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SÚBITO SABOR DE BOCA
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
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Breve historia de la astronomía en México,
Norma Ávila Jiménez (compiladora),
UNAM,
México, 2007.
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Augusto Monterroso, en su espléndido cuento “El eclipse”, sonreía con sorna al emblematizar el viejo prejuicio colonialista que hace de fray Bartolomé Arrazola una víctima de su propia mendacidad: suponiendo que libraría el pellejo si amenazaba a los indígenas que lo habían tomado preso de que él podría provocar un oscurecimiento en la naturaleza, les exige que lo liberen o se atengan a las consecuencias; pero los viejos sacerdotes mayas lo ejecutan de todos modos y, mientras lo hacen, uno de ellos recita puntualmente las fechas en que ocurrirían eclipses que ellos ya habían previsto “y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles”.
El sucinto ejemplar en el que cuatro investigadores de la unam reúnen su don de síntesis científica y de divulgación para dar cuenta sumaria de la historia de la astronomía en nuestro país, asume como punto de partida, precisamente, los conocimientos que a este respecto se habían desarrollado en buena parte de Mesoamérica, menos por un lujo ocioso de sociedades tan avanzadas como la maya o la mexica, que como un asunto de mera sobrevivencia: la alineación solar de sus templos y edificios, sus ciclos calendáricos, obedecían a premisas agrícolas lo mismo que a reglas en la composición del poder.
Si bien es inexacto el símil entre la Edad Media europea y la época colonial en Nueva España, las interdicciones que en ambos períodos enrarecieron el avance científico son tan evidentes como los nombres de quienes supieron sortearlas, o cuando menos adecuarlas a las circunstancias. En el caso de la astronomía novohispana, destacan dos espíritus singulares: Carlos de Sigüenza y Góngora y fray Diego Rodríguez, inopinado difusor este último de ideas contrarias a la ortodoxia cristiana que supo muy bien matizar anatemas y sembrar de sofismas y artilugios retóricos su Discurso acerca de los cometas, para no inquietar a la jerarquía.
El opúsculo advierte cómo el Siglo de las Luces no fue tan luminoso en la materia que lo ocupa, repasa a velocidad astral la decimonónica obra de Díaz Covarrubias (impulsor del primer observatorio nacional) y las de Guillermo Haro y Luis Enrique Erro, ya en el siglo xx, para recalar, luego de saltos que se antojan cósmicos, en la construcción del nuevo observatorio de San Pedro Mártir, en 1971.
Esta breve, brevísima historia de la astronomía de los investigadores universitarios deja un buen pero asimismo súbito sabor de boca, pues la revisión histórica que emprende es apenas fugaz ojeada a un asunto que merece la mirada lenta y lenitiva de un libro de mayores dimensiones. La edición, eso sí, es elegante y, aunque más cercana a las dimensiones del folleto que a las del manual de divulgación, ofrece un panorama a vuelo de pájaro del tema que la atarea en el que el sol de la erudición científica no brilla por su ausencia.
NATURALEZA MUERTA
SUSANA CORCUERA
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El bosque en la ciudad,
Héctor Manjarrez,
Ediciones Era,
México, 2007.
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“Debo dejar que la naturaleza me penetre”, se dice Héctor Manjarrez en las primeras páginas de El bosque en la ciudad. Sin embargo, da la impresión de que, a pesar de haber adoptado a un árbol y de jugar con las ardillas, lo que en realidad le gusta a Manjarrez es observar a la gente, oír sus pláticas, imaginar cómo viven. Con sentido del humor, se fija en cada detalle de las indumentarias, en los cuerpos que se ejercitan a su lado, en el uso de las palabras, en las relaciones familiares y sociales. Utilizando una prosa libre, el autor se deja llevar a una serie de meditaciones que resultan, por un lado, en relatos autobiográficos y, por el otro, en reflexiones acerca de los temas que conforman nuestra época. Gracias a esta libertad, nos enteramos en una misma página, y sin que se rompa la fluidez del relato, de la muerte de su abuela, del comportamiento de los elefantes frente al cadáver de un compañero y del proceso electoral que concluyó con la llegada al poder de Vicente Fox. Lo vemos en su círculo de intelectuales, con su familia, en Europa, en la casa de un curandero en Xochimilco; sabemos que tiene gota y que le divierte el Discovery Chanel.
Inmerso en el flujo de la conciencia, pasa de lo cotidiano a lo abstracto para preguntarse si con toda la información que tenemos en la actualidad es posible conservar el romanticismo con que los europeos del siglo XIX revistieron a la naturaleza; de su deseo de conocer los nombres de los árboles y de los pájaros se desprende que la información no solamente le ha quitado la magia a ese espacio antes tan misterioso, sino que nos ha alejado de él. En una civilización donde la ciudad ha triunfado sobre el campo, se vuelve necesario hacer un esfuerzo consciente para redescubrir la esencia de la naturaleza. Desde este punto de vista está escrito El bosque en la ciudad: la mirada que recorre primero el parque y después las calles asfaltadas del DF, es la de un hombre urbano.
En estas calles asfaltadas, llenas de humo, olores, tráfico y ruido, se desarrolla “El cuerpo en el DF.” De corte más ensayístico, esta segunda parte rompe con el ambiente de la primera: el bosque de Tlalpan ha quedado lejos, engullido por la ciudad. Del Café de Tacuba al Lynny's, de San Ángel al Periférico, el autor recorre las entrañas de una ciudad que se transforma minuto a minuto, con un absoluto desprecio por la estética. Escrito en los años setenta, “El cuerpo en el DF ” habla de los problemas que se iniciaron en aquella época y ahora conforman el monstruo de mil cabezas donde habitamos. El interior de un autobús y el chofer, amo y señor de su unidad, son una metáfora de la idiosincrasia de esta inmensa urbe donde el bosque de Tlalpan sigue siendo uno de los escasos sitios donde los capitalinos aún mantienen contacto con un campo que amenaza convertirse en una naturaleza muerta.
ESTÉTICA DE LA SOMBRA
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
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Las sombras errantes,
Pascal Quignard,
La cifra editorial,
México, 2007.
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Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) planeó una serie de libros cuyo eje principal fuera cierta fuerza intangible, inherente al hecho privado de la escritura y de la lectura. Las sombras errantes inicia ese proyecto. Si Las sombras errantes se trata de un acto de malograda vanidad o una prueba de genialidad aforística, sólo un lector atento puede decirlo. En tal sentido, la imposibilidad de definir este libro lo ha acompañado desde que se hizo acreedor al Premio Goncourt, en su edición de 2002. Algunos se dijeron engañados, pues el prestigiado premio de novela había sido otorgado a un libro que difícilmente puede ser una novela. Los detractores lo esbozan como una sumatoria de textos dulces, de “caramelos”, que no alcanzan a constituirse como texto o que, en todo caso, se trata del armazón de un algo literario que se quedó a mitad del camino, un libro de notas que pasa por híbrido genial.
En todo caso, ninguno de los que han hablado de este libro puede negar la presencia de ese algo que se mueve entre los fragmentos que componen el paisaje austero y erudito de sus páginas, y que deja en el lector algunas perplejidades, destellos de un mensaje que sólo accidentalmente se deja dilucidar y, al parecer, sólo en la unión de estas percepciones aisladas, que siempre se encuentran en límite de lo asombroso, ocurre el libro. En suma, no se trata de un libro que busque la claridad, sino que intencionalmente huye de ser el libro que el lector espera. Huidizo, se torna en un juego que al lector le puede parecer entrañable, si es ese tipo de lector, o puede parecerle chocante aunque innegablemente eficaz. El tema de las sombras es claro en el sentido más amplio. Una estética de las sombras, de lo que se encuentra detrás de la historia y de la laboriosa tarea de significar los actos que, al parecer, son conocidos y cercanos, pero que nunca han sido propiamente dichos.
Tal vez la idea de Quignard prefigura una concepción del texto/realidad en la que importan mucho más las intuiciones que las construcciones. No hay una renuncia total a decir, pero sin duda se trata de un texto ermitaño y complejo y, si se permite el término, de una austeridad barroca. Y es tal vez esta posibilidad de divertimento, de argumentos imposibles, en donde radica la postura discursiva más política del autor. Existe cierta pasividad en su proclama, no hay mucho en juego. Sólo dice –tal vez no haya mucho más que decir– que ese lugar sombrío desde el cual escribe es opuesto a los valores de la sociedad occidental tal y como la vivimos. No hay otros lugares comunes. Sólo el silencio evocado, la posibilidad de crear fuera de un canon del que, sin duda, Quignard fue parte como director de Gallimard y como influyente hombre de letras. Las sombras errantes puede bien ser una marca de los tiempos o sólo una curiosidad; sin duda es portadora de un imaginario feroz y sensible que en algunos lectores prende un fuego sereno y en otros no logra convertirse siquiera en la sombra de un libro.
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Convergencia y contratiempo,
Miguel Ángel Muñoz,
Plan C Editores/Conaculta-Fonca,
México, 2008.
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Notas, críticas, perfi les narrativos o históricos, así como revisiones historiográfi cas de artistas como RobertoMatta, Hill Viola y Chema Madoz, entre otros, conforman este nuevo volumen de ensayos sobre plástica del también poeta Miguel Ángel Muñoz, colaborador de este suplemento. El libro incluye un prólogo de José Hierro.
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Contraverano,
Mijail Lamas,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2007.
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Escrito con el apoyo de la Fundación para las Letras Mexicanas, de la cual el autor ha sido becario en los períodos 2005-2006 y 2006-2007, este es el segundo poemario del autor, nacido hace treinta años en Sinaloa, quien además publica textos críticos en diversas revistas. Contraverano es un “ciclo de poemas [que] desarrolla el tema de la nostalgia por la ciudad nativa”.
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Vecinos en conflicto. La historia de las relaciones entre
Estados Unidos y Latinoamérica, desde Franklin
Delano Roosevelt hasta nuestros días
Henry Raymont,
Siglo XXI Editores,
México, 2007.
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Traducido por Luciano Padilla, revisado por Victoria Schussheim y Josefi na Anaya, publicado en inglés originalmente en 2005 y ahora inserto en la colección Sociología y política de Siglo XXI, este libro es fruto de la pluma de un periodista que escribe regularmente en publicaciones de toda América Latina –Brasil, Argentina, Panamá y México, verbigracia–, acerca de política y relaciones internacionales.
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