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Guajana y la pasión sin pausas
Luis Rafael Sánchez
La Universidad de Puerto Rico en Humacao celebra este jueves y viernes una actividad que merece calificarse de extraordinaria: “La leyenda. El legado”. Se trata de un homenaje a la aventura literaria llevada a cabo por la revista Guajana y su sobrevivencia como espacio donde la poesía florece desde mediados de los años sesenta. La actividad, que diligencian el entusiasmo y la generosidad del profesor Marco Reyes Dávila y el Departamento de Español en pleno, promete deslindar los alcances de una obra rica de mil y una maneras, adelantada por un heterogéneo grupo de poetas a pesar de los equívocos.
De la riqueza de la obra, que incluye edificaciones líricas insólitas y ritmos aún por desglosarse, aparte de una vastedad de registros expresivos, dan cuenta los números de Guajana. Por cuyas páginas desfilan, como ocurre con sus antecesoras Asomante y la Revista de las Antillas, sus coetáneas Sin Nombre, Zona de Carga y Descarga, Ventana, Penélope, El Nuevo Mundo y sus sucesoras Ceiba, Luciérnaga y Exégesis, capítulos decisivos e impostergables de la literatura puertorriqueña contemporánea. El título de la actividad alude, por un lado, a la leyenda dorada que aureola a dicha revista, alojamiento pasajero en ocasiones y hogar permanente de algunos poetas conocidos y reconocidos de nuestra literatura. Incluso de algunos poetas mayores. A riesgo de incurrir en el olvido, me honro en celebrarlos con nombre y apellido. Son raíces fecundas de la siembra Andrés Castro Ríos y Vicente Rodríguez Nietzsche, Antonio Cabán Vale y Marina Arbola, Edgardo López Ferrer y Edwin Reyes, José Manuel Torres Santiago y Marcos Rodríguez Fresse, Wenceslao Serra Deliz y Juan Sáez Burgos. Son ramas floridas de la siembra Angelamaría Dávila, Juan Mestas y Carlos Noriega.
Por otro lado, exalta el legado que acumula dicha aventura literaria, pronta a cumplir el medio siglo. Una aventura que se extiende a los recitales continuos en Puerto Rico y el extranjero, y la creación de un andamiaje editorial dinámico y en activo permanente. Tanto así que la serie Cuadernos de Guajana acaba de publicar De monstruos y laberintos, nuevo poemario de Juan Mestas. El pilar básico del grupo lo constituye la revista que halla la inspiración y la bandera en la flor de la caña. Desde el primer número, Guajana acoge unos poetas hermanados por la procedencia de clase, la rebeldía moral y la sensibilidad artística. En el ejercicio de la rebeldía moral reivindican la necesidad histórica de la independencia política de Puerto Rico y la oposición a la guerra estadunidense contra Vietnam, la solidaridad con la Revolución cubana y la resistencia a la obligatoriedad del servicio militar. En el ejercicio de la sensibilidad artística desoyen los convencionalismos prestigiados, arremeten contra los tópicos mohosos y frecuentan los espejos patriarcales que les prestan Pablo Neruda y Francisco Matos Paoli, César Vallejo y Juan Antonio Corretjer.
Sin embargo, muy pronto unos y otros se individualizan al calor del genio y el talento diferentes, la puesta en marcha de las respectivas poéticas y los tropiezos con los fantasmas asoladores de la propia vida, tropiezos que llevan a alguno a pasar una temporada en el infierno. Muy pronto cada cual asume la escritura como arte, como artesanía, como destino, si bien con todo tipo de pliegues y disparidades, y a partir de los intransferibles bagajes de idea y emoción que cada quien arrastra.
Dicha escritura poética no responde a uniformidades temáticas o preconcepciones misionales del arte, como argumenta el crítico que naufraga en las superficies de la obra. Si de uniformidades temáticas o preconcepciones misionales del arte fuera, ¿cómo se explicaría que algunos grandes poemas puertorriqueños arraigados en la muerte lleven la firma de Andrés Castro Ríos? ¿Y cómo explicar que poemas estremecedores de nuestro cancionero amoroso los firmen Antonio Cabán Vale, Vicente Rodríguez Nietzsche y Edgardo López Ferrer? ¿Y cómo aceptar que poemas evocadores de la carnalidad sin apaciguamientos los firme Angelamaría Dávila? En fin, ¿cómo explicar que Marina Arzola replantee la sensualidad religiosa mediante el laberinto verbal de su conmovedor Padre nuestro, y que Juan Sáez Burgos gane la partida cuando apuesta al humor destilándose en la ironía mordedora?
Queda claro que dicha escritura poética, al margen de los posibles contenidos y apeaderos de la sensibilidad moral señalada, sí responde a una concepción de la palabra como el acontecimiento humano supremo. Acontecimiento que es fuego inapagable. Acontecimiento que es el exilio en el instante. De ahí que Marcos Rodríguez Fresse reflexione: “Después nos queda un leve asunto de pecado, una pequeña sombra impertinente, como un jazmín crucificado.” De ahí que José Manuel Torres Santiago estalle: “Isla del alma, atormentada doncella.” De ahí que Andrés Castro Ríos ordene: “Llévate el sol con que mira el fuego de tu querer.”
Una afirmación de Derek Walcott es la llave para cerrar estas opiniones, tan a gusto trabajadas: “La poesía es excavación y descubrimiento de uno mismo.” En el homenaje a Guajana que convoca la Universidad de Puerto Rico, en Humacao, mucho hay de contemplación de la fiesta sin término que para tan excepcional medio difusor suponen aquella excavación y aquel descubrimiento. Igualmente, mucho de razonamiento de la pasión sin pausa que ha sido la directriz de tan gran revista.
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