Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
De islas y ballenas
NATALIA NÚÑEZ SILVESTRI
La decisión
MANOLIS ANAGNOSTAKIS
Giordano Bruno y el arte de la memoria
MARÍA LUISA MARTÍNEZ PASSARGE
Las claves de la obra de Borges en su vida
CARLOS ALFIERI entrevista con EDWIN WILLIAMSON
Las muchas Fridas
GABRIEL SANTANDER
El Berlín de Frida
ESTHER ANDRADI
Leer
Columnas:
Galería
RODOLFO ALONSO
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Cabezalcubo
JORGE MOCH
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Verónica Murguía
Andar en taxi
Hay
una película de Jim Jarmusch titulada Noche en la tierra
que reúne cinco historias de taxistas en diferentes partes
del mundo, a lo largo de una noche. Comienza en Los Ángeles
y la taxista es Wynona Rider. Cualquiera diría ¿quién
va a creer eso? y precisamente, de su belleza en contraste con su
oficio se trata la secuencia. El film termina con un montón
de tipos borrachos dando vueltas en el centro de Helsinki, en Finlandia.
Es una película
genial: mi parte favorita es la historia que sucede en Roma. Está
protagonizada por Roberto Benigni, a quien considero un tipo insoportable
opinión que me ganó fama de amargada cuando
se exhibió La vida es bella, pero fantástico
cuando es dirigido por Jarmusch. La historia que protagoniza, en
la que recoge a un sacerdote y decide confesarse en la dejada, se
resuelve con un final tan inesperado como hilarante. Y todo esto
viene al caso porque, cuando comencé a escribir este artículo,
pensaba hablar de los padecimientos del pasajero de los taxis en
esta ciudad y de pronto me di cuenta de que, a mí, los taxis
me parecen un invento espléndido, y el taxista chilango un
sujeto tan interesante y digno de estudio como los legendarios taxistas
londinenses o neoyorkinos. Cada vez que me enojo con uno, recuerdo
cómo en el temblor de 85 se convirtieron en uno de
los hilos más resistentes del tejido social que los chilangos
tuvieron que improvisar debido a la falta de apoyo por parte del
gobierno.
Habrá quien piense
que no he leído las estadísticas o no he visto cómo
manejan algunos ruleteros. Y sí, he leído que muchos
asaltos y homicidios suceden en taxis, pero me temo que también
roban y matan a muchos taxistas. Sí, vi Taxi Driver,
de Scorsese, y el personaje me dio pavor. Pero a ese Travis
no lo volvió loco el tráfico, sino Vietnam, si mal
no recuerdo. Y claro que he visto cómo manejan algunos. Vivo
aquí, no en Ginebra.
Claro que me han tocado
unos locos misóginos, como a toda chilanga. Hace una semana,
para no ir más lejos, un taxista le gritó a una señora
que lo rebasó:
¡Vieja pendeja!
Taxista |
La señora había
puesto la direccional y sacado la mano, así que a pesar de
que soy una miedosa, exclamé:
¡Oiga! ¡Ella
no hizo nada!
¿Qué
no le parece bien cómo manejo? me interrogó
casi amablemente el taxista.
Nomás le
estoy diciendo que ella no hizo nada contesté diplomáticamente.
Pus si le da la
razón, mejor váyase con ella gruñó.
Y frenó, me cobró, me bajé y claro que no me
fui con la señora, que a esas horas ya andaba a mil cuadras
de allí.
Como todas, me da un
poco de nervios siempre que me subo al taxi. Soy mujer, y meterme
en un coche con alguien a quien no he visto jamás, me parece
un poco amenazador. No sólo tengo miedo de que me asalten
y los espeluznantes etcéteras que siguen. Detesto que me
revisen por el espejo, que se retuerzan para ver si se me asoman
los calzones cuando me apeo del coche, que pongan cumbias eróticas
y todas esas cosas. Me inquieta la idea de conversar y salir de
pleito con el perfecto desconocido que va al volante. También
me amedrenta que me hagan confidencias. He discutido por diferencias
de opinión en lo político el año pasado,
como un millón veces, pero lo peor, para mí
al menos, son las confesiones. Me irritan más que la música
a todo volumen, o que el acelerón imprevisto.
El otro día un
taxista, que me había inspirado confianza por el pelo blanco
y los lentes, me dijo que su esposa "había salido bien
ponedora" y se había ido con otro. A lo mejor era por
la edad, me dijo, porque "ya no le ponían como antes".
La verdad, no es que sea yo sea muy melindrosa, pero, ¿qué
puedo contestar a semejante revelación? ¿Póngale
usted con quien pueda? Ni muerta, así que me limité
a farfullar "pues, así es la vida", "sí,
hombre, qué gacho", e insipideces por el estilo. La
dejada me pareció eterna, y a lo mejor a él también,
porque finalmente guardó un adusto silencio.
Los hay geniales, por
otro lado. Dicharacheros, informados, curiosos, llenos de historias.
Tengo ya muchos amigos taxistas, y hay algunos entre ellos que me
alegran parte del día. Lástima que algunos de los
hallazgos verbales de los más ingeniosos me resulten casi
imposibles de reproducir.
Quisiera terminar con
una plegaria: que no falte el taxista legal y honrado cuando llueva,
cuando no tenga cómo llegar, cuando sea tarde y esté
lejos de mi casa. Yo procuraré traer cambio y dar propina.
|