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Felipe Garrido
Lunes
Para Norberto de la Torre
El principio del día –pensó Anacarda, o no supo si lo había leído– se puebla con las bestias que libera nuestra condición de condenados a la tumba. Hoy es lunes –se dijo–. Es la hora en que los sueños salen a buscar un sitio para recuperar la noche: el aire huele a sangre y a brasas. Las sombras avanzan sin ruido. La ciudad está muda. Se oye, únicamente, una campana, pero no sé –se dijo Anacarda– si en realidad la oigo o está solamente en mi memoria.
Se sentía testigo del progreso inevitable del llanto y del desastre. Se sentía obligada a hacer el recuento del naufragio. Pensó en las calles de la ciudad, en las ruinas que habitan los edificios que acaban de ser construidos.
Quiso rescatar palabras que la gente olvida, limpiarlas, sacarlas al aire, vestirlas de sentidos. Pero sintió que era mejor el silencio. Recordó que en la fuente de la Plaza de Armas había un surtidor de arena: pensó que en ese lugar nacía el desierto. |