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Jardines interiores
El otro día me puse a podar los árboles del jardín, después de tres meses de haber estado ausente de casa. Las ramas de los árboles pequeños invadieron los pasadizos laterales y las ramas de los grandes se arrastraron por la techumbre impidiendo que la luz matinal se recostara, como de costumbre, sobre mi mesa de trabajo. Compré algunas herramientas de jardinería y puse manos a la obra, auxiliado por mi hijo, que remolcaba ramas y matujos en un remolcador de tres llantas. Conforme podaba los árboles y arrancaba la hierba, la casa se fue despejando, había ya más claros que dejaban ver el cielo o el mar, y la circulación del viento era tan pródiga que estremecía las plantas o hacía girar las hojas secas. Al final de la faena, y al ver la casa otra vez límpida, me di cuenta de cuan necesario es a veces también ir a nuestros jardines interiores para podarnos algunas penas o ingratitudes, algunas desdichas o resentimientos, y cuan necesario es tener el corazón libre de odios para que pueda entrar la luz y para que el viento, raudo y juguetón, cualquiera de estos días, logre desempolvar tibios recuerdos o alegrías. |