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Angélica Abelleyra
Gilda Castillo: soy un diccionario de símbolos
Su amor por la plástica y la literatura es pleno. Uno la salva del otro, la complementan. Porque la libertad que encuentra al dibujar sus mapas que son cuerpo y geografías, se equilibra con el rigor del trabajo editorial que ocupa sus días. Y en ese vaivén de tejer naturalezas y corporalidades, así como sumergirse en la corrección de páginas de revistas y libros, Gilda Castillo (DF, 1955) sigue construyéndose como un diccionario de símbolos.
Tres personajes de su entorno inmediato se confabularon sin proponérselo para detectar y aplaudir en ella sus pasiones: dibujar, bailar, leer. La abuela materna, el padre y la madre eran los entusiastas seguidores de aquella niña que disfrutaba acompañar a sus primas a la panadería y comerse un enorme bolillo caliente. O agarrar un libro de la vasta biblioteca que el padre degustaba. Pero un cuarto personaje la guió de manera más certera por la plástica: Jaime, su tío político, refugiado español y pintor apasionado por los toros fue quien la llevó con Antonio Navarrete, otro artista plástico con el que Gilda aprendió a hacer réplicas de bustos, pies y torsos clásicos o a ejecutar copias de Van Dyck.
Concluido ese ciclo con Navarrete, la joven pasó al entorno divertido de Angelina Grosso, una pintora de bodegones y flores que cantaba ópera junto con su perro boxer, pero que le recomendaba no inscribirse en La Esmeralda. “Me decía que me echaría a perder”, recuerda Castillo. Y eso fue lo que precisamente hizo: echarse a perder, pues intuía que había un lenguaje plástico más acorde a su tiempo, alejado de la pintura clásica que hasta el momento había aprendido de sus maestros.
De manera paralela a sus clases en La Esmeralda, atendió su interés por la literatura. Por las mañanas acudía a la UNAM, para estudiar Letras hispánicas, y por las tardes iba a la escuela de pintura. Pero en esta ultima sólo cursó tres años; salió en los momentos en que Benito Messeguer se separó de la escuela y formó el Centro de Estudios Superiores de Investigaciones Plásticas del inba , que también tuvo corta vida. Su formación plástica tuvo entonces una oficialidad incierta, mientras la vena literaria la concluyó hasta el nivel de maestría y con incursiones tempranas en el mundo editorial, como asistente de Margarita Peña, y en la corrección de libros, como La máquina estética, de Manuel Felguérez, que recuerda con un especial cariño.
En este rubro ha colaborado no sólo con la unam y varios de sus institutos, sino con el otrora Instituto Nacional Indigenista, en la dirección de Artes Plásticas del inba y durante muchos años como responsable de la edición de El Alcaraván, la notable revista (boletín trimestral) del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca ( iago ), impulsada por el pintor Francisco Toledo.
En el ámbito de la plástica, se ubica en ese tipo de artista que vincula la naturaleza y el cuerpo. Una conserva la memoria del otro. En sus paisajes encuentra, sin proponérselo, un reflejo de su infancia transcurrida entre el campo y la ciudad. Primero disfrutando sus estancias por ranchos de Morelos, Tabasco y Veracruz, y luego en el entramado urbano del Distrito Federal. Quizás lo citadino en su pintura lo advierte más en lo formal, al construir estructuras casi cubistas o entramados que son mapas o rostros o cuerpos.
Aunque tiene muchos artistas-referente, a ella le apasionan y obsesionan algunos creadores a los que siempre recurre: José Clemente Orozco, Georgia O'Keefe, Emily Carr y Susan Rothenberg. Sus formas de abordar las naturalezas humanas, vegetales y animales la entusiasman tanto como esos modos tan disímbolos de fragmentar espacios y latitudes. Porque la fragmentación es quizás uno de sus modos cercanos de concebir y construir universos.
Porque es así como concibe la vida: parcial, incompleta, como partículas, astillas, raciones, trozos, aunque ahora reconoce que está en el deseo de unir esos fragmentos (mismo nombre de una de sus series) para empezar a establecer redes, tejidos. Muestra de ello es la serie denominada Contornos, giros, huellas que ya se ha exhibido en espacios de Saltillo, Torreón, Querétaro, San Antonio (Texas, EU) y Cuernavaca. Una serie que desde hace tres años trabaja y continúa bordando con franjas que giran y se enredan, así como flores esquemáticas sobre fondos planos que siguen construyéndose de esa manera para que Gilda se revise, se corrija y deletree en su particular diccionario de símbolos.
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