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María Luisa Martínez Passarge
Giordano Bruno y el arte de la memoria
En
1999, Joseph Ratzinger, entonces presidente de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, propuso a la Comisión Teológica
Internacional, con vistas a la celebración del Jubileo del
año 2000, la elaboración de un documento titulado
Memoria y reconciliación. La Iglesia y las culpas del
pasado, con la intención de ofrecer una disculpa por
"errores pasados". Uno de estos "errores" es
el asesinato de Giordano Bruno.
Giordano Bruno nació
en 1548 en la ciudad de Nola, Italia. Fue educado en un convento
dominico de Nápoles y, desde muy pequeño, sobresalió
por su extraordinaria memoria y gran inteligencia. Estudió
letras y filosofía, se doctoró en teología
y fue ordenado sacerdote en 1572. Hacia 1575, las dudas que ya lo
inquietaban acerca de algunos dogmas de la Iglesia, lo llevaron
a marcharse al convento romano de la Minerva, por lo que fue procesado.
Inconforme con las ideas que se manejaban en el convento, huyó
de nuevo y viajó por el norte de Italia enseñando
astronomía. Finalmente, en 1579, decidió despojarse
de su hábito religioso y comenzó su vida errante.
Bruno expresó sus ideas metafísicas y cosmológicas
sobre el mundo, la magia y la memoria en una suerte de diálogos
entre diversos personajes, que es como están construidos
la mayoría de sus textos. En París publicó
De umbris idearum, conocido hoy día como Sombras
(1582). En 1585 regresó a París, y ante una dura crítica
a sus artículos contra el aristotelismo, viajó a Alemania,
donde permaneció casi cinco años en diferentes ciudades
y donde publicó una vasta obra exponiendo sus teorías
cosmológicas y metafísicas. En 1591 regresó
a Italia invitado por el conservador Zuane Mocenigo con el propósito
de enseñar el arte de la mnemotecnia a personalidades de
la aristocracia. Las desaveniencias no se hicieron esperar y Mocenigo
lo denunció a la Inquisición. El 27 de enero de 1593
fue entregado a la Inquisición en Roma, por petición
directa del entonces nuncio papal Taverna, en nombre del papa Clemente
viii. El 15 de febrero de 1599, después de siete años
de encarcelamiento durante los cuales se le interrogó sobre
aspectos de su vida y sus opiniones filosóficas y teológicas
(¿fue torturado?), fue declarado culpable de ocho supuestos
actos de herejía. El 20 de enero de 1600 la Inquisición
dictó su sentencia: muerte en la hoguera. Ante la lectura
de la condena, Bruno respondió: "Quizá ustedes,
que pronuncian mi sentencia, sienten más miedo que yo, que
la recibo."
EL ARTE
DE LA MEMORIA
Cuando Cicerón
habla en su De oratore sobre la memoria como una de las cinco
partes de la retórica, cuenta que entre los invitados a un
banquete que en Tesalia ofrecía el noble Scopas se encontraba
el poeta Simónides de Ceos (Grecia, ca. 556-468 ac).
Durante el banquete, Simónides recitó un poema lírico
en honor de su anfitrión; en el poema incluía un pasaje
en elogio de Cástor y Pólux. Simónides fue
uno de los primeros poetas en cobrar por sus versos, así
que Scopas, ofendido, dijo que sólo le pagaría la
mitad de lo acordado, y que la otra mitad se la pagaran los dioses
gemelos a quienes había dedicado el poema. Momentos después,
Simónides recibió un mensaje de que dos jóvenes
le esperaban afuera y querían verle. Simónides se
levantó de la mesa, salió y no encontró a nadie.
En ese momento, el techo del salón de banquetes se desplomó,
matando a Scopas y a todos los invitados. Los cadáveres estaban
tan destrozados que los familiares que llegaron a recoger los cuerpos
fueron incapaces de identificarlos. Pero Simónides, recordando
los lugares en que cada una de las personas había estado
sentada, pudo indicar a los parientes cuáles eran sus muertos.
Los invisibles Cástor y Pólux le pagaron de esta manera
su parte en el poema, y esta experiencia le sugirió al poeta
los principios del arte de la memoria, del que se consideró
su inventor.
Cicerón explica
que hay dos clases de memoria: la natural, que nace con el pensamiento,
y la artificial, que debe ser fortalecida y consolidada con el ejercicio.
El sistema más común fue el arquitectónico:
descrito de manera muy general, había que imprimir en la
mente un edificio, tan espacioso y variado como fuera posible, con
todas sus divisiones (atrio, patio, dormitorios, estancias), sin
omitir estatuas y ornamentos para decorar las habitaciones. Después
se ubicaban en los lugares de este edificio las imágenes
que representaban los conceptos que en el discurrir de la oratoria
habría que recordar. Cuando se necesitara reavivar la memoria,
sólo había que visitar los lugares de este edificio
para recuperar las imágenes en el orden en que habían
sido guardadas.
En un pasaje de sus Confesiones,
San Agustín describe el edificio de la memoria:
Avanzo hacia los campos
y los espaciosos palacios de la memoria donde se encuentran los
tesoros de imágenes innumerables, transportadas allá
desde las cosas de toda especie que los sentidos perciben. Se almacena
allí todo cuanto pensamos, ya por ampliación, ya por
disminución, ya por otra clase de variación de las
cosas que aporta el sentido; y todo lo que, no habiendo sido aún
devorado y enterrado por el olvido, se ha encomendado y atesorado
allí. Cuando entro allí, demando al punto lo que quiero
se me aparezca, y al punto comparece alguna cosa; otras cosas habrán
de ser buscadas por largo tiempo, como si se encontrasen fuera de
cierto receptáculo interno; otras salen precipitadamente
en tropel y, en la búsqueda y pesquisa de la cosa deseada,
comparecen como diciendo: "¿Es esto por ventura?"
A éstas las expulso, con la mano de mi corazón, de
la faz de mi memoria; hasta que aparezca, sin velos y a la luz,
la que yo quiero, saliendo fuera de su lugar secreto. Advienen prestamente
otras cosas, en orden ininterrumpido, según se las ha convocado;
al frente, aquellas que abren paso a las siguientes; y según
abren el paso se ocultan de la vista, aprestándose a comparecer
a voluntad. Todo esto tiene lugar cuando recito algo de memoria.
Durante la Edad Media,
Alberto Magno y Tomás de Aquino escribieron varios tratados
sobre la memoria, aunque interpretan las reglas para la ubicación
de las imágenes en un sentido más devocional. Ramón
Lull fue un filósofo místico (Mallorca, 1235-1316),
cuyo arte de la memoria se diferencia del arte clásico en
tanto que designa los conceptos que emplea mediante una notación
alfabética, e introduce el movimiento en la memoria, es decir,
sus figuras no son estáticas, sino que están en permanente
movimiento. Su sistema abarcaba las esferas del Universo, además
del paraíso y el infierno.
Hacia los siglos XV y
XVI sobresalen nombres como el de Jacobo Publicio, Pedro de Ravena,
Johannes Romberch y Cosmas Rossellius. Uno de los más importantes
artífices de la memoria renacentista es Giulio Camillo y
su Teatro de la memoria. La intención de Camillo era
que este teatro representara el Universo expandiéndose desde
su creación. Visto desde arriba, a partir de las gradas inferiores
y hacia arriba, cada grada, ilustrada con imágenes y llena
de cajitas, tiene una significado diferente y aloja todas las cosas
que la mente humana pueda concebir, aunque no las pueda ver con
los ojos corporales.
El sistema arquitectónico
de la memoria de Bruno es de una complejidad enorme. Bajo la influencia
de Lull, instaló las imágenes del arte clásico
de la memoria en las ruedas lulianas. La forma arquitectónica
está entrecruzada en una red de geometría mágica,
y todo el sistema es activado desde arriba por una suerte de mecánica
celeste. Las diferentes habitaciones están divididas en campos
que, a su vez, se subdividen en lugares y cubículos, y en
ellos se ubican las imágenes de todo lo que existe. Bruno
convierte su arte en un método, es decir, traza el plano
de la mente el plano del Universo mágico y nos
invita a viajar por el cielo, por el Cosmos, poniendo ante nuestros
ojos todo lo que permanece normalmente oculto e ignorado.
Desde Simónides
de Ceos hasta Bruno, los diferentes artes de la memoria convierten
al mundo en un fenómeno visual. La vista es el instrumento
del que se valen el retórico, el hombre ético o el
mago del Renacimiento para explicar y desarrollar sus concepciones
filosóficas y teológicas. Bruno llama "ojo"
al centro de su atrio mnemónico. Este ojo se puebla de infinitos
puntos de vista que se abren al campo del mundo y a la luz, y de
las graduaciones de esa luz es de donde salen, aparecen, los diferentes
cuerpos y compuestos, "esa luz es la sustancia dice Bruno,
la sustancia invisible por la que aparece todo lo visible en la
inmensidad".
El principio hermético
de la reflexión del Universo en la mente como experiencia
religiosa es así organizado por Bruno mediante el arte de
la memoria, convirtiéndola en una técnica mágico-religiosa
para aprehender y unificar el mundo de las apariencias por medio
de la ordenación de imágenes significativas. La meta
de Bruno era fundar en la psique, mediante la organización
de estas imágenes significativas, el retorno del intelecto
a la unidad, porque el hombre es el "gran milagro", su
mente es divina. Entonces, la divina organización del Universo
está dentro de ella, y un arte que reproduzca en la memoria
esa organización divina se hará también de
los poderes del Cosmos, que están en el propio hombre. ¿Cómo?
Con la imaginación, "el vehículo del alma y del
entendimiento, el vehículo de la luz y de la vida".
A diferencia de las artes de la memoria desarrolladas en la Edad
Media, en el Renacimiento, según Yates, es la imaginación
la que se convierte en "la más elevada potencia del
ser humano para aprehender el mundo ininteligible a través
de la captación de imágenes significativas".
Bruno fue un hombre sensible
e imaginativo, condenado a morir en la pira por tener una visión
del mundo que perturbó el orden del Cosmos y la universal
aveniencia promulgada por la Iglesia, y que acuñó
la frase "libertad filosófica": el derecho al libre
pensamiento, a soñar, a filosofar. Su pensamiento fue un
constante llamado a la razón y a la lógica en
contra del pensamiento religioso para determinar la verdad.
LA PÉRDIDA
De Bruno hasta la fecha,
¿qué hemos perdido? Mucho. La sociedad contemporánea
es predominantemente visual, pero nuestra capacidad de retención
está adormecida. Los publicistas utilizan imágenes
cada vez más fuertes, no sólo por la necesidad de
sobresalir de entre la avalancha visual en la que estamos inmersos,
sino para tocar algo de nuestra persona, cada vez más
insensible a cualquier estímulo.
En su libro About
looking, John Berger reflexiona sobre el uso de la imagen fotográfica:
"El espectáculo crea un eterno presente de expectación
inmediata: la memoria llega sólo hasta lo necesario o lo
deseable. Con la pérdida de la memoria se pierde también
la continuidad de sentido y de juicio. La cámara
nos libera del acto de tejer nuestra memoria." Retoma asimismo
las ideas de Susan Sontag acerca de la sociedad capitalista que
requiere de una cantidad enorme de espectáculo con el fin
de anestesiar en las personas la memoria de las ofensas y los agravios
recibidos.
No sólo hemos
perdido la capacidad mental, física, de nuestro cerebro para
memorizar, sino en muchos casos la imaginación, intermediaria
entre la percepción y el pensamiento, y la permanente y urgente
presencia de la memoria. Hemos olvidado nuestro compromiso ante
la historia, el significado de las palabras, de las cosas, del tiempo,
la importancia de nuestro pasado.
El maravilloso, estimulante
y provocador mundo de Giordano Bruno y su arte de la memoria lo
veo hoy en las comunidades rurales, campesinas, indígenas,
para quienes lo visible es una señal de lo invisible. Los
filósofos, los poetas, los artistas, los científicos,
a través de sus creaciones y descubrimientos, son también
artesanos llenos de imaginación, tejedores de nuestra memoria
colectiva y universal, que nos recuerdan, como Bruno, que el alma
del Universo está en cada cosa, no parcial ni fragmentariamente,
sino de forma total y completa. "El alma del mundo es esa realidad
que hace que todo microcosmos sea un macrocosmos."
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