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Verónica Murguía
¿Dónde andas, Huckleberry?
Hace unas semanas me enteré, con horror, que Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, se ha convertido en un libro inconseguible. Lo sé de buena fuente, porque soy maestra, y uno de los libros que leemos en mi curso es Huckleberry. Mis alumnos están desesperados. Dicen, y les creo, que los dependientes de las librerías les han advertido “que ya no se publica”. Espero que esta afirmación sea sólo una forma de salir del paso, porque la idea de que cualquier libro de Mark Twain se deje de publicar o vender me parece atroz.
Sé que hay ediciones españolas muy buenas, y que en Estados Unidos se puede comprar una de Random House que incluye cuatro segmentos que Mark Twain eliminó en la primera edición; un capítulo entero en el que Jim le cuenta a Huckleberry una aventura que le ocurrió mientras preparaba un cadáver para ser diseccionado; una parte en la que El rey, ese pícaro estafador, explica cómo le hace para sacarle dinero a la gente para irse a “misionar”; una sección en la que Huckleberry describe un amanecer y, por último, una larga discusión en la que se habla con amargura sobre temas religiosos y la venta de esclavos. La lectura de esta edición, en la que además hay varias páginas facsimilares que permiten al lector comprobar la legibilidad de la letra de Twain, es un verdadero placer que, debido a la estrafalaria idea que tienen las librerías y algunos editores del mercado literario, está lejos del lector mexicano.
Ignoro cómo se puede remediar. Sé que internet es un buen recurso para adquirir libros, pero, necia que soy, imagino que los lugares ideales para encontrar un libro deberían ser la biblioteca pública y la librería.
Foto: Patrick T Power |
¿Cómo hacer para que un libro, de los clásicos, ocupe de nuevo un lugar en los estantes? No lo sé. Debo confesar mi ignorancia absoluta respecto del proceso de distribución de los libros, incluyendo los que yo he escrito. Las editoriales hacen lo que se les da la gana, o en el caso de las que me caen mejor, lo que pueden. Tienen que vérselas con enemigos formidables como el secretario de Hacienda, la falta de lectores, la crisis económica y la tiranía de la demanda: libro que no se vende en un plazo fijo, es devuelto. Y el destino del libro devuelto suele ser terrible: hay editoriales infames que los destruyen, pues prefieren echarlos a la trituradora que guardarlos.
La idea me pone de un genio de perros: el trabajo del escritor, si no es comercial, debería por lo menos tener un lugar físico donde estar. He hablado de esto con colegas y a todos nos da rabia, pero si ni Twain está disponible como se merece, ¿qué nos espera a nosotros?
Otro ejemplo de autor indispensable que ha desaparecido de los catálogos es Marguerite Yourcenar. Hace poco traté de conseguir dos libros: Opus Nigrum, un verdadero libro iniciático, y El tiempo gran escultor, una colección de ensayos que abarca varios temas. En la filial mexicana de la editorial que publica las obras de Yourcenar me debían un pago en especie. Llamé y me dijeron que sólo la correspondencia de esta autora se publica en México. Lo demás, ya no. “Se vende poco”, fue la explicación. “En octubre vienen en el catálogo de Punto de Lectura”, me argumentaron con paciencia cuando les declaré que era gravísimo, horrible, una catástrofe, etcétera. Esta misma editorial produce una cantidad abrumadora de libros, pero muy pocos de los que ven la luz –yo publico allí– merecen compartir un estante con cualquier libro de Marguerite Yourcenar.
Sentí una extraña soledad, no individual, sino colectiva. “Pocos libros de Yourcenar en México”, me dije. No sería un encabezado muy alarmante más que para algunos despistados, y más aún en los tiempos que corren, pero a mí me dejó apachurradísima.
Fui a las librerías a buscarlos. Me topé con montañas de papel impreso: miles de libros con cintillos estridentes, la última novela de X, la más escandalosa de y , el bestseller de Z. De Huckleberry, ni sus luces. Eso sí, el top ten español relumbraba envuelto en celofán indestructible. A mí pocos de esos libros me dan consuelo. Los que más me gustan están probados por el tiempo, y suelen llegar a mis manos amparados por opiniones de otros lectores, no por el prestigio espurio del marketing.
Sin Mark Twain y sin Yourcenar. Si siguen así las cosas, vamos a terminar leyendo Pedro Páramo en ediciones españolas, y a Ramón López Velarde en fotocopias.
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