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Marco Antonio Campos
Dos poetas flamencos
Hace unas semanas, en la Editorial Alforja, aparecieron los libros Inerme , de Roland Jooris, y Matando al héroe, de Stefaan Van den Bremt. La obra de Jooris no se explica sin su fervor y su gran conocimiento de la pintura. Aún más: su obra puede verse en un espejo doble como un conjunto de pequeños cuadros o como un grupo de fragmentos que forman un solo poema. Riguroso, hermético, Jooris es un poeta para poetas y un poeta para que los pintores se acerquen a la poesía. Pero en numerosos casos asimismo, música, pintura y poesía se alían: en el poema el lector ve y escucha los sonidos del cuadro, y al oírlo el sonido se adelgaza y la música puede terminar en un silbido, un arrullo, un susurro, un murmullo, hasta que deja de oírse o se oye sólo el silencio. Un aire, un leve aire se ha llevado las palabras. Por eso quizá la cercanía de Jooris a poetas como André du Bouchet o Pierre Reverdy. Por eso quizá su deslumbrada admiración por Matisse, de cuyas telas salen palomas y se mira toda la desnudez de la luz, o por Manet cuyas rosas son inolvidablemente pintadas por él con palabras en su proceso de marchitación y deslucimiento.
Hay numerosos casos de poetas que hacen poemas sobre la pintura: o describen ya el cuadro o ya la obra; o parten del cuadro para imaginar nuevas imágenes, o se sirven del acto de pintar para interrogarse el acto de crear un poema o una pintura; de alguna manera, por distintas vías, Jooris ha hecho poemas de las tres formas. Jooris ha dado a entender en sus versos que ante todo la escritura es el arte de “quitar” y de dejar aquello que “se nos escapa”. Fiel a su poética, cada poema suyo es un ejemplo de eso.
En la poesía flamenca es dable encontrar poetas que escriban sobre política pero es raro hallar propiamente el poeta político. Stefaan van den Bremt es una de las excepciones, o al menos, lo fue por cosa de dos décadas. Cerca en esto de Pablo Neruda, de César Vallejo y Nicolás Guillén, creo que su verdadero maestro fue Bertolt Brecht. Como en el poeta y dramaturgo alemán, estética y ética están íntimamente unidas en sus poemas, y como él, para no hacer la anécdota explícita y que el recado político peque de obvio, lo importante es lo que se lee entre líneas. Para esto asimismo, como apunta el ensayista flamenco Dirk de Geest, Van den Bremt recurre a menudo a la utilización de la paradoja.
Hay en los poemas de índole política o histórica del poeta nacido en Aalst un humor negro o amargo, donde no deja de reflejarse la indignación. La poesía no hace que el mundo sea menos despiadado e injusto pero al menos moralmente debemos denunciarlo. En esta línea, encontramos en los poemas de Van den Bremt las huellas desoladoras de la segunda guerra mundial; la reprobación, con puño fulmíneo, de las atrocidades del antiguo imperio belga en el África; el '68 parisiense; la viva adhesión y luego la desilusión por la Revolución cubana; la simpatía por la resistencia palestina en los años setenta, que tuvo un alto costo personal para él, y lo cual deja ver o entrever amargamente en el poema “París y una cueva en Jordania” o temerosa y melancólicamente en “Una mesa frente a una silla”.
El año pasado, guiado por el traductor flamenco Guy Posson, visitamos el campo de concentración nazi de Breendonk, que estaba destinado a los presos políticos, pero sirvió para tener presos también a judíos o a los que se prestaran a su venganza. En uno de los antiguos dormitorios, como documento –lo descubrimos con sorpresa–, hay un fragmento del poema de Van den Bremt “Matando al héroe” sobre el ex jefe del sitio. Después supimos que el ex jefe de dormitorio fue pariente de Van den Bremt, y que éste, en el poema, trató de explicarse cómo pasó de víctima a victimario y cómo acabó en Buchenwald asesinado por aquellos a quienes maltrató sañudamente. Es quizá el poema central del libro y por ello mismo justifica el título.
En la poesía de Stefaan van den Bremt no escasean las referencias artísticas y culturales. Como Jooris, de manera muy diferente a la de Jooris, aprovecha la extraordinaria tradición de la pintura flamenca, la cual conoce muy bien, y a veces, en sus poemas, la deja traslucir. También hallamos en sus poemas enlaces con textos o figuras de escritores y poetas como Kafka, Breton, Sartre, Ingeborg Bachmann, Richard Pietrass, Herman de Coninck y, claro, Hugo Claus, el poeta mayor de Flandes en el siglo que nos dejó.
En su labor de traductor, Van den Bremt ha sido el gran puente entre la propia Flandes y Latinoamérica. Entre muchas obras, ha traducido al neerlandés una antología de poesía mexicana, la obra completa de López Velarde, libros de Juan Gelman, Octavio Paz, Jaime Sabines, Nicolás Guillén y José Lezama Lima. Asimismo ha cotraducido al español libros de Roland Jooris, Miriam Van hee, Luuk Gruwez y Leonard Nolens. Como latinoamericanos no podemos sino agradecérselo. Esa medalla de oro es suya y ya nadie podrá quitársela.
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