Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de diciembre de 2009 Num: 771

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Julio Ricci: narrador y personaje
ALEJANDRO MICHELENA

Cuentos chinos, bestsellers y utopías en la Feria del Libro de Frankfurt
ESTHER ANDRADI

El esperanto
RAÚL OLVERA MIJARES

La obra de Paz en Cuba
GERARDO ARREOLA entrevista con RAFAEL ACOSTA DE ARRIBA

Trieste, ciudad multiétnica
MATTEO DEAN

La Risiera de San Sabba
MATTEO DEAN

Respirar la pintura
RICARDO VENEGAS

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
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Corporal
MANUEL STEPHENS

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El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

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Interior de la Risiera de San Sabba, Trieste

La Risiera de
San Sabba

Matteo Dean

“¡Ya basta!”, grita un hombre desde el fondo. El grito es tan fuerte y tan digno, que la bola de personas frente a él y que le impiden la vista, se voltea en grupo. El orador, el alcalde de esta triste Trieste se mantiene firme, pero calla por no tener ya público. Es el 27 de enero de 2006, el llamado Día de la Memoria. El gobierno de derecha lo acaba de instituir en honor a todos los muertos que, con su vida, pelearon para que no hubiera más muerte del orden científico impuesto por los nazis en los años treinta y cuarenta.

“¡Ya basta!”, grita el viejito, apoyado en su bastón. “Ya basta de babosadas, los muertos no son iguales, quien peleó para la liberación y en contra del fascismo, fuera italiano o alemán, ha luchado toda su vida. Desde antes que algunos decidieran impedir la barbarie. Es fácil ahora decir que hubo fascistas que se opusieron a la matanza nazi, ¿pero dónde andaban cuando Mussolini ordenó las leyes raciales en 1938? ¿Qué hacían cuando empezaban a deportar gente a Alemania? ¿Qué pensaban cuando los eslovenos y croatas eran discriminados? ¿Eh?”

La voz del hombre cae como una repentina helada sobre las buenas conciencias que hoy se reúnen en este triste lugar, con la historia más triste y oscura de Trieste. El alcalde, del partido de derecha, apoyado por los partidos herederos directos del Partido Nacional Fascista, tiembla. Quería que pasara el mensaje clave de la política de esta ciudad: la muerte los hace a todos iguales. Los muertos defendiendo la caída del fascismo y los muertos para liberar Italia y Trieste de los nazis. “No –dice el hombre– aquí se murió de un solo lado.”

En 1943, el entonces gobierno italiano, involucrado en la segunda guerra mundial al lado de la Alemania de Hitler, decide retirar el cargo a Mussolini, lo acusa de haber metido a Italia en una tragedia, lo encarcela y, al cabo de un par de meses, el 8 de septiembre, anuncia la firma del armisticio con los aliados angloamericanos. El gobierno se escapa al sur del país, ahí en donde los aliados ya están presentes. Es el fin de la guerra para Italia pero no para los italianos, pues de Roma hacia el norte el país se encuentra ya sin un gobierno. En el transcurso del mes de septiembre, todo el norte italiano es invadido por las fuerzas de Hitler. La mayor parte del territorio es dado al nuevo gobierno de Mussolini –que los alemanes liberan. Sin embargo, hay una región en particular que Hitler considera estratégica y no quiere ceder al control del “incapaz” aliado italiano. Es el llamado “Litoral Adriático” (Adriatisches Kustenland), el territorio que iba desde Ljubljana, actual capital eslovena, hasta Udine, en Italia, por un lado y, hacia el sur, comprendía toda la península de Istria. Al centro de este territorio, Trieste, la ciudad puerto del Imperio Asbúrgico, la ciudad de los miles de idiomas, la ciudad cosmopolita que Mussolini trató de hacer italiana sin lograrlo, pues en Trieste, hasta la fecha, decenas son los idiomas que se hablan, decenas son las religiones que se profesan. En Trieste, Hitler quiere su mando central de la región. El problema para los alemanes ahora es limpiar la región de la presencia de los partisanos y de los que considera su enemigo natural: judíos, gitanos, minorías eslavas y todos los italianos que traicionaron la causa nazi.


Exterior de la Risiera de San Sabba, Trieste

Es por eso que escoge un lugar y ahí funda el único campo de exterminio que hubo en Italia, en cuyo horno encontraron la muerte al menos 5 mil personas en sólo un año (el horno se inaugura el 4 de abril de 1944, la ciudad se libera el 29 de abril de 1945). Además de la eliminación física, el espacio fue lugar de tránsito y de reordenamiento de las miles de personas que eran capturadas y luego enviadas a otros campos. El último viaje de deportación salió de Trieste rumbo a Bergen Belsen el 24 de febrero de 1945.

La Risiera di San Sabba debe su nombre a la original destinación de los edificios que la componen (“riso”, en italiano, significa “arroz”) y al barrio en el cual se encuentra, San Sabba, zona en ese entonces marginal de la ciudad, ahora englobada por la expansión urbana. Hoy el lugar está rodeado por unidades habitacionales y el estadio de futbol del equipo local; sin embargo, no ha perdido su característico verticalismo que lo hace, a los sabedores de la historia, tétrico en su imponente estructura.

En 1965, el entonces presidente de la República declara el lugar Monumento Nacional, “por su relevante interés histórico y político”. Desde ese entonces el lugar se puede visitar y en él se llevan a cabo cada año las celebraciones del Día de la Liberación (el 25 de abril) y, desde 2000, el Día de la Memoria. Pero no sólo es monumento, sino que también se ha convertido en museo viviente de las atrocidades cometidas por los nazis y sus colaboradores italianos en el territorio de Trieste.

Un edificio, el central, de seis pisos, rodeado por otros tres más pequeños. El edificio central hoy con serva el aspecto de los que fueron los cuartos de la milicia nazi que ahí se hospedaba. A un costado del enorme edificio, en el lado occidental del mismo, sigue la marca de lo que era el horno (los alemanes, en su fuga, lo tumbaron con explosivos la noche entre el 28 y 29 de abril de 1945), en el cual hallaron la muerte miles de personas. Del mismo lado queda parte del patio que hoy está encerrado por un alto muro de cemento que lo separa de la calle. Frente a lo que queda del horno y contra el muro, encontramos una escultura en hierro que representa al humo que salía de la chimenea que ahí se encontraba. Del lado opuesto, el lado oriental del edificio principal, hay otro patio, hoy adornado con árboles. A la izquierda de dicho patio se encuentra ahora la entrada al monumento. Un pasillo entre dos altas paredes de cemento conduce por cincuenta largos metros al lado izquierdo del edificio central. Inmediatamente a la derecha encontramos la llamada “celda de la muerte”, ahí en donde eran custodiados los destinados al horno. Un lugar horrible, sin luz ni aire. La sensación al entrar es la fría presencia de la muerte que ahí conocía sus víctimas, cuando éstas aún tenían el calor de los sueños de la vida que se iba a acabar de forma tan abrupta. Continúa a la derecha un edificio de dos pisos: la planta baja era la celda más grande en donde encontraban descanso los prisioneros, antes de ser repartidos en las diecisiete celdas del piso de arriba, o en las cárceles de la ciudad .

El complejo de edificios ocupa poco más de ciento cincuenta metros de longitud. Es tan pequeño que a un primer vistazo resulta difícil creer que haya podido contener tanta tragedia, tanta maldad, tanta cientí fica estupidez de la humanidad para permitir que esto sucediera. Por suerte ahí está, para que quienes lo visiten conozcan hasta qué límite llega la conciencia humana, para que quienes pasen enfrente sientan ese aire gélido que sale con fuerza del pasillo de entrada, para que quienes lo vean desde el transporte público que pasa a un lado sepan que eso puede repetirse, con tan sólo dejar que la injusticia y la prepotencia se apodere una vez más de las relaciones humanas.

Ahí está la Risiera di San Sabba, para recordarle a los italianos que los alemanes no fueron los únicos en tener el mal en casa. Ahí está para que ustedes, los que nos leemos, también sepan lo que Trieste, la ciudad de Maximiliano de Austria, tuvo algún día en su larga historia.