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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Leandro Corona, juglar
GREGORIO MARTÍNEZ
El poeta
ARIS DIKTAIOS
En honor de un documento no destruido
JELENA RASTOVIC
Alabanza al santo duque Lázaro
MONJA YEFIMIA
Kósovo: un despojo a la vista de todos
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
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Felipe Garrido
Naufragio
Enchamarrados, sin corbata, entre las mesas donde cintilan relojes, collares y miradas; donde humean cigarros, puros, pipas –es el buen lado del restaurante– y se alzan espesos vapores suculentos, abrazados como náufragos se tunden las espaldas, alzan los brazos admirados, pierden las voces, boquean con el esfuerzo:
–¡Ramiro!
–¡Gustavo!
–¡Cuánto tiempo!
–¡Años!
Y vuelven a embestirse con manotazos de afecto y se estrechan como si quisieran ahogarse y, ya cuando el otro se vuelve hacia su mesa, con pasitos arrastrados, con la cabeza un tanto gacha, Ramiro o Gustavo, lo mismo da, vuelve a la suya, respirando hondo, apoyándose en algunos respaldos, para contarle a los hijos y a los nietos –no es posible, ¡tanto tiempo!–, y apenas llega alza las cejas, abre bien los ojos, se mesa las canas, suelta la voz apenas puede, una sola exclamación desde el fondo del alma:
–¡Qué bruto! ¿Lo vieron? Dios mío, ¡cómo está viejo! |