Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
A ver qué pasa
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
Lo pasado
MINÁS DIMÁKIS
Tlayacapan: ruinas
de utopía
CLAUDIO FAVIER ORENDAIN
Tlayacapan
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Guajana y la pasión
sin pausas
LUIS RAFAEL SÁNCHEZ
Robert Capa trabajando
MERRY MACMASTERS
Origen y sentido del Carnaval en Brasil
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Ana García Bergua
Infiernillos
Siempre me ha llamado la atención la gente que prefiere que uno sea adorador de Elvis o creyente de alguna remota religión oriental a que no crea en nada en especial, o el asunto no sea algo que le preocupe por lo pronto. La cosa es formar parte de algún club, con sus cánticos, sus genuflexiones, sus insignias y sus colores emblemáticos, ya sea la Sagrada Orden de Fans del Trío Galaxia o el Divino Teletón de Mártires Hastiados, con tal de que crea en algo con representantes entunicados. La verdad, ya bastantes cosas tiene uno como para afiliarse a alguna religión por compromiso, que es lo que la mayoría de los llamados practicantes hacen. El caso es que tener fe, así solita, no es garantía de nada. Uno puede creer con firmeza de piedra unas tonterías inenarrables, y tanto peor, pues será imposible convencerle de que lo son por medio de la razón. Sin ir más lejos el Papa, o empezando por él. Hace unas semanas dijo en una de sus tantas y variadas ceremonias que el infierno existe. Lo dijo muy convencido, con esa carita de Nosferatu el vampiro que Dios le dio. A saber qué desayunó. Pero viéndole esas ojeras, podríamos creer que sí, que ha de existir. Si nos atenemos a que le ha dado por que la misa se vuelva a decir en latín y de espaldas a los rezantes, lo más seguro es que es él quien prende el fogón de chamuscar infieles por las mañanas, el cual debe ser bastante grande, por otra parte. Benedicto dice que el infierno no es imaginario. En este mundo hay muchos lugares que, para quienes viven en ellos, deben ser como el infierno y no son nada imaginarios: sólo les falta la cara del Papa por la televisión para convencerse de que, efectivamente, existe Lucifer.
Ahora, el hecho de que exista el infierno me ha dado, aunque no lo crean, una gran ilusión: seguramente Marcial Maciel está achicharrándose ahí. Y viendo a Benedicto por la televisión. Lástima, Margarito, le han de haber dicho nada más llegar. Eso, si no pagó mordida para llegar al cielo: pobres angelitos.
Lo cierto es que resulta difícil creerle. Es más, se me hace que es mucho más asequible la idea del cielo –de cualquier cielo–, que la de un lugar donde, como en La divina comedia, hay que abandonar toda esperanza, la cual es la idea más desoladora posible. O el infierno que pintó el Bosco, de un surrealismo alucinante. Sin embargo, la esperanza es tremenda; basta con preguntarles a los que se suicidan para reencarnar entre los marcianos, amanecer en un banquete lleno de huríes, o beber con Odín en vasos de calavera, no de Talavera –perdón, eso lo saqué de Asterix . Quizá es más factible que la gente haga cosas terribles para llegar al cielo, a que deje de hacerlas por no ir a parar a un infierno tan poco verosímil en nuestro corazón. De hecho, el infierno más popular es el que aparece en las representaciones de los Faustos o los Don Juanes: un hoyo en la tierra en el que el pecador se hunde –por lo general dándose cuenta de lo que ha hecho y gritando “¡nooo!”. Pero además de esos ejemplos clásicos no es difícil imaginarse infiernos; ya el mundo, tal como es, carne y demonio, da mucho material.
En nuestra época, el infierno tiende a representarse como un sitio con glamour, si bien algo fastidioso: una especie de antro del que no puedes salir, como en esa película de Woody Allen, Mighty Afrodite. Ése se parecía más al infierno de Buñuel, el que sale al final de Simón del desierto, una especie de cafetería donde lo lleva Silvia Pinal, que es una diabla barbuda y con chinos rubios. Es chistoso cómo siempre se imagina el infierno como un lugar de perdición lleno de diversión. O aburridísimo, como el infierno de Sartre, el de La náusea, con cuatro personajes encerrados que se recriminan toda clase de cosas –bueno, ése sí es un infierno, la verdad. Había un cabaret en Insurgentes y San Antonio, que se llamaba Los Infiernos. Ahí tocaba Acerina y su Danzonera. La verdad es que en ese infierno nos achicharrábamos muchos y sólo por gusto. Éramos los masoquistas del danzón.
Lo que a mí me inquieta es que, si cada religión reserva un infierno para aquellos que no pasan por sus ritos de iniciación, los infieles de tantas religiones sufriremos, al morir, una acumulación de infiernos inesperados: griegos, vikingos, egipcios, mayas, cada uno con sus raros tormentos. Sólo me queda la duda de cómo será el infierno en la iglesia de Elvis: ¿usarán sus diablos trajes blancos con estoperoles y flequitos? Yo sólo pido que tengan aire acondicionado.
|