Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de julio de 2007 Num: 645

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De islas y ballenas
NATALIA NÚÑEZ SILVESTRI

La decisión
MANOLIS ANAGNOSTAKIS

Giordano Bruno y el arte de la memoria
MARÍA LUISA MARTÍNEZ PASSARGE

Las claves de la obra de Borges en su vida
CARLOS ALFIERI entrevista con EDWIN WILLIAMSON

Las muchas Fridas
GABRIEL SANTANDER

El Berlín de Frida
ESTHER ANDRADI

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Columnas:
Galería
RODOLFO ALONSO

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Las muchas Fridas

Gabriel Santander


Frida en San Francisco, 1940 Foto: Nickolas Muray

Poco a poco, como si desde el principio esta mujer supiera que iba a convertirse en el emblema artístico de México, Frida Kahlo fue una prodigiosa inventora de imágenes, entre otras, la suya propia. El personaje es hoy, gracias, entre otras cosas, a la multitud de estudios biográficos, una artista múltiple, tan fascinante como poliédrica y enigmática. A esto hay que agregar que es una de las protagonistas más célebres del movimiento feminista del siglo xx. De suyo propio, la artista nacida en el barrio de Coyoacán, Ciudad de México, el 6 de julio de 1907, podría ser tan famosa y polémica como lo es hoy sin la ayuda de la reivindicación política femenina, sin embargo, quizá no tendría la dimensión internacional que el feminismo hizo de su figura a partir de la década de los ochenta. Un libro catalizador de esta tendencia fue el escrito por la magnífica autora norteamericana Hayden Herrera, Una biografía de Frida Kahlo (1983, Harper & Row, Publishers) cuya visión de la pintora mexicana contribuyó mucho al mito de Frida como una luchadora social y al mismo tiempo estandarte del sufrimiento de una mujer lacerada por el dolor y la angustia. Sin embargo, la lectura de esta elaborada biografía también nos revela qué tan mexicana podía ser la autora del deslumbrante cuadro Unos cuantos piquetitos, donde el absurdo y el fervor mexicanos se expresan con una violencia tragicómica.

Afortunadamente, Frida ha superado cualquier estereotipo y en la actualidad las interpretamos, a ella y a su obra, de una manera más rica y plural. En este 2007, cuando se celebra el centenario de su nacimiento, podemos apreciar a una Frida Kahlo que tenía mucho de sufrida, pero también a una mujer más liviana y amante de la vida, de sus placeres y contradicciones.

La historia es y comienza complicada. Frida sufrió de poliomielitis a edad temprana y fue víctima de un fatal accidente de tránsito en 1925, cuyas heridas y secuelas viviría hasta el final de sus días. Entre otros cuadros, La columna rota (1944) y Recuerdo de una herida abierta (1938) son testimonios de la feroz contundencia de estas dolorosas vivencias. Además, la pintora tuvo varios abortos y el cuadro Mi nacimiento (1932) no deja duda sobre lo traumático de esta experiencia.

Como es sabido, Frida fue esposa del gran muralista mexicano Diego Rivera, con quien contrajo nupcias, por vez primera, en 1929. Esta relación ha sido objeto de libros, películas y una fervorosa leyenda. Fue en parte la intensidad de esta relación lo que provocó que Frida tuviera el carácter y magnetismo que la hacen hoy insustituible.

Su forma de ser siempre fue una mezcla de sensualidad y extraña ironía. Y ya desde la preparatoria comenzó con ciertas excentricidades en el vestir y el arreglo. En este escenario tienen algún significado sus experiencias lésbicas que comenzaron furtivamente cuando aún era una colegiala.

Para esos años, la década de los veinte y treinta, el gran Diego era el pintor más famoso de México. Frida, su esposa en ese entonces, era célebre pero ni de lejos lo que era Diego Rivera en la vida social y política de México.

En 1930 el pintor es invitado a Estados Unidos a realizar una serie de murales en Detroit, Nueva York y San Francisco. Lo acompaña Frida, y como nunca, se siente sola y abandonada. Diego, cuyo gusto por coquetear con las mujeres era tan ancho como su barriga, no dudó en llevar una intensa vida social. En San Francisco, mientras Diego pintaba un mural para la Casa de Bolsa encargado por William Gerstle, Frida se dedico a pasear por el barrio chino y adquirir seda negra para coserse largos faldones. Aunque para comienzo de los treinta ya utilizaba atuendos y ornamentos mexicanos, no es sino hasta la época en Estados Unidos que la pintora se crea una imagen que ella sabía perturbadora y diferente. Como hemos dicho, desde que era adolescente en la preparatoria, Frida comenzó con ciertas excentricidades en el vestir y en el arreglo. De hecho, es muy conocida la fotografía de su padre Guillermo Kahlo (de origen alemán e importante fotógrafo) que tomó a la familia en 1922. La hija, bautizada como Magdalena Carmen Frida, aparece vestida de hombre. Pero es hasta que la pintora se enfrenta con la indiferencia de la socialité norteamericana que decide crearse un auténtico y radical out-fit. De manera certera e irónica confiesa Lupe Rivera Picos, hija de Diego Rivera: "Esos atuendos eran perfectos para andar en Maniatan, pero un desastre para ir al mercado."


Frida y Diego, San Ángel,1938 Foto: Nickolas Muray

Este apego y fascinación por "la apariencia" es muy significativo, porque lejos de trivializarla la hacen más humana, comprensible y delicada. Que Frida fue una comunista, una luchadora social, una mujer herida, sí, pero también era alguien que amaba divertirse y compartir. Probablemente, en su centenario, es una de las mejores cosas a recordar. En este contexto no dejemos de lado su activismo político, que muchísimo tenía que ver con su amor a México. Su conciencia despierta con el estallido de la Guerra civil española en 1936. Aunque nunca perteneció al Partido Comunista Mexicano, compartía un gran entusiasmo por el líder socialista soviético León Trotsky, a quien México da asilo y ella lo recibe en Tampico en 1937. Y este hombre de la historia viviría con Frida un capítulo muy parecido a las comedias francesas de enredos. Otra vez deber y placer se confundían en esa vorágine que fue Frida Kahlo cada día de su existencia.

Frida encontró en los trajes típicos mexicanos una fuente de inspiración y, si somos maliciosos, una moda. Así lo vieron los franceses y un poco antes los norteamericanos. Esto de su "imagen publicitaria" tiene mucho que ver con el fotógrafo norteamericano de origen húngaro Nickolas Muray. Él, que vivió otro capítulo amoroso con la pintora, tuvo la gracia de retratarla en la década de los treinta como algo más que material exótico. Así fue como se le abrieron de par en par las puertas, es decir, las páginas de Vanity Fair, gracias también a la intuición de la famosa editora de la publicación, Clare Luce, a quien la mexicana sedujo de inmediato. De hecho, el viaje que hizo Frida Kahlo a Nueva York en 1938, en ocasión de su exposición en la galería de Julien Levy, fue definitivo en cómo ella se concibió y, entonces, cómo el mundo la reconoció después. Este viaje fue definitivo; antes, sólo había logrado vender cuatro cuadros al actor norteamericano Edward G. Robinson; en cambio, en la exposición de la galería de Levy pudo vender casi todo, lo que le otorgaba independencia económica a una mujer que había dependido casi siempre o de sus padres o de su marido el muralista Diego Rivera. Por esos años, quizá, Frida vive su mejor época, sin estar flagelada por el dolor de la enfermedad y por ser eventualmente libre de la atención y el amor de su panzón, Diego.


Foto: Lola Álvarez Bravo

Poco después, Frida viajó sola en 1939 a Francia donde tendría una exposición en la galería parisina Pierre Colle, muestra que fue organizada por el entonces padre del surrealismo, André Breton, quien desde México quedó prendado de Frida, al grado de bendecirla como artista surrealista y definirla como una cinta alrededor de una bomba. La estela de formas y colores que impregnó Frida en París no fue menos explosiva. En ese año la prestigiada revista francesa Vogue le dedicó la portada, convirtiéndose así en la única mexicana que ha aparecido al frente de esta célebre revista de modas. Su magnetismo llegó al medio de la alta costura, pues sus trajes de tehuana acompañados de la joyería tarasca encantaron a Schiaparelli, la diseñadora de un famoso sombrero con forma de zapato. Inspirada en ella diseñó un vestido que llevó por nombre "Madame Rivera." En este contexto, habría que agregar que Frida fue muy mexicana en un sentido auténtico; más allá de la apariencia y el jolgorio. La influencia que tuvo la cultura popular en ella no sólo fue expresada en sus atuendos sino en su misma obra plástica.

En México, algunos católicos suelen pintar en pequeñas láminas milagros y anécdotas religiosas conocidos como exvotos. El resultado son imágenes rústicas y tragicómicas. Este estilo frecuentemente aparece en Frida, claro, llevando este primitivismo visual a un nivel estético más complejo.

El rostro cejijunto, el insinuado bigote y el peinado de influencia indígena eran parte de su inolvidable porte. De hecho, se dice que para ella peinarse era un ritual acompañado de flores y música. Quienes la conocieron afirman que podía pasar horas con una aguja agregando y quitando listones y ornamentos. Todo este look inspirado en la artesanía popular mexicana tuvo un impacto que a veces olvida la calidad y hondura de su obra plástica. Sin embargo, al crearse esta imagen, lejos de disminuirla la convierten en un ser más complejo y desafiante.


Frida pintando su corsé,Hospital ABC,1950
Foto: Juan Guzmán

En la década de los cuarenta, la enfermedad y el dolor vuelven a instalarse con impecable ardor en su vida. A la fecha llevaba más de treinta operaciones en la columna. Por esos años lleva una vida llena de vicisitudes con el amor de su vida, Diego Rivera, quien le pone los cuernos con su propia hermana, Cristina Kahlo. Ejemplo de los altibajos de esa relación y del mundo emocional de Frida es el divorcio que firman a principios en 1939, casándose por segunda ocasión el 8 de diciembre de 1940. Frida, que por esa época padecía, entre otros, terribles dolores en la espina dorsal, se bebía una botella diaria de brandy, sin contar la letanía de medicamentos que consumía. No es casual que uno de sus más enigmáticos cuadros haya sido pintado en ese tiempo, Las dos Fridas (1944) que, como hemos visto, son en realidad muchas Fridas.

A cien años de su nacimiento, feministas o no, nada impide seguir admirando a esta artista con todas sus contradicciones, veleidades y caprichos y, sobre todo, contemplar su abismal propuesta pintada con su inolvidable encanto.