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RHA Trio, belleza vs. premeditación
Según el músico experimental italiano Alvin Curran, “el arte de la improvisación asume que los seres humanos son seres musicales y que de modo no distinto a los grandes músicos naturales del reino animal –desde grillos y cigarras hasta ballenas, lobos y leones– nacieron con, poseen o participan en alguna forma de la música”. Nosotros estamos de acuerdo.
De silbar por la calle a tamborilear con las uñas sobre una mesa en la que desespera la tarde, todos tendemos a buscar el ritmo, ese “tiempo original” según palabras de Octavio Paz, quien alguna vez escribió: “El tiempo no está fuera de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj: nosotros somos el tiempo y no son los años sino nosotros los que pasamos.”
Así, pues, somos natural e inevitablemente musicales gracias a ese tiempo encarnado, aun y cuando algunos no entiendan sobre escalas, compases o dinámicas. Intuyéndolo o creyéndolo fervientemente, muchos han explorado la espontaneidad creativa, tanto en la pintura como en el teatro, como –obviamente– en la música; ya no digamos en la danza, que originalmente impone variar, cambiar, dejarse ir en un rito que desconoce lo que viene tras el siguiente compás.
Ahí está Kandinsky con sus monumentales Improvisaciones inspiradas en la música instantánea; las plumas de Bretón y los surrealistas, cazadores de teorías como la freudiana a propósito de los sueños. Ahí están Charlie Parker y Ornette Coleman con sus saxofones, o el bailarín y coreógrafo neoyorquino William Forsythe. Siempre a un paso de la charlatanería impulsada por falsos imitadores, estos y otros compositores clave como Stockhausen, Terry Riley, Steve Reich o Takehisa Kosugi, han estado a favor de la libertad, de la soltura, de la creación de elementos aparentemente desatados.
Ahora bien, tal apertura ha caído también en manos de músicos poco preparados que hacen de la repetición y el ruido idiomas exhaustivos, en cuyo centro se rompen los significados y preguntas de la audiencia. La mayoría de las veces indeseable, esta falta de límites o de pretextos que impulsen y acoten un viaje sónico sin predeterminación, termina por confundir a intérpretes y melómanos en torno a un fenómeno hermoso que apela al inicio de los tiempos: el sonido del Big Bang, de la caverna platónica o de las pisadas de los dinosaurios.
Bien educados a propósito de esta compleja “libertad contenida” –para seguir con ejemplos positivos y con una recomendación especial– los miembros del RHA Trio pueden dormir tranquilos sabiendo que su primera producción discográfica para el sello Intolerancia, Al cuarto día, pudo acariciar las playas del ensueño, del murmullo o la desesperación distorsionada, pero sin distanciarse de la serenidad, la inteligencia y la belleza.
Conformado por el pianista Mark Aanderud, el bajista Marco Rentería y el baterista Hernán Hecht, este proyecto nació en Ciudad de México el 5 de marzo de 2007, mientras se preparaba para la grabación de un disco completamente distinto. Acomodando micrófonos y calentando el espíritu, las improvisaciones llegaron –antes aun que las musas– y quedaron plasmadas para, gracias a la sensibilidad de los músicos y de su detallista productor (a quien celebraremos más si usamos audífonos), tomar cuerpo y ver la luz en forma de álbum bien diseñado, sin pretensiones gráficas, pero con detalles orgánicos encomiables (cada copia de cartón trae consigo una pluma de ave, o una flor, o una pequeña rama, o…).
Hijos del jazz urbano, Hernán y Aanderud cuentan una discografía amplia en esta y otras tierras, mientras que Rentería ha hecho lo suyo en ambientes más cargados al rock y la fusión (actualmente es miembro de Jaguares). Todos con un alto nivel técnico e interpretativo, supieron encadenar sus ánimos a lo largo de seis temas de duración variable (el primero se extiende por más de veinte minutos y el quinto por menos de dos), en los que imperan amables melodías y texturas legibles de las que se extrae regocijo y pasajes memorables.
Si de algo sirve al lector y como referencia, diremos que esta música se acerca a los quiebres del pianista Keith Jarrett, a los exabruptos preparados de John Cage, a los vocablos rítmicos del baterista Joey Baron, a los aires gélidos del combo E. S. T. y a los cálidos discursos de bajistas como Eberhard Weber o Miroslav Vitous. O sea que se trata de un platillo frío, azulado, picante, vasto y sabroso; por ello, muy recomendable. Visítelo y escúchelo en: www.rhatrio.com y www.myspace.com/rhatrio
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