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Manuel Stephens
Memorias de una bailarina
Cuando hablamos del cuerpo siempre queda algo que es inasible y que resulta tan importante como lo que podamos discursar sobre él. Los cuerpos son irreductibles a lo biológico, lo social o lo religioso. Decir al cuerpo es llegar a los límites, pues quizá sólo el cuerpo puede decirse a sí mismo por completo. El cuerpo es el instrumento, la herramienta de quien baila y, a la vez, la propia persona que está danzando. ¿Dónde estoy yo en mi cuerpo, si mi cuerpo vive también más allá de mi control? Esta situación paradójica es a la que se enfrentan todos los días quienes deciden bailar. El descubrimiento de la vocación dancística es el primer paso de un periplo que, una vez echado a andar, no se acaba hasta que, literalmente, todo se acaba. En la presentación que hizo sobre Lo bailado… nadie me lo quita. Memorias de una bailarina, de Solange Lebourges (Conaculta, 2008), la escritora Marcela Sánchez Mota establece que: “La idea del cuerpo humano como algo que se trasciende a sí mismo, por lo que él mismo es y contiene, debería ser fundamental para los creadores escénicos”, y es justamente esta empresa a la que se aboca en su libro quien es, sin duda y para siempre, la figura femenina emblemática del Ballet Teatro del Espacio (BTE).
Foto: Frida Hartz |
Tras su retiro de los escenarios en 2004, una dolorosa decisión que prolongó lo más posible, Solange se ha dedicado a la escritura y la traducción; publicó el muy útil manual En busca del dégagé perfecto, terminología del ballet (UNAM, 2006), que ya va en su segunda edición, y tradujo, junto con Dolores Ponce, la novela La danza océana, de Claude Pujade-Renaud (Ediciones La Rana /Conaculta, 2007), sobre la vida de Doris Humphrey, quien al igual que Martha Graham es fundamental para la danza moderna, pero que, debido a mecanismos patriarcales, ha quedado a la sombra del coreógrafo y bailarín méxico-americano José Limón.
Lo bailado… nadie me lo quita son unas memorias no convencionales. El lector esperaría los pormenores, incluso el chisme, de la vida personal de esta estrella que colmó los escenarios con el bte por veinticinco años; bajo estas expectativas nos enteramos de que Solange tenía que mandar a hacer a la medida sus zapatillas de punta con Monsieur Serge en Repetto , frente a la Ópera de Paris; que inició su formación en una gabarra en el río Sena, ¡embarcación que albergaba un salón de danza!, y que sus padres esperaban que se le corrigiera el pie plano (¿quién lo hubiera pensado viendo los arcos de Solange?); así como de su decisión, siendo bailarina de la Ópera de Niza, de audicionar para la Compañía de Danza del Ecuador, que la traería a América para ya no regresar. Solange llega a México para bailar con el grupo Alternativa bajo la dirección de Rodolfo Reyes, y en 1979 audiciona para el BTE, tras la división del Ballet Independiente, que dirigía Raúl Flores Canelo. Pero estos acontecimientos biográficos no son la médula del libro, como se esperaría. Solange vuelve a su cuerpo letras y hace una radiografía íntima de su cuerpo danzante.
Foto: Fernando Franco |
Las memorias están divididas en tres partes que llevan al lector desde descubrimiento de la vocación de la bailarina a la práctica de la profesión y luego al gozo del bailar en los escenarios, particularmente en México. Solange evita el comentario anecdótico y hace una reflexión, que se acerca al ensayo, sobre los aspectos que involucra el bailar: las clases, la dieta, la fatiga, el maestro, el ensayo, el vestuario, las dinámicas en una compañía y, finalmente, el retiro. La vida en el escenario es lo más importante para Solange –quizá con la única excepción del ser madre– y, por lo que narra y cómo lo narra, queda claro que apostó todo lo que tenía para ello. Solange habla de sus hermanas, esos otros yo que se manifiestan en la transfiguración que experimentan las grandes intérpretes: “Debo reconocer que la piel de mis queridas hermanas me sentaba mejor al cuerpo que la mía propia, que sus vidas me interesaban más que la mía, que el milagro escénico me nutría mejor que cualquier alimento. Apasionada e intensamente me identifiqué con ellas. Papeles solares, lunares y lunáticos, estrellados y llenos de luz, o tenebrosos como hoyos negros.”
Lo bailado… nadie me lo quita constituye un testimonio en el que Solange Lebourges se expone desde los entramados propios de su cuerpo, logra ser un espejo para quienes han optado por la danza como forma de vida, y es un documento que se inserta de manera singular en la historia de la danza mexicana.
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