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ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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A ver qué pasa
Enrique Héctor González
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Hay mujeres a las que sólo les queda mostrar las piernas, último refugio de su loca carrera hacia el abismo. Suelen ser piernas lúgubres, brillosamente aceitadas, llenas de carne comestible. No esperan que te las cojas o les pagues la entrada a sitios caros. Simplemente abren las piernas, sin preámbulos, como en un delicioso descuido de la casualidad, como si fueran mero azar el escote a media nalga y las cicatrices del tobillo, hirsutas sutilezas que las delatan. Sólo quieren darse a desear; sólo desean no envejecer en la mirada lúbrica de los hombres, en el placer hechizo de la promesa de un contacto.
Las mujeres sin medias siempre me han hecho un efecto descabellado. Sus piernas depiladas, su sonrisa inexacta y huidiza me distraen más que una negociación de paz entre borrachos, un cuento bien escrito o, sencillamente, las tetas contentadizas de las que llevan pantalones.
Hay mujeres en este bar de esa calaña. Todas parecen entretenidas en sus conversaciones banales, llenas de carcajadas rotas y complicidades incomprensibles. Sólo una se divorcia a cada tanto de su grupo y me mira de reojo. Es fea y atractiva, rubia a huevo, dura de manos. No sé cómo decirle lo que pienso de las mujeres como ella. No sé cómo insinuarle que su labilidad me arrebata. Pero en este mismo momento en que lo digo, me levanto de la abyecta silla sobre la que sudan sosegadamente mis nalgas y voy hacia sus muslos promisorios. A ver qué pasa.
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