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Cyro Baptista en México, imagine
Imagine el lector un concierto con el inigualable cantante estadunidense Bobby McFerrin, el súper bajista camerunés Richard Bona y un extravagante percusionista brasileño que lo mismo toca instrumentos tradicionales que desconocidos o inventados por él mismo a base de tubos, hojalatería y juguetes. Imagínelos, por favor, en el North Sea Jazz Festival de Rótterdam, en Holanda, hace apenas unos meses. ¿Suena interesante, cierto? Ahora imagine al mismo percusionista tocando con el guitarrista Trey Anastasio del grupo de rock Phish, o con ese gigante del jazz llamado Herbie Hancock. Incluso, imagínelo sonando con el más grande de los chelistas clásicos vivos, Yo-Yo Ma.
Si no es mucho pedir, amable lector, ahora imagine a este visionario músico, de nombre Cyro Baptista, grabando discos con artistas de vanguardia como Brian Eno, Ryuichi Sakamoto, The Chieftains, Laurie Anderson, Derek Bailey, John Zorn y David Byrne; con gigantes del jazz como el mismo Hancock, Wynton Marsalis, Gato Barbieri, Chris Botti y Medeski, Martin & Wood; con voces como las de Marisa Monte y Susana Baca; con pop stars como Santana, Sting, Paul Simon, James Taylor, Melissa Etheridge, Eddie Brickell y Robert Palmer; con raperos como Jay-Z y Snoop Dogg; con crooners de la talla de Serge Gainsbourg y Tony Bennet, lo mismo que con otros brasileños notables como Milton Nascimento, Caetano Veloso, Ivan Lins y Tom Zé.
Después de tanto imaginar, tome un sorbo de su café dominical, cierre los ojos por un momento y medite, no sobre las evidentes capacidades camaleónicas de este tal Baptista, sino sobre la calidad y forma discursiva que debe desarrollar con sus manos, voz y cuerpo (¡ah!, porque él usa cualquier cosa como instrumento de percusión). Ya metido en esto de imaginar, nuevamente, imagine qué tan especial será su hacer si ha sido convocado por tantos, tan distintos y tan importantes creadores de nuestro tiempo.
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Sólo imagine: nacido en Río de Janeiro, aunque con casi treinta años viviendo en Estados Unidos, hoy Cyro Baptista es tan famoso como sus coterráneos y colegas percusionistas Naná Vasconcelos, Paulinho Da Costa y Airto Moreira (tal vez el más reconocido tras su participación en la épica electrificada de grupos setenteros como Weather Report y Return To Forever, así como en la banda de Miles Davis). Sin embargo, a diferencia de ellos, su camino ha sido más experimental y lúdico, algo que lo ha llevado a zonas selectas de la composición contemporánea como músico invitado, como solista o al frente de su propio combo Beat The Donkey, un conjunto multicultural, polifónico, que “toma ritmos más allá de sus fronteras naturales para crear una música completamente nueva”.
Humorístico y antisolemne, imagine que Beat The Donkey se puede escuchar, bailar o usarse –tal como pasa en el escenario cuando se presenta– para practicar tap, artes marciales o moverse al son de samba, jazz, rock y funk, lo cual se logra con la mezcla de instrumentos venidos de todas partes del globo en torno a improvisaciones y variaciones que no conocen la palabra “final”.
Tan travieso es Baptista que otra de sus actividades –lo que ya no sorprende– es componer música para el conocido canal infantil de televisión Nickelodeon. Imagine usted cómo será de prolífico y entendido en esto de “jugar”, que además se dedica a dar clases y talleres didácticos para niños –como el también brasileño Hermeto Pascoal– en los que enseña música, percusiones y otras tantas formas de relacionarse con el cuerpo y los objetos que lo rodean. Con tal misión ha visitado el Colegio de Charleston, el Berklee College of Music de Boston, el Drummers Collective, las universidades de Washington, Minnesota y George Mason de Estados Unidos, así como la Rimon School of Music de Israel.
Finalmente, imagine el lector, aunque sea por un momento, que algo cree de todo lo leído aquí y que puede darse el gusto de ir al Anthropology Live Music Club de Polanco (Plaza Mazaryk) el próximo viernes 14 o sábado 15 de noviembre, y que toma asiento cerca del espléndido escenario sobre el que descansa una parafernalia de tambores y objetos nunca vistos. Imagine que aparece un hombre maduro de gafas y cabello ensortijado, con una breve barba, y que usted se convierte en un niño divertido gracias al arte primitivo, esencial, fundamental, del juego. Imagine que vale la pena y que regresa a su casa, de alguna manera, siendo mejor persona. Sólo imagínelo.
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