, siempre habrá libros que no se vendan, mientras cenicientas que nacieron para la guillotina inesperadamente repunten. Y aunque cada vez dependa menos del azar, la literatura de la buena, con su diversidad y su riesgo, sobrevive a los modelos impuestos. Conviene, sin embargo, convertirse por un rato e n Lektor con “k” –que así se denomina en alemán a quienes recomiendan manuscritos a los editores–, y preguntarse: ¿Quién se animaría hoy a juzgar positivamente una novela “experimental” y “arriesgada” como Rayuela? ¿Ganaría el Ulyses alguno de los más jugosos concursos literarios del momento? ¿Aconsejarían los “Lektores” la eliminación de algunos capítulos de la Divina comedia a fin de hacerla “más llevadera”? ¿Le recomendarían a Jorge Luis Borges que se deje de cuentos y escriba una novela? VII “Abrir las fronteras de Europa”, exigió Claudio Magris, el escritor italiano que recibió el Premio de la Paz otorgado por los libreros de Alemania. Este premio, más político que literario, fue retribuido por el germanista italiano nacido en Trieste, y autor de Danubio, con una crítica radical a las políticas de migración de la Comunidad Europea. A veinte años de la caída del Muro que dividía el este del oeste, Europa se ha convertido en la playa próspera adonde vienen a morir ahogados inmigrantes africanos, los menores carecen de protección y los inmigrantes “sin garantías” son devueltos a sus países de origen en los aeropuertos. A esta Europa le sobran fronteras, clamó Magris. VIII Tal vez en algún laberinto subterráneo, en un refugio a salvo de bombardeos, piras y censuras de todo orden y caos, se esté gestando una nueva utopía. ¿Virtual o verdadera? Es el enigma de este siglo incierto. |